viernes, septiembre 02, 2011

Homenaje A cien años de su nacimiento: Ramón Vinay, el asesino está de vuelta


 


El Mercurio

Voz de grano ancho, color de barítono y extensión de tenor. Fue el primer gran "Otelo" de la posguerra: "El asesino mejor pagado", como él mismo se definió.

Juan Antonio Muñoz H.

Galerías y plateas se derramaban para aclamar al moro. Otelo sale de la tormenta y la voz de Ramón Vinay penetra oídos y cuerpo con pulso de sexo decidido. Un moro de aristocracia salvaje y nacido en Chillán repleta la escena con su torso de gigante y su metro 90 de estatura, casi desgarrando la garganta para apoderarse del mundo con un "Essultate" mesiánico y desafiante, dispuesto a gozarse en las alegrías del pueblo chipriota y también en la valiente mansedumbre de Desdémona, que escapa de papá y de los lujos de Venecia para ir a mirar las estrellas con su exótico amante.

"Otelo" -grandes, Verdi y Shakespeare- es la tragedia de un mundo doméstico precario, al borde del abismo, reconstituido por la figura del héroe que así destruye el huracán como al enemigo. Que así reivindica la pasión, también precaria e inestable, como intenta restaurar el amor. Y Vinay, el tenor chileno, Otelo, se deja conquistar de nuevo por el canto de su Desdémona y fertiliza su afecto, y se rehúsa a ceder al trabajo del ácido. Vinay-Otelo, noble y bestia, señor y déspota, manos blancas en mente negra, lucha consigo y vuelve a querer a la amada, repite su canto de amor y muerte, poseído celebra la ceremonia del fuego y en él se quema y arde. La voz enorme no se quiebra sino al final, cuando ya la tempestad está yerta, cuando Desdémona no puede sino perdonar.
 
"Que nadie tenga miedo de mí", canta Vinay. Y desaparece la bestia para rugir sólo el hombre, y morir como señor. Como dueño de sí mismo. Atrás quedó el héroe de la batalla, el que hundió barcos, traspasó musulmanes e hímenes. Ahora sólo vive el canto del que va a acabar como asesino, añorando una vez más los labios de la amada, convertidos en altar, en féretro, en lápida. "Él nació para la gloria; yo para amarlo y para morir", anticipa Desdémona.

Otelo-Vinay entra a escena después que la soprano yugoslava Drágica Martinis implora a la Virgen en un abstracto e interminable Amén. Es la bestia ingenua y desquiciada por los celos, hecha un tormento por las mentirosas visiones de su mujer entregada a las manos de Casio. Pregunta decidido si se encomendó al cielo. Ella responde. Se da cuenta que le queda poco. "No me mates, Otelo", grita. Él no la escucha. Drágica-Desdémona muere asfixiada, y mientras lo hace él la posee y ella se deja y hasta lo quiere. Pero la doncella los descubre. "¡Otelo asesinó a Desdémona!". Llegan todos, incluso Iago, el villano. La mujer lo delata; Vinay-Otelo no puede soportarlo. Lo pisa como a una rata. "Nadie me tema". Toma el puñal. "Antes de asesinarte, esposa, te besé". Un susurro.

Sin la atronadora presencia del inicio, la voz de Vinay llena el teatro. Es apenas un murmullo. El noble guerrero-amante-condenado se extingue. La sala, en silencio. Nadie se mueve. Un último beso, y todo concluye.

Galerías y plateas se derramaban entonces para aclamar al moro. Desde la consola, un seguidor buscaba el rostro de Vinay-Otelo en medio de la oscuridad para ponerlo otra vez en las retinas del público. "Cuando yo hacía 'Otelo', la gente salía llorando", dijo el tenor al volver a Chile en 1986.

Llorando así como lo hizo Ramón niño en la Escuela Anexa a la Normal de Chillán, cuando fue escogido para cantar el Himno Nacional. Corría 1918. El tenor tenía entonces siete años. Los profesores lo eligieron. Cantó solo en el patio. En la primera parte, todo iba bien. Se sentía una callada voz de admiración entre los asistentes. Pero entonces los nervios no eran de acero, y el niño se quebró y se puso a llorar. La segunda estrofa quedó suspendida. Como suspendido debe estar también el juicio para narrar que el que quizás sea el hombre que más triunfos líricos diera a Chile, no cantaría en el país sino hasta 1948. De un año antes, 1947, data su versión para el "Otelo" de Verdi, dirigida por Arturo Toscanini; un dato que habla de todo lo que el tenor ya había conseguido en su carrera, coronada con Salzburgo entero en las manos de Wilhelm Furtwängler, en 1951, otra vez con el moro.

Como Bernardo O'Higgins y Claudio Arrau, Ramón Vinay Sepúlveda es chillanejo. Allí nació un 31 de agosto de 1911 y se crió junto a su padre Juan y su madre Rosa. Algunos han dicho que el año del nacimiento fue 1912, pero Rosa, la hija menor del tenor, confirma: "La inscripción de su nacimiento es de 1911, aunque se pudo confundir con la de su hermano Otto, que es de 1912".
 
Con esmeril, cincel y broca, lentamente esculpió su talento. Estudió en México, en el mismo conservatorio y en un curso superior que Jorge Negrete, que partió como tenor lírico y que después dejaría la ópera por el celuloide.

