La Tercera
Es una de las cumbres de la música nacional. Su registro original estuvo perdido por décadas, hasta hace pocos días. Así atravesó el siglo, de regreso a las manos de Quilapayún.
por Marcos Moraga
El baúl siempre estuvo ahí, al menos hasta donde Maritza Las Heras recuerda. Un baúl envejecido por los viajes, de procedencia indeterminada y antigüedad sólo imaginable, veterano de al menos un par de terremotos, que se ha cambiado de casa, de pieza y de siglo. “Me lo regaló mi bisabuela -una señora que, en realidad, no era mi bisabuela, pero que fue muy cercana, a quien quise mucho y me lo dejó-. Es uno de esos baúles que antes se usaban como maletas”, hace memoria Las Heras. Quizás porque ese baúl parecía eterno, y llegado el momento, era el lugar lógico donde esconder algo peligroso.
Maritza Las Heras es bailarina (“aunque ya colgué las zapatillas en los 90”, precisa ella) y en los años de la Unidad Popular integraba las filas del ballet Pucará. Antes de 1973, el grupo tenía una oficina en el Teatro Municipal de Santiago y un elenco estable. Viajaron por Chile con su interpretación en danza para una de las cumbres del repertorio local, la Cantata Popular Santa María de Iquique. En 1970, el grupo Quilapayún publicó, a través del sello Dicap, esa obra de Luis Advis: era el testimonio artístico de la matanza que ocurrió en 1907 en la Escuela Santa María de esa ciudad del Norte; una innovación formal e hito de la composición local, que hasta hoy extiende su valor entre nuevas interpretaciones y tributos.
Sin embargo, la Cantata apenas sobrevivió al Golpe de Estado de 1973. Quedó proscrita. Los músicos de Quilapayún estaban en Europa y tuvieron que exiliarse en Francia. Las oficinas de Dicap fueron purgadas, con sus másters sucumbiendo al fuego de un piquete aún desconocido de censores. Y en Santiago, alguien le entrega a la bailarina una bolsa plástica con una cinta de audio en su interior. “No puedo recordar cuándo pasó exactamente, ni quién me la entregaba”, relata Maritza Las Heras. Recuerda, sin embargo, tres palabras: “Cuídala con tu vida”. “Y yo la escondí, sin tener idea qué era, pero consciente de que era algo importante”. Antes del Golpe, el ballet Pucará ocupaba copias de la Cantata para sus presentaciones. Lo lógico sería que esa cinta magnética haya estado en su poder para hacer las presentaciones en vivo. Pero aún así, es un misterio para Las Heras cómo llegó esa copia original al custodio que se la entregó.
La cinta fue a dar al fondo del baúl. Pasaron décadas, en que se fue cubriendo de telas, cachureos, olvido. Mientras tanto, la Cantata Popular Santa María de Iquique era reeditada, en Chile y el extranjero, “pero siempre desde otros vinilos que encontrábamos, nunca desde el máster, con las frecuencias recortadas, con bastantes limitaciones”, cuenta Eduardo Carrasco, líder de la facción de Quilapayún que reside en Chile. Por eso, hace cerca de una semana -a casi 40 años de dar por perdido el registro original de la Cantata- el músico caminaba sin expectativas hasta una casona en La Reina, tras recibir el llamado de Las Heras: “Eduardo: encontré algo”.
Hace un par de semanas, Maritza Las Heras se mudó desde Las Condes a La Reina. Ordenó el baúl y al fondo, en la misma bolsa plástica en que se la habían entregado, estaba la cinta. “Lo tomé en mis manos y me vino todo de regreso. ¡Mi madre, yo no me puedo quedar con esto!”, fue su reacción. Todos esos años, la bailarina siguió en contacto con los músicos de Quilapayún, aun cuando permaneció viviendo en Chile durante la dictadura militar. Así que telefoneó a Carrasco. “Yo lo tomé, lo examiné, no lo creía. No sabía qué era, de dónde había salido”. En la caja de cartón, bajo la leyenda de “RCA Magnetic Tape”, sin embargo, estaba el último ingrediente para el desconcierto: “Santa María de Iquique, Cantata popular. Autor: Luis Advis. Intérprete: Quilapayún”. “Quedé impresionado porque esa era mi letra, con lápiz pasta. Yo había escrito eso, pero no me acuerdo. Era una copia en cinta del original, ahí en mis manos”.
El miércoles, Carrasco y el resto de sus compañeros se reunieron en su casa a escuchar el material, ya traspasado a formato digital de alta resolución por Juan Pablo Carvajal. “Casi no se puede creer lo bien que se conservó, con lo delicadas que son esas cintas. Estaba enrollada al revés, para preservarse mejor, lo que hace presumir que nunca se había tocado”, apunta el músico.
Suena como un sonido que los Quilapayún habían olvidado y justo a tiempo en que la agrupación se apronta, en 2015, a conmemorar los 50 años desde que comenzaron su historia de ponchos negros. Lo que sigue es editarlo, ahora sí, con el original. Jorge Fortune ya está masterizando la copia digital en los Estudios Triana de Santiago y existen conversaciones con Warner Music para editar la versión definitiva de la obra, en CD y en vinilo, para reemplazar todas las que hay ahora en el mercado. “Va a quedar incluso en mejores condiciones que si este proceso lo hubiésemos hecho en los 70”, asegura Carrasco.
“Lo que es yo, hasta acá llego”, dice Maritza Las Heras. No se explica cómo pudo escuchar -incluso ver- la Cantata en vivo sin recordar lo que estaba escondiendo, incluso cuando se conmemoró el centenario de la matanza. “Pero quiero aclarar que nunca sufrí algún peligro por tener la cinta. Alguna vez, alguien me dijo que yo estaba en una lista por subversiva, qué se yo. Pero no se compara con todo lo que pasó gente como Ricardo Palma -el director del ballet Pucará en los 70-, quien estuvo detenido. Los Quilapayún en el exilio. Yo lo escondí, nada más”. Ahora, el baúl está cerrado y los versos iniciales del pregón de la Cantata, tal como fue registrado por primera vez, vuelve a resonar preciso: “Venimos a contar, aquello que la historia no quiere recordar”.
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