El Mercurio
Si la música flamenca suena diferente de lo que era hace 50 años, se debe a la genialidad de un músico universal que sintió que el flamenco podía y tenía que evolucionar, para no transformarse en un fósil. Un hombre que no solo poseía una técnica imposible y una gran audacia creativa, sino que también el carisma de alguien que llenó cientos de teatros en el mundo.
CARLOS LEDERMANN
Concertista y compositor de guitarra flamenca.
Cuando la guitarra aparece en el arte flamenco andaluz -cosa que no ocurrió desde el comienzo mismo, como muchos creen-, lo hace en manos de personas que no eran exactamente guitarristas, pero que tocaban porque tenían una en su casa. Y tampoco exhibe en el inicio las características técnicas y musicales que hoy conocemos. El toque era muy rudimentario y se limitaba a "darles los tonos" a los cantaores con acordes arpegiados hechos con el pulgar, y muy poco más.
Entrado el siglo XX, el desarrollo paulatino de una forma de tocar más concreta e identificable ya nos había puesto por delante a instrumentistas que dejarían huella y crearían escuela; entre ellos, José Patiño, Paco el de Lucena, Ramón Montoya, Javier Molina, y una lista que poco a poco se fue haciendo gruesa. Luego llegaron Manuel Serrapi "Niño Ricardo" y Agustín Castellón "Sabicas", que llevaron la guitarra mucho más lejos, compusieron solos más coherentes y propusieron cosas que hasta entonces nadie había pensado.
Y más tarde surge una nueva generación encabezada por Víctor Monge "Serranito", Manuel Muñoz "Manolo Sanlúcar" y Francisco Sánchez "Paco de Lucía", que es la que definitivamente lanza a la guitarra flamenca a una órbita aún más alta, amplia, audaz, innovadora y, sobre todo, renovadora. Probablemente de estos tres fenómenos, Paco de Lucía, quien murió a los 66 años, es el nombre más conocido. Su partida la lloran hoy todos los flamencos, artistas y aficionados de todo el mundo.
Lecciones infantiles
La primera gran lección de flamenco que el hijo de Lucía Gómez recibió en su vida fue, sin duda, la más espontánea: de niño, cuando se despertaba, en el patio de su casa estaban los flamencos cantando y tocando, y cuando se escucha algo de ese modo, es inevitable que los códigos fundamentales se aprendan antes, incluso, de ser capaz de leer una nota. De ahí que Paco siempre dijo -y con razón- que él ya conocía todos los ritmos y líneas melódicas de la música flamenca antes de tomar una guitarra por primera vez. Luego vinieron las jornadas diarias de 8 o 10 horas practicando bajo la férrea supervisión de su padre, que lo sacó de la escuela simplemente porque ya no podía pagarla, y le puso en las manos la guitarra, entendiendo que le estaba entregando una herramienta con la que tal vez podría ganarse la vida. Está claro que don Antonio no se equivocaba.
El punto es que ese niño no era cualquier niño, y paulatinamente empezó a revelarse en él el genio que lo habitaba. A muy temprana edad hizo su primer viaje fuera de España, y empezó a escuchar otras músicas que lo hicieron pensar en algo que, por evidente, nadie cuestionaba: la música flamenca se hacía hasta entonces sobre dos bases armónicas, la modal (modo dorio griego) y la tonal, pero en ambos casos con no muchos recursos en materia de acordes; o sea, cuatro en el modo y tres en la tonalidad, con apenas alguna alternativa. Si a ese descubrimiento, originado en la posibilidad de haber escuchado jazz, bossa nova, rock y otras músicas cuando los de su edad solo escuchaban la música local sumamos unas condiciones naturales que lo llevaron a desarrollar una técnica sencillamente descomunal, no resultó extraño que antes de cumplir los 18 años ya fuera famoso y sus pares debieran optar entre dos posibles caminos: demolerlo con la crítica y el desdén, o empezar a hacer las cosas como Paco las hacía.
Pero no fueron solo su técnica y los colores y texturas armónicas que puso en su música lo que marcó un punto de inflexión en la música flamenca: fueron también su visión del tema rítmico, que desarrolló como nadie, y de pronto la visión integradora que empezó a mostrar en sus composiciones cuando dejó de unir ideas sueltas para crear ya temas redondos con exposición y desarrollo propios de alguien musicalmente preparado a un nivel superior al suyo, que era pura intuición. Por supuesto, esto le significó muchos ataques de los "guardianes de la tradición" que veían en él a una perona que estaba haciendo con el flamenco algo terrible, destruyéndolo, distorsionándolo de manera inaceptable porque no entendían lo que Paco proponía. Hasta hoy hay muchos que insisten en que la guitarra solo debe circunscribirse a su papel de acompañar el cante y que todo lo que se haga fuera de esa dimensión no existe, no es flamenco.
Coqueteos con el jazz
Cuando se empieza a tocar de otro modo y se empieza a cantar de otro modo, que es lo que ocurrió con José Monje "Camarón" en gran medida debido a su trabajo con Paco de Lucía, se empieza a bailar también de otro modo, y golpes de timón de ese tipo, este músico incomparable le dio varios al flamenco, hasta el punto de que cada nuevo disco suyo era esperado por el tiempo que hiciera falta, y en los días previos a la aparición de un nuevo trabajo, muchos acampaban a las puertas de las tiendas para ser los primeros en tenerlo.
Sus coqueteos con el jazz, en aquellas reuniones con músicos como Larry Coryell, John Mc Laughlin, Al Dimeola, Chick Corea, Winston Marsallis y sus visitas al campo de lo "clásico" con la transcripción y grabación de obras de Manuel de Falla y su versión del "Concierto de Aranjuez", de Joaquín Rodrigo, tampoco escaparon a las críticas de quienes presumen de ser dueños de la verdad, pero enriquecieron el caudal de posibilidades creativas de Paco de Lucía, que evidenció esto en sus discos desde la década de 1980 en adelante y le permitió crear una música que, sin renunciar jamás a ser flamenca por origen, por identidad y por intención, sonó de otro modo y movió a generaciones de músicos flamencos a seguir ese camino. Muchos lo han hecho muy bien y otros han exagerado el asunto, pero si hoy la música flamenca suena diferente a lo que era hace 50 años, se debe a la genialidad de un músico universal que sintió que el flamenco podía y tenía que evolucionar como todas las músicas de su tipo, y no transformarse en un fósil sonoro digno de vitrina.
No era solo la técnica imposible y la audacia creativa: era también el carisma de alguien que llenó muchos teatros del mundo con públicos que, en su mayoría, no entendían lo que escuchaban, porque cuando las personas escuchan swing, por ejemplo, puede llevar el compás con el pie y hasta mueven su cuerpo, pero en el flamenco el tema rítmico presenta complejidades que para el no iniciado resultan imposibles de asimilar. Y frente a este guitarrista incomparable, esos públicos terminaban aplaudiendo de pie por largos minutos en los que seguían sin tener claro qué habían escuchado, pero sabían que era algo único en manos de un artista único.
Paco de Lucía -en realidad debió ser de Luzia, con Z, puesto que el nombre artístico lo tomó de su madre portuguesa- logró que millones de personas en el mundo se acercaran al flamenco. Discutido o idolatrado según fuera la ocasión, el lugar y la gente, pero un genio de aquellos que nacen rara vez y son irrepetibles. Paco no era un flamenco: era el flamenco. Lo cambió para siempre, y el último concierto de su vida lo dio en Chile, en noviembre pasado.
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