Durante varios años Vinay fue figura secundaria, pero desde 1944 se convirtió en una de las voces más cotizadas del ambiente musical norteamericano. México lo vio arriesgarse como barítono en las largas líneas del Conde de Luna ("El Trovador", de Verdi) y, más tarde, como tenor -qué difícil es, a veces, conocer las voces- en el Don José de "Carmen". Fue este papel el que lo llevó al New York City Opera y al Metropolitan, en 1945 y 1946.

Pero su consagración todavía estaba por delante. Correspondería a Arturo Toscanini sellar el triunfo, lacrar el nombre de Vinay en cúpulas y galerías. En La Scala de Milán debutó en 1947. "Humo blanco ayer, en La Scala", tituló su comentario uno de los críticos italianos más severos de la época.

Siguieron Florencia, Turín, Génova, Bolonia, Detroit y Chicago, nuevamente el Metropolitan, que se convirtió para él en una gran plataforma de lucimiento... Lo tentó Hollywood. Tampoco Bayreuth, sede de los festivales wagnerianos, le cerró las puertas. No podía hacerlo. El nombre de Vinay era una carta segura, y Alemania no podía permitirse no incluirlo en su ciclo de más renombre. Estuvo allí en 1952 y cantó seis temporadas seguidas. Un hito se dice no repetido por otro latinoamericano. Fue Tristán, el adúltero; el incestuoso Sigmundo, y se perdió en el monte de Venus, con Venus, como Tannhäuser. Hay una foto suya en Wahnfried: peregrinación obligada de los wagnerianos chilenos.

"Fui el asesino mejor pagado del mundo", dijo, refiriéndose a "Otelo", convertido en cábala desde que lo cantó por primera vez. Su repertorio abarcó también "Aída", "I Pagliacci", "Don Carlo", "Sansón y Dalila", "Tosca" y "Louise".
 
Volvió a Chile varias veces. "En lo que respecta al arte lírico, hay un entusiasmo aquí que sólo puede compararse con el ambiente de Milán", dijo en una de sus visitas a Santiago. Desde 1963, incursionó nuevamente en roles de barítono, cantando Scarpia ("Tosca"): el moro de Chillán se vestía ahora de fiera encubierta y verdugo, para proclamar frases contra natura ante el altar de una iglesia romana. Y sellando su prestigio de voz inclasificable y absoluta, perpetra la proeza de cantar dos roles de dos óperas consideradas entre las más difíciles del repertorio: fue Tristán y Kurwenal en "Tristán e Isolda", y Otelo y Iago en "Otelo". No siempre convence en estos postreros fogonazos.

El 23 de septiembre de 1969, en el Municipal de Santiago, se retiró de los escenarios, con una función de "Otelo". Canta Umberto Borso el papel titular y Vinay viste la piel de Iago. En el último acto, cambian los papeles y Vinay interpreta por última vez la escena de la muerte de Otelo. La ovación fue interminable.
Atrás quedaba el recuerdo de ese debut como bajo en un concierto de aficionados en el que cantó "Vecchia zimarra" ("La Bohème"), y esa apertura del Palacio de Bellas Artes de México, con "La Favorita" (Donizetti), en 1929. Vinay-Otelo-Tristán-Sansón, casado con Lushanya Tongay (fallecida el 19 de diciembre de 1990), padre de dos hijos (Ramón y Rosa), templo lírico en sí mismo, heredero de Tamagno, Zenatello y Zanelli, animal de escena y hombre de famosa cordialidad y bonhomía, espíritu resuelto, ejemplar de cabrío y artista admirable. Sus últimos años los pasó en una clínica geriátrica de Guadalajara, con su salud mental trizada. Rosa, su hija, cuenta que no dejaba de hablar de su patria y que cantaba "Chile lindo, lindo como un sol". Tras morir en Puebla el 4 de enero de 1995, a los 84 años, de un paro cardíaco, sus restos fueron sepultados en el cementerio de Chillán.

Para escuchar
Hay numerosas grabaciones en vivo de Ramón Vinay y también comerciales. La lista que sigue son algunos de los álbumes disponibles en Amazon, en venta ya sea a través de la tienda web misma o de vendedores asociados a ella.
 
"Otello" (Verdi).
Con Herva Nelli, Giuseppe Valdengo / Arturo Toscanini. Grabado en diciembre de 1947. Más ensayos del 11 y 12 de diciembre de 1947 (Guild).

 
"Carmen" (Bizet).
Con Regina Resnik, Plácido Domingo, Nancy Stokes / Anton Guadagno: 1967, Santiago de Chile (Legato Classics)

 
"Sanson y Dalila"
(Saint Saens). Con Rise Stevens / Fausto Cleva. 14 de mayo de 1953, Nueva York (Walhall).

 
"Tannhäuser" (Wagner).
Con Astrid Varnay, George London, Blanche Thebom / Rudolf Kempe. Nueva York, 1955 (Limited Collector's Edition).


 
"Otello" (Verdi).
Con Dragica Martinis, Paul Schöffler, Anton Dermota / Wilhelm Furtwängler (Opera d'Oro).



 
Ramón Vinay, Historical Recordings from 1947-54.
Fragmentos de "Otello", "Tosca", "Carmen", "Tannhäuser" y "Tristán e Isolda" (Audio CD, 2007)

 
"Lohengrin" (Wagner).
Con Jess Thomas, Anja Silja, Astrid Varnay / Wolfgang Sawallich (Decca)


 
"Otello" (Verdi).
Con Renata Tebaldi, Gino Becchi / Gabriele Santini. Del Teatro San Carlo de Nápoles (Il Mito dell'Opera, Bongiovanni).

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