Muerto hace una semana, Ángel Parra no sólo fue parte de la Nueva Canción Chilena como cantautor, sino que también como activista central del movimiento. Y antes, su madre redefinió el folclor local y guió el camino de las nuevas generaciones.
Roberto Careaga C.
Dicen que llegó con pantalones de cuero. Después de tres años en París, Ángel Parra regresó a Santiago renovado en 1964. Tenía 21 años. En Francia, donde se había reunido con su madre, se había convertido definitivamente en un cantautor y no sólo traía una guitarra bajo el brazo, sino que había incorporado a sus actuaciones dos instrumentos andinos inesperados para al folclor chileno: la quena y el charango. En Chile las cosas también cambiaban: la agitación de la década de los 60 se extendía incluso a la canción popular, las cuecas de siempre empezaban a ser otras y en la huella de Violeta Parra un grupo de músicos incluía en sus canciones la denuncia social. Era el germen de lo que se llamaría la Nueva Canción Chilena. Y Ángel decidió sumarse.
"Su apreciación del fenómeno es muy simple: si faltaba la personalidad aglutinante puede, quizás, ser sustituida por un factor aglutinante. Así nace la Peña", escribió en 1976 Patricio Manns, recordando la visión que tuvo Ángel. En la casa del pintor Juan Capra, en la calle Carmen 340, dio vida a la ya legendaria Peña de los Parra. Pronto se sumó su hermana Isabel y juntos harían historia. "Era un lugar insólito", recuerda Horacio Salinas, de Inti Illimani. "Era un espacio donde entraban 100 personas apelotonadas, todo el mundo fumaba, tomaba vino navegado, salía una que otra empanadita y en una penumbra aparecían estos artistas únicos: Rolando Alarcón, Manns, Víctor Jara, los hermanos Parra. Era todo un acontecimiento. Se iba cociendo una artesanía muy particular", agrega.
Era la artesanía de la Nueva Canción. Inaugurada a mediados de 1964, la Peña abría tres noches a la semana, la gente hacía colas para entrar y no era raro que los cantantes salieran hasta cuatro veces a escena. Inicialmente los números estables fueron Manns, los hermanos Ángel e Isabel Parra y Rolando Alarcón. "A los pocos meses, se convirtió en un hervidero", recordaba Manns en el libro "Violeta Parra, la guitarra indócil" (1976), ahora reeditado.
A los seis meses de abierta la Peña, Ángel, que operaba como su administrador, convenció a los estables de traer un nuevo cantante: Víctor Jara. Luego traería a otros, como el Gitano Rodríguez, Payo Grondona, Los Curacas y tantos más. Ángel, que no solo componía su música, era también un promotor en la nueva escena que nacía. Así lo plantea la periodista Marisol García, autora de un libro central sobre la canción de protesta en Chile, "Canción Valiente". "El legado de Ángel Parra es el de un cantor, escritor y gestor. Su rol en la Peña es fundamental: ahí permite mostrar a un gran público un sonido que estaba apareciendo. Su relevancia no solo pasa por su cancionero, sino que también está dada por su presencia", sostiene García.
La periodista recuerda a Ángel Parra a días de su muerte, el 11 de marzo pasado. Tenía 73 años y su partida ocurrió a 50 años del suicidio de su madre, Violeta. Además del obvio lazo que los unía, ambos fueron decisivos en la transformación que vivió el folclor y la canción popular en Chile en los 60. Si Ángel se movió como un activista en el despliegue de la Nueva Canción, fue Violeta quien abrió la ruta por la que avanzó toda esa generación de músicos. "Violeta introducía el verdadero Chile en las canciones. Entonces, las cosas había que hacerlas al estilo de ella o por lo menos tratar de acercarse a la grandeza y originalidad de la Violeta. Esa siempre fue la expectativa de la Nueva Canción: honrar esa pulcritud de la creación sin otro parámetro que lo artístico", dice Salinas.
El genio de Violeta
"¡Cuándo iba a imaginar yo que al salir a recoger mi primera canción, un día del año 53, en la comuna de Barrancas (Santiago), iba a aprender que Chile es el mejor libro de folclor que se haya escrito!", contó Violeta Parra a inicios de los 60, cuando ya había hecho un largo recorrido por el país recopilando canciones que vivían solo en la tradición oral. Tenía 36 años al iniciar la ruta que revolucionó la música del país.
