Antes de copiar y pegar, un par de acotaciones a esta nota escrita x Mauricio Jurgensen y publicada el día de hoy x la tercera, y aprovechando que es periodista, estaría bueno encargarle un par de cosas
1. Sobre la edición Europea de los dos primeros vinilos de Los Blops, se indica en estas ediciones que el material fue publicado con Licencia de Eduardo Gatti y de Juan Pablo Orrego, si eso no es así, habría que preguntar al sello para resolver la duda del cantautor.
2. En relación a los vinilos de Víctor Jara y que fueron sacados de CD, sería bueno que el periodista hiciera una investigación y se dará cuenta que casi el 100% de las ediciones chilenas en vinilo están hechos desde CD, por ejemplo verá que algunos sellos para mandar a hacer un vinilo, piden que les envíen el audio... "en un CD" o en WAV VER ACÁ
3.En relación a las Ultimas composiciones de Violeta Parra, los masters están en poder del señor Valdebenito. Y ahí hay un pequeño error, si bien él es el dueño de los masters, no es dueño de los derechos de autor, por lo tanto si es que "recibe millonadas", algo que no me consta, es por licenciar el material que corresponde al ser dueño de los master, y por ende actúa como productor fonográfico, no como dueño de los derechos de autor. Estos derechos de autor, independiente de quien sea el dueño de los masters, siguen perteneciendo a los herederos de Violeta Parra. Ahora creo que sería una buena tarea del periodista el realizar una investigación de cómo fue que la Fundación Violeta Parra editó este disco sin tener los derechos del productor fonográfico, disco que está disponible en el Museo de la folklorista.
4. Y sobre la discoteca, hace años que me di cuenta que no existía, e hice algo al respecto acá
DISCOTECA NACIONAL CHILE
Ahora les dejo la nota de opinión, al que le falta varias cuotas de periodismo, pero con respeto...
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Por Mauricio Jürgensen
Honestidad brutal. Consultado hace un par de años sobre la propiedad de los primeros títulos de Los Blops, el músico Eduardo Gatti, miembro fundador de ese grupo pionero del rock en Chile, respondió con un sincero: “No tengo la menor idea”. Tampoco supo cómo fue que hace algunos meses atrás los dos primeros elepés del conjunto de Los Momentos llegaron a tiendas locales en formato de vinilo y a través de una etiqueta española.
Y algo parecido le pasaba hace algunos días a Juan Mateo O’Brien, sobreviviente de los seminales Los Vidrios Quebrados, que miraba con curiosidad una edición británica de Fictions, el disco que grabaron en 1967, sin tener noción alguna de cómo fue que ese título llegó a ser publicado en el extranjero.
El descuido y desorden que ha sufrido parte del catálogo de la mejor música chilena también alcanzó a la reciente reedición en vinilo de los títulos emblemáticos de Víctor Jara, emprendida por la fundación que lleva su nombre. Aunque valiosa en el rescate del arte original, las copias fueron extraídas de la versión en CD y no del master original, según se explicó, por el alto costo de que se le exigía a la fundación.
Y ni hablar del caso más emblemático, de Las Últimas Composiciones (1966), de Violeta Parra, obra fundamental de la música chilena cuyo master está en manos de un antiguo funcionario de la RCA Victor que en 1996 adquirió todo el repertorio discográfico de la antigua RCA (tres mil master de música, entre 1930 y 1980). El mismo que sigue cobrando una millonada por los derechos de autor y que no tiene problema en pasar la factura a interesados internacionales que pagan lo que les pida por reeditar estas “rarezas del fin del mundo” en el extranjero. Lo doloroso, y aquí está el fondo del asunto, es que esta música también tenga la categoría de “rareza” en el país que las vio nacer.
Parte del profundo desconocimiento que se tiene sobre el catálogo nacional tiene que ver precisamente con que está desordenado, perdido o que derechamente no existe. Que más elocuente de eso que sean los mismos autores los que no tienen idean. Y eso no es algo que se vea sólo respecto de títulos muy lejanos en el tiempo. Álbumes relativamente recientes, de hace 20 o 30 años, tampoco se encuentran con facilidad y menos en ediciones que valgan la pena, lo que es en parte responsabilidad de los músicos y productores, pero también de las autoridades competentes que podrían, por ejemplo, habilitar una gran discoteca de la música chilena con lo que todavía es posible recoletar.
Lo que le queda a los interesados particulares es apostar a la suerte y trajinar en ferias libres o mercados de las pulgas (incluso es probable que tenga más suerte en disquerías argentinas o brasileñas) o derechamente convertirse en “coleccionista” y pagar lo que no se tiene por ediciones originales. Esas “rarezas” en que se ubican discos chilenos que acá deberían ser de libre acceso.
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