El Mercurio
Una oportunidad única para comprender por qué la obra de Stravinsky cambió la historia de la música ofrece el martes la Filarmónica en el Teatro Caupolicán, con entradas a $5.000. Dirige Paolo Bortolameolli.
Romina de la Sotta Donoso
Si se quiere buscar una inesperada consecuencia positiva del incendio del Teatro Municipal, es que el concierto de celebración del centenario de "La Consagración de la Primavera", de Stravinsky, contará ahora con 4.500 butacas para igual número de público. Más del doble del que hubiese podido disfrutar de este hito de la música si la función se hubiese conservado en el escenario de Agustinas y no hubiese sido trasladada, por fuerza mayor, al Teatro Caupolicán, de calle San Diego.
Pero este nuevo escenario, entre muchos otros, acogió a multitudes que aplaudieron efusivamente a la Filarmónica de Nueva York y Leonard Bernstein, en 1958, y a Claudio Arrau, a fines de los 60.
El programa incluye el "Preludio a la siesta de un fauno", de Debussy, y el Concierto para piano N° 3 de Prokofiev, con la solista Muza Rubackyte. Se realizará a las 20:00 horas de este martes (con entrada de $5.000, a beneficio de la reconstrucción del teatro) y la Orquesta Filarmónica de Santiago será dirigida por el chileno Paolo Bortolameolli (30).
"'La Consagración...' es la mejor obra para introducirse en la música clásica. Todo el mundo encontrará en ella resonancias de la música que le gusta. Por ejemplo, los amantes del rock reconocerán momentos que pueden oírse como el origen del heavy metal, en cuanto al impacto rítmico y sonoro, y con una cantidad enorme de cosas sucediendo al mismo tiempo", asegura Bortolameolli.
Becado por la Corporación Amigos del Teatro Municipal, el chileno está especializándose con Gustav Meier en el Peabody Institute, en Baltimore. Lleva un año y medio estudiando esta obra de Stravinsky, con figuras como Bernard Haitink. Además la acaba de dirigir en el Woolsey Hall de New Haven, como parte de su proyecto "RiteNow", en el cual la contrapuso a ocho composiciones que encargó especialmente.
"Ya conocía tan bien 'La Consagración' que la dirigí de memoria. Eso te da una gran libertad, y te permite estar en contacto directo con los instrumentistas y con la música", revela.
Revolución rusa
"Stravinsky trabajó con las numerosas cuerdas de la orquesta como si fueran un solo instrumento gigante de percusión, pero sin perder la riqueza tímbrica propia de la música de cámara. Hay un trabajo muy fino de instrumentación, por ejemplo, en la introducción, con un solo de fagot y un gran manejo de las cuerdas", apunta Bortolameolli. El genio ruso siguió, de esta manera, la huella de Debussy, pero con una orquesta de más de cien músicos.
La revolución de esta obra rusa tuvo varios frentes. Con ella, Stravinsky desarrolló la riqueza armónica que había logrado su maestro, Rimsky-Korsakov, con la escala octatónica. Pero además logró armonías disonantes a través de la superposición de acordes.
"La innovación más importante de Stravinsky fue en el ámbito rítmico", dice el director. Detrás de la repetición aparente, que induce al trance, propone una acentuación impredecible, de carácter ritual, mediante agrupaciones métricas irregulares. "Hay páginas y páginas donde todos los compases son distintos; y la audiencia se incomoda cada vez más al no poder distinguir dónde está el tiempo fuerte. Es un efecto teatral muy intenso, que funciona perfectamente con un ballet que se trata de una virgen que danza hasta morir", cierra Bortolameolli.
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