Como cuenta el director del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado, Juan Pablo González, su despunte se produjo en "una década muy generosa en propuestas musicales basadas en el folclor". Y añade: "Violeta tuvo la genialidad de lograr una propuesta basada en el rescate de la tradición, pero también en transgredir esa tradición. En meterse en tradiciones que eran masculinas, como el canto a lo poeta, en utilizar la imaginería de la décima en sus canciones populares, en utilizar instrumentos latinoamericanos para tocar música chilena. Y si se convierte en la madre de la Nueva Canción es porque el gesto de la mezcla es muy potente".
Según Marisol García el el disco "Toda Violeta Parra" (1961) fue clave en el impacto que tuvo la cantante. Ahí aparecen tonadas y cuecas recopiladas, junto con sus composiciones. Y algo más: la cuestión social. "Canción política en Chile ha habido desde la Colonia, pero aparentemente este es el primer disco que grabó este tipo de canciones. Lo otro era tradición oral", sostiene García. "Al grabar estas canciones quedan como influencia. Este disco se vuelve muy importante para la Nueva Canción porque por primera vez está el registro de que se podían hacer canciones chilenas o latinoamericanas con contenido político. Dejó ese legado y empieza a circular", añade.
Horacio Salinas confirma la teoría de García: a los 12 años llegó "Toda Violeta Parra" a su casa y él quedo maravillado. Aunque en ese momento aún no por el contenido político. "Lo que yo admiraba eran estas canciones tan extrañas, como 'Puerto Montt está temblando'. Ella usa una cantidad de mecanismos musicales ligados al folclor en el mundo que son estos tratamientos modales de las escalas, que la liga con el surgimiento de la canción medieval. Sus creaciones eran muy atípicas. Luego veíamos que incorporaba a la canción típica chilena", dice.
El cantautor profesional
Aunque Manns dice en "Violeta Parra, la guitarra indócil" que la fama de la cantante llegó tras de su muerte, en vida Violeta fue reconocida. Sus hijos crecieron tocando con ella y aprendieron también a salir de su manto. Para Juan Pablo González, Ángel hizo más que eso: "Ángel Parra es la figura del cantautor por excelencia. Me atrevería a decir que con él nace el cantautor en Chile. A nivel latino el único antecedente es el uruguayo Daniel Viglietti. Después vienen Silvio Rodríguez y Víctor Jara. Patricio Manns está desde antes, pero también era periodista, escribía, hacía canciones, cantaba, viajaba. Ángel lo que hace es ser cantautor. Es un modelo de la escena", dice.
En la memoria de Salinas resuena la voz de Ángel: "La vehemencia de su canto, el enfado y gravedad de su tono eran muy típicos de esa época.", cuenta el músico. Y agrega: "Dentro de la Nueva Canción, Ángel era una de las voces preclaras. Ahora, no existía una sede de la Nueva Canción ni nada que se le parezca, pero sí éramos un conjunto de artistas numerosos: Quilapayún, Los Curaca, Inti Illimani, Aparcoa, luego Illapu, Alarcón, Manns, Payo Grondona, Víctor Jara, el Gitano Rodríguez. Un rasgo para ser parte de esta pandilla era incorporar los problemas del ser humano y la protesta. Era lo que había hecho la Violeta y nosotros también lo hacíamos. Era insoslayable eso en una década que a nivel mundial es revolucionaria".
"Es cierto que la política fue una parte importante de la Nueva Canción, pero sin duda que no habría tenido la trascendencia y el impacto internacional si se hubiera quedado en eso. Logra a nivel internacional la síntesis de la música latinoamericana", dice González. "Ellos integran una variedad de elementos de latinoamericanos en una época en la que es muy fuerte el discurso americanista. Eso va a funcionar muy bien en el mundo. Para el público europeo le ofrecen a América Latina completa en una canción", explica .
Y aunque la dimensión internacional fue muy relevante, y logró que muchos de esos grupos tuvieran una larga vida en el exilio, para Patricio Manns había una fortaleza local que provenía del genio de Violeta Parra. "Ella es el puente", escribió en 1976. Superando a los cantores anónimos esparcidos por Chile, ella se convirtió en un faro: "Violeta Parra ha logrado saltar las barreras del anonimato y esgrimiendo una poética que se genera a sí misma como una síntesis de lo religioso-ingenuo y lo político-social, perfila su prestancia a la cabeza de la Nueva Canción, incorpora a este movimiento toda la pléyade legendaria de sus anónimos maestros, dona sus raíces a nuestro canto actual, ata con un cordón de acero nuestros pasados y nuestros presentes y garantiza nuestra continuidad futura", dijo Manns.
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