domingo, noviembre 27, 2022

Pablo Milanés: el amor y el desamor de un trovador universal


 El Mercurio


Pablo Milanés fue uno de los pilares de la Nueva Trova en Cuba, un movimiento musical que influyó en toda Iberoamérica, llevando la canción de autor a nuevas alturas, en el camino iniciado por Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, entre otros.

JUAN PABLO GONZÁLEZ U. Alberto Hurtado / U. Católica de Chile

Fue en la capilla del Campus Oriente de la Universidad Católica, una mañana de abril de 1998, donde Pablo Milanés nos cantó “Yo pisaré las calles nuevamente”, la emotiva canción a Santiago que había compuesto poco después del golpe de estado de 1973. Se trataba de un encuentro del trovador cubano con los estudiantes chilenos, donde aquella canción adquirió todo su significado, como si la hubiera escrito para ese preciso momento. Pablo Milanés había estado por primera vez en Chile en septiembre de 1972, junto a Silvio Rodríguez y Noel Nicola, gracias a las gestiones de Isabel Parra, quien los había conocido en el momento en que iniciaban el movimiento de la Nueva Trova Cubana, que tanto impactaría en el mundo. Es así como Milanés pisaba nuevamente las calles de Santiago y lo hacía ante el mar de lágrimas que inundaba la capilla.


Del feeling al filin


Es que Pablo Milanés sabía calar hondo en el sentimiento humano, pues su trayectoria había comenzado con el estilo sentimental e intimista de la canción cubana de los años cincuenta basado en la poética de lo cotidiano, que revitalizaba el bolero con las armonías del jazz, cruce que funcionaba muy bien en la guitarra. Ese era el filin, que conoceríamos con Omara Portuondo en el rescate de Buena Vista Social Club de mediados de los años noventa, y también con algunos boleros de César Portillo de la Luz, como “Contigo en la distancia”, popularizado por Lucho Gatica en el mundo. Sin embargo, poco supimos de los clubes nocturnos de La Habana activos hasta mediados de los años sesenta, como el Saint John, El Gato Tuerto o el Karachi, donde un joven Pablo Milanés absorbía todo el sentimentalismo y vuelo melódico del filin con los que impregnaría su obra.


Al igual que Lucho Gatica, que había llevado el bolero del cantar al decir, Milanés afirmaba que el filin “hay que decirlo”, poner voz, sentimiento y corazón. A lo largo de su carrera grabó cuatro discos dedicados a este estilo y lo cultivó desde muchas de sus canciones y sobre todo desde su forma de cantar, que es íntima y delicada en “Yolanda”, donde duplica el canto con su propio falsete, pero que también despliega con fuerza en “Canción por la unidad latinoamericana”, llegando a combinar delicadeza y potencia en una misma frase, como en “Creo en ti”.


Con el decidido apoyo de su madre, Pablito, como le llamarían sus cercanos, participó desde los seis años en concursos radiales de aficionados, ganándolos todos. En su casa se escuchaban diariamente programas de boleros, sones y trova cubana, géneros que luego versionó, sumando habaneras y repertorio tradicional. Es que Pablo Milanés desarrolló su extensa carrera artística no solo con sus canciones, sino también con canciones de otros, lo que lo fortaleció como intérprete, que es lo que muchos de sus seguidores destacan de él. De este modo, a los diecinueve años, cuando ya cantaba en los clubes nocturnos de La Habana, sus canciones se empezaban a difundir por la radio, haciendo avanzar el filin hacia lo que vendría después.


