La Tercera
Ernesto Clavería cuenta cómo pasó de ser el hombre más poderoso del espectáculo chileno al anonimato total en Puerto Rico.
por Claudio Vergara
En algún momento, podía irrumpir en un restaurante y quedar ubicado en una mesa preferencial, en caso de que el garzón advirtiera su estatus. En otro, manejaba millones y los repartía entre los artistas con que alimentaba la televisión de etiqueta, actitud flemática y horario estelar. En alguna mañana de hace 21 años, Jon Bon Jovi podía ofrecer una entrevista radial en el Sheraton y resumir en su nombre todas las bondades de su estadía. En una noche de 1989 en que Santiago cambiaba para siempre, podía estar cerca de Rod Stewart para ver sólo a metros ese truco de patear balones de fútbol desde el escenario.
En los 90, Ernesto Clavería fue el hombre más poderoso de la industria de conciertos del país y el pionero absoluto de la era de los megaeventos, que hoy disfruta de su mayor bonanza. "Y yo me siento el mejor. Quizás hasta hoy", enfatiza. Pero hoy, difícilmente un mozo correría a reservarle un rincón exclusivo en algún recinto santiaguino. La televisión que ayudó a inventar ya no existe y Stewart anunció esta semana la venta de entradas para su tercer concierto en Chile, en un estadio de La Florida que en 1989 sobrevivía con tablones de madera, y con Clavería situado a kilómetros de distancia, sin esquivar pelotas de fútbol, pero resistiendo los embates del huracán Irene, que hace unos días azotó su actual casa en Puerto Rico. Su presencia en la web se vincula con alitas de pollo congeladas, gelatina de pescado, aceites y vinos, y se remite a su jefatura en una empresa de exportación que triangula productos entre EE.UU., Puerto Rico y Chile.
Está claro: Clavería dejó hace años de ser un protagonista del espectáculo nacional. Mientras hoy un puñado de productores batalla a los codazos por publicitar la visita de sus estrellas, él huyó para siempre de los megaeventos, con la intención de sepultarlos y de que quedaran apenas como un buen recuerdo. Ya no cree en la era que el mismo originó a través de su firma, Prodin, y perdió la fe en un pasado que cada cierto tiempo merodea como moscardón y que lo sitúa no sólo como el hombre que puso a Stewart en el Nacional, sino que también como el ejecutivo que trajo por primera vez a Soda Stereo, Charly García, Santana, Phil Collins e instancias como Rock in Chile.
Ganó dinero ("no demasiado", aclara), pero empezó a tropezar con la falta de experiencia y los pecados del período embrionario de los espectáculos masivos, hasta rematar con pérdidas que precipitaron la cuasi bancarrota y el éxodo definitivo del negocio y del país.
"El espectáculo es mentiroso. El espectáculo miente. Es una bicicleta. Nuestro método para ganar dinero era así: teníamos ingresos fuertes a través de los artistas que llevábamos a canales y de los eventos promocionales. Con eso cubríamos el hoyo que nos dejaban los megaeventos, porque no daban ganancias. Los artistas internacionales no dejan ganancias, sólo prestigio y poder. Si no hubiéramos hecho conciertos, habríamos ganado muchísimo dinero", dice, al teléfono desde San Juan, con un acento salpicado de timbre boricua.
Thriller
Y si toda buena historia necesita de personajes idóneos, Clavería es dueño del guión perfecto: en este thriller, el antagonista es Michael Jackson. En 1993, el chileno cerró su debut en la capital y agendó dos shows en el Estadio Nacional. El desenlace rasguña la leyenda: a última hora, el artista decidió cancelar su primer espectáculo debido a una dolencia muscular.
Para Clavería, fue simple: "Simple: ese día me llamó mi asistente y me lanzó: 'Afírmate: no hay concierto'. Le corté, llamé al jefe de seguridad del estadio y le dije que cerrara las puertas. Los dos recitales no estaban vendidos al 100%, pero sí se despacharon hartos boletos. Yo nunca vi nada raro en Jackson, salvo que esa misma noche se quedó encerrado en una puerta de emergencia del hotel, porque se había puesto a jugar con unos niños con los que viajaba, pero que también andaban con sus padres. Pero nunca vi nada de pedofilia".
Si la resolución del impasse suena simple, lo que vino abrió la tragedia. El "Rey del Pop" cumplió finalmente con el segundo concierto, el 23 de octubre de 1993, pero trazó un acertijo: Clavería tenía la opción de dejarlo con orden de arraigo en Santiago para obligarlo a pagar lo acordado, pero la maniobra impediría su viaje a Lima, donde su misma empresa tenía fijado dos recitales. "Era todo un ajedrez", ilustra, casi en un simbolismo con la mutación claroscura del estadounidense.
