miércoles, noviembre 16, 2022

Andrés Calamaro: “Soy un antidivo”



 El Mercurio


En medio de una gira latinoamericana, la primera que emprende tras el paréntesis pandémico, el músico argentino habla sobre su trabajo discográfico más reciente, explica por qué prefiere la moda a las tendencias y dispara contra el juicio retroactivo a las letras de las canciones: “Todo es una farsa poscapitalista, peor que mil bombas atómicas”.

Por Nicolás Lazo Jerez. Fotografía Thomas Canet.

Vestido completamente de negro, con un pañuelo en la cabeza a la usanza rockera, Andrés Calamaro apura los últimos versos de “Los chicos”, una canción de su disco “La lengua popular”, de 2007, dedicada a la fraternidad más allá de la muerte. Detrás suyo, en una pantalla gigante que domina el escenario del Movistar Arena, comienzan a proyectarse, uno por uno, los nombres y los rostros de esos “amigos que se fueron primero” a los que alude la letra. Los vítores de la audiencia, confundidos con el sonido de la guitarra eléctrica, estallan ante la imagen de —entre otros— los músicos argentinos Federico Moura, Miguel Ángel Peralta, Luis Alberto Spinetta y Gustavo Cerati. El último aplauso, sin embargo, va dirigido al hombre de 61 años que, ahí delante, lleva casi dos horas entonando éxitos. Andrés Calamaro se deja querer y devuelve el saludo con un movimiento teatral que imita los gestos de un torero.


Así, entre el fervor y la nostalgia, fue el reencuentro del cantante y compositor bonaerense con el público de Chile el 6 de noviembre.


—Me tratan como a una leyenda viva; los recitales se dan muy bien casi todos —escribe a través de un correo electrónico—. Volvieron mejores. Ni siquiera me explico por qué.


La gira de Calamaro está precedida por la publicación de “Dios los cría” (2021), un álbum de 15 pistas que reúne canciones suyas versionadas junto a voces de la música hispanoamericana, como Julio Iglesias, Raphael, Alejandro Sanz y Julieta Venegas.


—¿A qué artista de la historia —que ya no esté con nosotros— le habría gustado incluir en la nómina?


—Es un poco cruel pensar en eso. Me gustaría haber contado con artistas vivos y sobrevivientes como Willie Nelson, Diego el Cigala o Joaquín Sabina. De los otros, los que ya no están: con casi todos.


La lista de colaboradores también contempla a Mon Laferte. “Mejor imposible”, responde el cantante cuando se le pregunta sobre la participación en el disco de la viñamarina radicada en México.


—La estimo y le admiro mucho. Cómo crece en el escenario, es virtuosismo puro. (La canción) “Tantas veces” no es un tonalidad que le ayude a brillar: estaba grabada para un varón, este cantante. Pero no se quejó de nada, cantó con dulzura y generosidad. En el video ilumina la pantalla cada vez que aparece.


Por si no fueran suficientes novedades, Calamaro lanzó a fines de octubre una reedición de lujo —generosa en material inédito— de “Honestidad brutal”, un disco doble considerado clave tanto en su carrera como en la historia reciente del rock argentino.


—Una grabación valiente y divertida —recuerda hoy, a 23 años de la experiencia original—. Nos dimos todos los gustos. Todos. Terminábamos una gira exitosa con (el disco) “Alta suciedad”, había escrito unas letras y entramos a grabar sin planes lo que terminó siendo una grabación de novela.


El impulso creativo, eso sí, está lejos de haber quedado atrás. De hecho, asegura el músico, él sabe cómo enfrentar la amenaza del bloqueo mental. “Un problema que no tiene solución no es un problema”, plantea al respecto. La frase, que él mismo recoge en la canción “Dice un proverbio chino”, sugiere un resumen de su método de trabajo.


—Los músicos, cuando grabamos o tocamos en las giras, no sufrimos bloqueos, porque la música transcurre en tiempo real. Una gira es un compromiso de dos años con el público y con los compañeros que viajan conmigo, y hay 50 formas distintas de grabar un disco. Contemplo varias fórmulas posibles para romper un bloqueo creativo, pero dudo de que existan soluciones mágicas. ¡Tampoco lo descarto del todo!