Siempre atento a su pasado y a su presente, a Milanés le llamó la atención la popularización de un estilo neobarroco en los años sesenta, con las versiones jazzísticas de Jacques Loussier y vocales de los Swingle Singers de música instrumental de Bach, por ejemplo. Estos últimos colaboraban con Michel Legrand, autor de la música de “Los paraguas de Cherburgo” (1964), que impactó tanto a Pablo Milanés que adaptó al español las canciones de la película. Buscando siempre lo nuevo, comenzaría a plantearse la necesidad de innovar también con la canción cubana, logrando la confluencia de la guajira y el son, géneros olvidados en la ciudad, con propuestas modernizantes. Es que Milanés no fue un músico aislado, sino entretejido en una tradición centenaria que llevó a las innovaciones del filin, como en su canción “Mis veintidós años”, grabada en 1968 por Elena Burke, aunque “Años”, donde Pablo canta “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, es un ejemplo más conocido de esa mezcla.


De la prisión a la gloria


Pablo Milanés había empezado tempranamente a expresar su desilusión con el modo en que los ideales de la revolución se estaban llevando a cabo en Cuba. Parecía que las utopías cuando se hacían realidad se transformaban en distopías. Es así como en 1966 fue enviado por el régimen a una de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, UMAP, que eran campos de trabajo forzado creados con la finalidad de “reeducar” a jóvenes homosexuales o que expresaban disidencia con el régimen, pero a los que también enviaban presos comunes. Sin poder soportar lo que el propio Pablo describiría más tarde como un campo de concentración estalinista, terminó fugándose, aunque luego tuvo que entregarse a las autoridades en La Habana, que intentaron seguir “reeducándolo” hasta fines de 1967.


Una vez liberado, continuó su camino de alabanza y crítica a la revolución, ambas expresadas con la misma intensidad. De todos modos, logró ser acogido por instituciones culturales y artísticas cubanas, como Casa de las Américas, organismo no gubernamental dedicado a la promoción del arte y la cultura, y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, donde junto a Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Sergio Vitier fundó el Grupo de Experimentación Sonora bajo la dirección de Leo Brouwer. Allí estos jóvenes desarrollaron un trabajo de aprendizaje y creación orientado a la música para cine. De este modo Pablo Milanés completó una formación iniciada en el conservatorio, pero continuada en la calle, conoció repertorios musicales diversos y quedó en condiciones de dar el siguiente y definitivo paso junto a sus colegas: la creación del movimiento de la Nueva Trova Cubana.


Casa de las Américas, bajo la dirección de Haydée Santa María, había acogido los gérmenes de lo que sería este movimiento con la organización del Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta en 1967 y del primer recital de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez juntos al año siguiente. Es así como Casa cobijaba esta nueva forma de hacer canción bajo un marco cultural y político más que comercial y nocturno. De este modo se formalizaba en Cuba la corriente renovadora de la canción de autor que ya venía desarrollándose en el Cono Sur de América desde hacía más de una década con los aportes de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti, Patricio Manns y Víctor Jara. Todos interpretando sus propias canciones de letras poéticas y de compromiso social, y buscando desde la guitarra sumar tradición y modernidad. Varios de ellos también cayeron presos, murieron o tuvieron que partir al exilio por sus canciones.


La organización en 1967 del Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta permitió aglutinar en La Habana a medio centenar de cantores dispersos por América Latina, Estados Unidos y Europa que tenían en común la preocupación por denunciar injusticias sociales desde la canción, pero que no tenían la noción de formar parte de un movimiento. Es así como a los pocos meses de la trágica muerte de Violeta Parra, asistían a este festival sus hijos Ángel e Isabel, junto a Rolando Alarcón, que lideraba la escena del neofolclor en Chile. En la primera pista del disco doble producido por Casa de las Américas como fruto del festival, Ángel Parra canta “Me gustan los estudiantes”, encendida canción de su madre que también grabó como corto documental en las escalinatas de la Universidad de La Habana, anunciando tantos encuentros por venir de cantautores con estudiantes, como el de Pablo Milanés en la Universidad Católica.