Finalmente, lo dejó ir. Pero la revancha de Jacko fue doble: tomó su avión privado y enfiló en silencio hacia México, cancelando también su debut peruano. O sea, no comió ni dejó comer. A partir del entuerto, el ejecutivo se decidió a abandonar la industria de la música. No quiere revelar cuánta plata perdió, pero todo lo sintetiza en un concepto que abre terreno a los cálculos voluminosos: "Una fortuna".
"Todo eso aceleró nuestra salida del espectáculo. Ganábamos, pero cada día que pasaba te dejaba menos. Además, era la época en que un artista te dejaba ganar lo que él quería que ganaras. Por contrato, te preguntaban cuántos tickets ibas a vender. Pero hicimos el show más apoteósico del momento. Y lo hizo Clavería. Punto", acota en tercera persona. Su renuncia también dio pie al mito. Se dijo que había escapado del circuito y de Chile hundido en numerosas deudas y en un agujero financiero cada vez más ancho. Clavería zanja: "En su gran mayoría, las saneamos. Otras murieron solas. Otra gente nos ayudó y no nos cobró. Pero no quedaron problemas, puedo volver a Chile. Fui hace unos años".
Tras el fatídico 1993, Prodin demandó a Jackson y Mamma Concert, la empresa que manejó el tour. Una corte de Los Angeles tipificó la falta del "Rey del Pop" como Rico Act -una de las penalizaciones más graves de EE.UU.- y obligó a su séquito a devolver toda la plata adeudada a los chilenos. Eso sí, en otro movimiento maldito, la firma se declaró en bancarrota y los jueces determinaron que Clavería sólo recibiera un porcentaje ínfimo de indemnización.
Pero, como si la vida fuera un moonwalk, ese paso patentado por el propio Jackson y donde se avanza en reversa, el productor encontró una bocanada en el propio round con la megaestrella: dentro del bufete de abogados que lo asesoró, existía un puertorriqueño que le ofreció instalarse en su país con una fábrica de CD, en días en que el formato imaginaba su actual agonía como un mal chiste.
Ante el escenario, en 1996 aceptó la oferta y se mudó a San Juan, donde lideró proyectos editoriales y plataformas de internet, aparte de encabezar la empresa Dinco. Hoy no está Jackson o Santana, pero sí hay cargas de papas, cebollas o aceites que transar por el mundo. "Mi vida está llena de cosas, pero tranquila. En Chile no tenía tiempo ni para dormir. No tenía vida. Y ya no soy rico. Lo fui alguna vez, pero ahora soy un simple mortal". Como mortal, hoy tiene departamentos en San Juan, Los Angeles y Florida. Vive con su pareja colombiana, le gusta el tenis y de manera irregular lee diarios chilenos "Me quiero seguir limpiando", dice el hombre alérgico a las entrevistas.
En el pasado, su vida como mortal acredita que nació en Santiago y, a principios de los 70, estudió Ingeniería en la Universidad Federico Santa María, de Valparaíso, donde se hizo cargo de las actividades recreativas. Levantó festivales, donde programaba indistintamente a Los Huasos Quincheros y Quilapayún. Fue el punto de no retorno: dejó las matemáticas por la música. Movió artistas para los estelares y se ganó la confianza de peces gordos como Gonzalo Bertrán. En los 80 se asoció con Jorge Saint Jean, hoy esposo de Myriam Hernández, para inaugurar Prodin. Hasta que creció su apetito y se atrevió con Stewart.
Hoy reconoce que fue uno de los pocos proyectos con números azules. Como contraparte, armó la cita que, para muchos, fue la alerta de su debacle: Rock in Chile, el festival de 1990 que tuvo a Clapton, Bryan Adams y David Bowie. El ejecutivo sigue: "Fue un fiasco. Un mes antes sabíamos que íbamos a perder 500 mil dólares. Todos vendieron bien, salvo Bowie. Un desastre, no vendió nada".
¿Cómo fue posible que viviera de los shows y que hoy gocen de un gran momento?
Muchas veces sabíamos que íbamos a perder, pero hacíamos los conciertos por deber. Hoy hay un gran porcentaje de recitales que se suspenden y se les atribuye a los cambios de agenda, pero casi siempre es porque no vendieron tickets. Hoy todo está sobredimensionado. Si hay entre 15 a 20 eventos al mes es mucho. El público no da. Todo es cíclico y las aguas ya volverán a su cauce, y va a haber cuatro shows por mes. La gente no vive para pagar tickets.
¿Qué le genera recordar su era de los megaconciertos?
(Suspira) No me genera nada. Satisfacción, pero no mucho más. Ya tuve mis laureles, pero no puedo dormirme en ellos. Me han ofrecido volver, pero mi tiempo ya pasó, no me involucraría en algo en que no creo y en lo que ya fui el más grande.
1 comentario:
Interesante noticia. Yo trabajé como intérprete (traductor) para el equipo de Erick Clapton, en el megaevento Rock in Chile. En esa época el desaparecido instituto de inglés Eurotron manejó a los intérpretes. Carpe diem!, Fernando.-
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