El Mercurio
Juan Antonio Muñoz H.
Al fin volvió la ópera en plenitud al Teatro Municipal de Santiago, con todos los elementos propios del género y la orquesta en el foso. La alegría del público fue evidente, expresada en un prolongado aplauso al término de la función. Lamentablemente, había muchas localidades disponibles; la inseguridad que afecta al centro de la capital ha incidido en que parte importante del público no se atreva a salir.
Manon, el personaje creado en 1731 por Antoine François Prévost, se halla en la génesis del mito de la mujer fatal desarrollado en el siglo XIX, cuyo poder de atracción trae un final triste a ella misma y a quienes conquista en su camino (en este caso, el chevalier Des Grieux). Vuelve al Teatro Municipal de Santiago, después de 41 años de ausencia, “Manon” (1884), de Jules Massenet, con libreto de Henri Meilhac y Philippe Gille.
Si la “Manon Lescaut” de Puccini es pura pasión a la italiana, la mirada de Massenet es francesa, exquisita y algo empolvada también. Con sus libretistas, el compositor pulió el personaje descrito por Prévost y también resolvió eliminar algunos fragmentos que le parecieron más escandalosos. Massenet escribió “Manon” para la Opéra Comique de París y plasmó en la partitura todos los recursos de la Grand Opéra: desde retrotraer al auditor a formas musicales antiguas, como el minué y la gavota, hasta la inclusión de un ballet (excluido en la presente versión), agregando el uso de motivos para los personajes principales, a la manera de Wagner, de quien Massenet era admirador: solo para Manon hay al menos seis leitmotivs que sirven para dar cuenta de su complejo carácter y también de los cambios que para ella depara el destino.
Al frente de la Orquesta Filarmónica, Maximiano Valdés, en un repertorio de su total dominio, exprimió la riqueza melódica de la partitura y supo destacar la imaginación del compositor y relevar la belleza de los preludios, como ocurrió en el del segundo acto, donde se escuchan los motivos de Des Grieux, a cargo de las cuerdas graves, y de Manon, por los violines. Fue bellísimo cómo, en la llamada “Aria del sueño” (“En fermant les yeux”), Valdés generó, bajo las líneas vocales, un clima poético cautivador, gracias a un cuidado trazo de ese ensamble de violines, oboe y flauta. Desde el inicio, su dirección fue respetuosa con las voces y centrada en la intimidad de la escritura orquestal, a la vez que logró crear una atmósfera transparente que permitió escuchar y disfrutar de muchas frases instrumentales solistas que suelen perderse en el entramado. Además, fue puntilloso en los tiempos durante el tan vertiginoso tránsito musical que impone la profusión de diálogos breves de los personajes secundarios.
La acción se desarrolló sin problemas sobre un curioso espacio único en tonos verde-azulados que contenía cuatro módulos móviles de escaleras para las diversas escenas (escenografía de Daniel Bianco), que sirvieron al régisseur Emilio Sagi para crear algunos cuadros de cierta belleza escultórica en la escena del Cours-la-Reine, con personajes a diversas alturas. Esto mismo facilitó el desarrollo teatral del acto segundo, más íntimo, y que exige que las parejas Manon-Brétigny y Lescaut-Des Grieux tengan conversaciones aisladas en paralelo. Muy bien conseguido por Sagi el desarrollo abigarrado del salón de juego en el Hôtel de Transylvanie, de tan complejo armado teatral y musical. Un gran aporte fue la iluminación de Eduardo Bravo, que supo plasmar el ambiente emocional de cada momento. Todo esto, vestido por Pablo Núñez, cuyos trajes son un lujo de imaginación y factura.
Comparable en intensidad y variedad con Violetta Valéry (“La Traviata”), Manon es una dura empresa para quien la encarne. La soprano española Sabina Puértolas fue un puntal vocal y dramático, y supo habitar las facetas tan diversas del personaje. Fue la joven ingenua e irresponsable del primer acto; la mujer que siente compulsión por el lujo y la vida cómoda y que, aunque sufre, abandona a su amante de manera calculada, en el segundo; la encarnación de la frivolidad y la seductora implacable, en el tercero; el símbolo de la corrupción, en el cuarto, y en el quinto, aquella que expía sus culpas con la muerte. Representar todo ese arco expresivo no es fácil; mucho menos con las exigencias vocales por delante. Sabina Puértolas es una soprano lírico-ligera que no posee una voz deslumbrante, pero sí tiene algo más importante: sabe decir y adecuar la intensidad de su fraseo al desarrollo psicológico de Manon. Su material vocal lució en los sobreagudos y en la coloratura, pero tampoco faltó peso en los momentos más dramáticos; de hecho, su canto tuvo la fuerza esperada en la escena de Saint Sulpice, donde además causó gran impresión al descubrir su belleza ante el novicio Des Grieux. Fue entrañable la forma en que encaró la doliente “Adieu, notre petite table”, una de las mejores páginas de la ópera.
Al comenzar la función se explicó que el joven tenor mexicano Galeano Salas estaba aquejado de un cuadro alérgico, pero que había resuelto cantar. No hubo nada que temer. Ganador en 2018 del Grand Prix del III “Concurso de Canto Éva Marton” (Hungría) y actual miembro de la Ópera de Múnich, Salas es un cantante destinado a una destacada carrera internacional. La belleza de su timbre y su musicalidad se unen en él a una noble línea de canto y a una innata capacidad para cincelar las frases. Si trabaja mejor los reguladores y busca los claroscuros y las medias voces, sin duda su Des Grieux será requerido por los mejores escenarios. Estuvo notable en sus comprometidas arias (“En fermant les yeux” y “Ah! fuyez”) y en gran dúo de Saint Sulpice.
El Municipal de Santiago consiguió un reparto excelente para esta producción, partiendo por el primo Lescaut del barítono Manel Steve, buen actor y sólido cantante. Todos los roles comprimarios estuvieron a la altura: Gonzalo Araya (muy aplaudido como Guillot-Morfontaine), Homero Pérez-Miranda (severo Conde Des Grieux), Patricio Sabaté (Monsieur de Brétigny), Andrea Aguilar (Poussette), Marcela González (Javotte), Evelyn Ramírez (Rosette), David Gáez (Posadero / Portero Saint Sulpice / Croupier), Ismael Correa (Guardia/Jugador), Nicolás Noguchi (Guardia/ Jugador) y Paola Rodríguez (Sirvienta). Como siempre, el Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick) tuvo una actuación impecable en lo vocal y en lo escénico.
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