Querido Pablo, querido


En la segunda mitad de los años setenta, Milanés inició su camino definitivo a la internacionalización. Si bien su primer destino había sido Chile, llegaba como un perfecto desconocido, pero luego de su tercer y cuarto disco, “La vida no vale nada” (1976) y “No me pidas” (1978), que incluyen canciones que se hicieron clásicas, se le abrieron las puertas de gran parte de Europa y América Latina. Comenzó a ser conocido y admirado por el público y por sus propios colegas, produciendo tres discos dobles en que canta con una apreciable cantidad de ellos. El primero, “Querido Pablo”, fue grabado en Londres en 1985 con arreglos de Geoff Westley, e incluye la participación de Joan Manuel Serrat en “Yo pisaré las calles nuevamente”, Mercedes Sosa en “Años”, Silvio Rodríguez en “El breve espacio en que no estás”, además de Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos.


Continuando esta senda, en 2002 publicó en México “Pablo querido” cuadruplicando los músicos convocados, entre los que se destacan Gal Costa en “Amame como soy”, junto a Caetano Veloso, Milton Nascimento, Charly García, Fito Páez y Joaquín Sabina, a los que se suma un heterogéneo grupo con Illapu en “Yolanda”, Armando Manzanero en “Para vivir”, más Ricardo Arjona, Maná y Alberto Cortez. Una perfecta muestra de crossover que incluye además una introducción hablada de otro de sus grandes amigos, Gabriel García Márquez. Lo interesante es que en las voces de otros sus canciones develan las múltiples facetas que poseen, transitando de la balada romántica al rock, rozando la música andina y la nueva canción, visitando la salsa, vistiéndose de pop, pero siempre aflorando el bolero y el filin. Quedamos a la espera de “Pablo querido 2”, que alcanzó a ser grabado antes de la partida del querido Pablo.


¿Qué más puede pedir un artista que ser reconocido por sus pares? Son muchos los premios que se entregan en base a ese reconocimiento y quizás Pablo Milanés no recibió los suficientes, como tampoco recibió las disculpas del régimen cubano por el injusto trato recibido y sus restos yacerán en España por decisión familiar.


Junto al gran nivel de su música y a la organicidad de sus arreglos, resulta evidente la altura poética de muchas de sus canciones, con un fuerte foco tanto en el amor como en el desamor. Viniendo del filin, Pablo Milanés desacraliza el romanticismo, lo hace cotidiano llevándolo a la convivencia del día a día y de ese modo llega a las generaciones del posbolero, menos ensoñadoras y un poco más desencantadas. Tus ojos no son luceros que alumbran la madrugada, pero si me miras, siento que me tocas con tus manos, canta en “Amor”. Como gran narrador, Milanés describe escenas, personas y situaciones con precisión y sobre todo lleva las canciones a un final, las resuelve y, aunque las hayamos escuchado antes, logra sorprendernos con una revelación. En “Yolanda”, por ejemplo, solo la nombra al final.


La cotidianidad del filin llevada a lo político y social produce, en cambio, canciones demasiado concretas, nombrando a La Moneda en “Yo pisaré las calles nuevamente”, o celebrando que es del Caribe en “Amo esta isla”. Entonces donde podemos encontrar su despliegue poético es en las canciones de (des)amor y también existenciales, como las que se enfocan en el paso del tiempo o en el sentimiento trágico ante la muerte. Baste escuchar “Años”, “El tiempo, el implacable, el que pasó”, “Plegaria”, “Otoño”, “Si morimos” o “Cuanto gané, cuando perdí” para darse cuenta de ello. “Otoño” termina diciendo Yo seguiré esperando en mi viejo sillón a que pase el otoño y esta triste canción. ¿Cuándo y dónde habrá conocido el otoño este trovador del Caribe? Mientras es velado en pleno otoño en la capilla ardiente de la Sala Cervantes de Casa de América en Madrid, pienso que por sobre todo, la vida de Pablo Milanés fue testimonio de ética y consecuencia, haciendo que persona, obra y artista se fundieran en uno solo. Sus canciones siguen ahí, es un tesoro por descubrir, pues los artistas no mueren nunca, nos acompañan y reconfortan siempre.

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