Entonces enumera las condiciones necesarias para sobrellevar cualquier posibilidad de sequía artística:


—Escribir mucho, escuchar mucho, creer en la música, olvidarse del cuerpo, no mirarse el ombligo y no cagar arriba del culo. Todo junto funciona.


La insumisión


Con más de 40 años sobre los escenarios, la vida de Andrés Calamaro acaso parece destinada a la leyenda con la que se lo identifica ahora. Recién salido de la adolescencia, empezó a integrar conjuntos musicales de géneros diversos, como Raíces y The Morgan. En este último grupo, luego bautizado como Proyecto Erekto, coincidió con Gustavo Cerati y Héctor “Zeta” Bosio, luego convertidos en figuras gracias a Soda Stereo.


Durante los años 80, Calamaro tuvo un aplaudido paso por Los Abuelos de la Nada y se incorporó a la banda de apoyo de Charly García. En mitad de esa década, inició una carrera como solista que hoy suma más de una veintena de álbumes —entre trabajos de estudio y shows en vivo— y acumula múltiples premios, incluidos cinco Grammy latinos. Los años 90, en tanto, marcaron el salto internacional. Algunos de los hitos de la época fueron su performance al frente de Los Rodríguez y la gira por la España de fines de siglo como telonero de Bob Dylan.


—¿Suscribe la idea nietzscheana según la cual “sin la música, la vida sería un error”? ¿Cuáles han sido sus vocaciones paralelas?


—Suscribo las frases cortas de Nietzsche. Paralelamente, saco fotos, escribo versos. Me encanta conversar con amigos, escuchar y comentar cuestiones musicales, políticas o abstractas. Tengo escrito un guion de cine. Tampoco mucho más. Estudio la salsa, el blues y los toros. La música ocupa más tiempo que espacio. Una gira o un disco llevan un rato.


Poco después, se describirá a sí mismo de este modo:


—Soy una persona normal que compra la comida, con una vida propia; uno que va a sitios normales a comer o tomar café. En la gira y en el estudio somos todos iguales. Todos con responsabilidades y conviviendo como camaradas. Soy un antidivo. Suscribo con Schopenhauer, Cioran, Lemmy (Kilmister) de Motörhead y Héctor Lavoe. Nietzsche tampoco es sencillo de leer. Lo estudié con 25 años, pero lo dejé porque me fundía los estados de ánimo. No estaba listo para tanto optimismo.


El éxito no lo ha llevado a ocultar posiciones controversiales. En ese ámbito, su afición por la tauromaquia es, probablemente, lo que le ha valido más críticas. Pero “el Salmón”, como lo apodan sus fanáticos, a menudo nada contra la corriente. “No termino de creerme una serie de tendencias por el simple hecho de ser tendencias”, se lee en su libro “Paracaídas & vueltas: diarios íntimos”, de 2015.


—¿Qué tendencia actual es la que le inspira más desconfianza o perplejidad?


—Todas las tendencias. Prefiero las modas, porque valoran lo estético. El animalismo es de una necedad criminal; el imperio de la mentira, las muecas de la nueva inquisición, esta falsa distribución de subsidios y derechos que reclaman las minorías de piel blanca y clase media. No sé en qué mundo se creen que viven.


Mientras esperaba que el mundo recuperara algo de la normalidad prepandémica, Andrés Calamaro compuso música, vio fútbol y hasta escribió un diario en décimas.


—¿Qué piensa del juicio retroactivo a las letras de las canciones?


—Es un delirio tan exagerado que ya es gracioso. Chivatos y delatores persiguiendo artistas y rockeros: lo mismo de siempre. Ahora son peores que la policía y la religión. Todo es una farsa poscapitalista, peor que mil bombas atómicas. Todos los árboles de Navidad incendiados del mundo.


—¿Qué salida ve, si lo cree posible, a la fractura social y política que vive Argentina?


—Argentina es un gran país. Contiene la dulzura del folclore y un tesoro cultural de cien o más años. Buenos Aires —que nunca duerme— es una mezcla de París y Ciudad de México, una ciudad peligrosa y cosmopolita, cultural, popular y rockera. Insegura pero fraternal. Ya sobrevivimos a todo, caminamos en la cuerda floja hasta no distinguir el cielo del suelo. Manejamos el sarcasmo, la ironía y el humor negro. Eso nos hace la vida más entretenida. Eso y el culto a la amistad.

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