La desaceleración económica no ha golpeado a la música en vivo: tres recitales en el Estadio Nacional casi agotaron sus tickets y un 12% de los mayores de 15 años va al menos a un show al mes. Aquí, las razones.
Claudio Vergara/Andrés del Real
Un fanático llega a las boleterías cerca de las siete de la tarde del día anterior a que empiece la venta de entradas de su evento favorito, cuando aún restan 17 horas para que el lugar abra sus puertas, vigilia que tolera con algo de café y frazadas arrojadas sobre el cemento.
La escena luce algo obsoleta, parece arrancada de esos años 90 en que comprar un ticket era una batalla librada entre filas de varias cuadras y nervios hasta la madrugada, pero no. Sucedió a principios de esta semana, en las afueras del Costanera Center, donde pernoctaron varias decenas de personas ansiosas por conseguir un Early Bird para el próximo Lollapalooza, los boletos más baratos del espectáculo y que se agotaron en minutos.
Más allá del éxito habitual de la cita del Parque O’Higgins, el fervor retrata que los chilenos aún siguen comprando de manera masiva entradas para conciertos y no han eliminado de sus gastos a la música en vivo, aunque el país enfrente desde hace cerca de un año una desaceleración económica que siempre golpea distintas áreas del consumo. Aún más: el buen rendimiento se mantiene aunque los propios productores hayan profetizado en 2014 que la sobreoferta precipitaría una drástica baja en el número de shows de los años venideros, ya que la propia audiencia se agotaría de una experiencia que ya no resulta tan novedosa.
Pero el escenario actual ha torcido los peores augurios. El show que Coldplay dio en marzo en el Estadio Nacional agotó todas sus localidades (cerca de 50 mil) en 48 horas, mientras que para el segundo semestre hay dos eventos que superaron las 40 mil entradas adquiridas: Guns N’ Roses y Black Sabbath, ambos en el coliseo de Ñuñoa. Por otro lado, Simply Red, Maroon 5 y Sin Bandera pasaron por Movistar Arena y comercializaron con meses de anticipación casi la totalidad de sus entradas (lo mismo sucedió con Aerosmith y Ricky Martin, con futuro aterrizaje en el lugar). ¿Más? Lollapalooza vendió esta semana 25 mil tickets en su formato “en verde”, o sea, sin anunciar aún a sus protagonistas. El festival Fauna Primavera replicó la misma modalidad y lleva un 80% de su primera tirada de entradas en la calle.
Jorge Ramírez, Gerente general de Agepec -el gremio que reúne a las productoras de recitales en el país- pone un asterisco y arroja su tesis: “Hay un efecto espejismo en esa conjetura, pues de modo paulatino hay menos eventos. Si en 2012 hubo 290 espectáculos masivos, en 2015 se redujo a 190 y este año será igual o levemente inferior. El panorama hoy es una de una oferta permanente, pero más selectiva”.
De alguna manera, esa es una de las razones por la que los fanáticos no bajan la guardia en el consumo de boletos: puede que los conciertos sean menos, pero se ha privilegiado la calidad, la sorpresa o los éxitos seguros. El circuito ha terminado por depurarse. Carlos Geniso, gerente de DG medios y uno de los responsables de la venida de Guns N’ Roses, dice: “Si tienes un contenido muy deseado, con un ícono o una reunión puntual, la demanda será importante y se van a agotar las entradas. Los contenidos relevantes son los que generan la alta demanda”.
En esa línea, el rock clásico canta victoria y tiene a tres shows publicitados con un anzuelo especial. Mientras Sabbath y Aerosmith vienen en sus giras del adiós, Guns N’ Roses lo hace con el retorno de su elenco clásico tras 23 años. El conductor Alfredo Lewin reafirma: “Son shows muy bien promocionados, ya que encontraron un atractivo para enganchar al público. La única razón por la que Black Sabbath de seguro va a superar la convocatoria de 2013 en el Estadio Monumental es porque será la última opción de verlos en vivo, porque se ha venido como una despedida, que en este caso es real”.
Una experiencia real y familiar
Los festivales de música también consiguieron transformarse en hitos únicos, irrepetibles. “Las nuevas generaciones son las que copan los festivales y son personas que escuchan de todo, mucho más abiertos, por lo que no se aprobleman en comprar boletos para un evento que tiene la mayor diversidad de estilos. Además, hoy Chile ofrece festivales y shows con un gran nivel de seguridad y organización, lo que atrae más a la familia, por lo que ha ampliado el público. Por eso la gente lo tiene tan integrado”, postula Maximiliano del Río, uno de los responsables de Lollapalooza, en una suerte de contrapunto con el pasado: en los 90, muchos recitales rozaban el peligro y terminaban por ahuyentar a parte de la audiencia, como pasó con Depeche Mode, Iron Maiden o los propios Guns.
José Miguel Ventura, gerente comercial y de marketing de GfK Adimark, prefiere trasladar a los espectadores los motivos del éxito irrefrenable de la música en vivo. “Hoy estamos inmersos en la economía de las experiencias. Por ello, cada vez cobra más relevancia para las personas poder disfrutar de experiencias a la hora de obtener productos o servicios. Y los conciertos son hoy una de las fuentes de experiencias principales para los chilenos, quizás sólo superadas por los viajes. La vivencia de un show no está ligada al tiempo que dura, sino que se mantiene para siempre”.
Alejandro Alarcón, economista de la Universidad de Chile, acota que tal sensibilidad está sustentada en la masificación de los medios de pago que ofrecen facilidades y que permiten transacciones por internet, otra clave para que la audiencia siga consumiendo en esta área. Según Adimark, en 2015 un 9% de los mayores de 15 años declaraban asistir al menos a un show al mes, lo que este año subió a 12% y se estima que aumentará a 15% en 2017.
Todas cifras que adquieren mayor cuerpo en los relatos de los fans. Alejandro Soto tiene 39 años y ha desembolsado cerca de $400 mil en entradas para Lollapalooza, Rock Out, Black Sabbath, Wilco, Kraftwerk, Iggy Pop y Ana Tijoux. Es probable que su cuenta corriente siga sucumbiendo a medida que aumenten las confirmaciones de nuevos eventos, lo que conlleva un orden personal: “Siempre considero un monto de dinero para conciertos y lo divido en los que realmente quiero ir. Además, en casi todos no compro las entradas más caras. Y sigo yendo porque cada show es distinto y siempre será una experiencia diferente”.
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