viernes, octubre 23, 2020

Formidables tardes musicales de Murakami con Seiji Ozawa

 El Mercurio


El novelista y el director de orquesta, dos japoneses célebres en Occidente, se reunieron sistemáticamente para escuchar discos y charlar. Aquellas jornadas de conversación están en el libro “Música, sólo música”.

IÑIGO DÍAZ


En 1962, Glenn Gould interpretó el “Concierto para piano y orquesta N° 1”, de Brahms, con la Filarmónica de Nueva York. Minutos antes ingresó su director, Leonard Bernstein: “Están a punto de escuchar una interpretación, digámoslo así, poco ortodoxa, muy distinta de cualquier otra que yo haya podido escuchar, o incluso soñar (…) No puedo decir que esté totalmente de acuerdo con el señor Gould, y eso pone en evidencia una importante cuestión, ¿qué pinto yo aquí dirigiéndolo?”.


Un testigo de ese tenso momento fue Seiji Ozawa, importante director de orquesta japonés, titular de la Sinfónica de Boston durante tres décadas. Tenía entonces 26 años y se encontraba allí en calidad de director asistente de Bernstein. Ese recuerdo nítido provocó la idea de Haruki Murakami, recurrente candidato al Nobel de Literatura, de rescatar no solo una memoria, sino las reflexiones de ambos acerca de la música, a través de una serie de conversaciones, ahora disponibles en “Música, sólo música” (Tusquets, $19.900), ya disponible en librerías.


En las seis sesiones que sostuvo con Ozawa, Marakami se presenta ante él nada más que como un aficionado. Pero en el transcurso de esas tardes de 2010 y 2011 se revela que si bien no cuenta con conocimientos teóricos sobre música, no se trata en absoluto de un amateur, sino de un auditor sumamente avanzado. Y Ozawa lo detecta muy pronto: sabe que la música le pertenece más a quien escucha que a quien la crea.


Y en las novelas de Murakami queda bien a la vista que esa música tiene el estatus de un personaje más dentro de las historias: desde la primera escena que se describe en “Tokio blues”, con el fulminante recuerdo que asalta al protagonista al escuchar la canción “Norwegian wood”, hasta la presencia estable del jazz. Ello nos recuerda que Murakami regentó un club de jazz cerca de la estación de Sendagaya y fue curador de conciertos.


Entonces, con estaturas igualadas, Murakami y Ozawa hablan de ese concierto de Brahms que puso en tensión a todo el Carnegie Hall con las palabras de Bernstein y la interpretación inaudita de Gould. Reflexionan también sobre el “Concierto para piano y orquesta N° 3” de Beethoven, con los mismos protagonistas y luego lo contrastan con otra grabación del canadiense bajo la dirección de Karajan, que fue el maestro de Ozawa.


Hablan sobre ópera, de “La consagración de la primavera” y de las grabaciones de la “Sinfonía fantástica”, de Berlioz, que Ozawa dirigió con distintas orquestas. Dedican una reunión completa en Tokio a Mahler, pero también comentan cosas más mundanas: las expediciones secretas de Ozawa a los clubes de blues de Chicago, el concierto de los Beatles que no pudo escuchar debido a los chillidos, su gusto por la canción japonesa enka y la balada melódica, además del fastidio que le provocan las tiendas de discos y los coleccionistas. Por supuesto, advierte Ozawa, no es el caso de Murakami, dueño de 10 mil LP.


Murakami tiene algo que decir también: instruye al director en el valor de la música para un escritor de novelas como él. “Nadie me ha enseñado a escribir. He aprendido a hacerlo gracias a la música y por eso lo más importante para mí es el ritmo (...). Soy un gran aficionado al jazz, y por eso determino primero el ritmo. Después añado acordes y comienzo con la improvisación tomándome toda la libertad de la que soy capaz”, dice Murakami.


Ozawa saca sus propias conclusiones: “Tengo muchos amigos a los que les gusta la música, pero el caso de Haruki Murakami supera los límites. Sabe cosas que yo ni siquiera imaginaba”.

No hay comentarios.: