El Mercurio
Este 19 de diciembre se presenta Madonna en Chile. Como reina del pop, ella fue la culminación del proyecto estético y musical de la música disco, que en estos días cumple 40 años de existencia.
J. C. Ramírez Figueroa
Aunque cueste creerlo, Madonna (1958) no surgió por generación espontánea. Su conversión en reina del pop global -mezclando un look sobrecargado, referencias sexuales/religiosas y poderosos hits radiales- no fue tan repentina.
Tampoco fue un producto único en la historia del pop. Más bien en ella confluyen -y se alteran- todas las luchas estéticas y culturales de la música de los años setenta. Partiendo por la provocadora androginia de la primera oleada glam del grupo T. Rex y David Bowie, la música bailable underground y algo de punk. No es casual que cuando llegó a Nueva York, en 1977, ella se muestre tocando la batería en una banda llamada Breakfast Club, hasta decidirse por los sintetizadores del electropop.
Pero fueron las conquistas culturales de la música disco -que está cumpliendo 40 años- las que terminarían configurando su carrera como artista. Incluso podría decirse que Madonna, como figura pública, es la culminación del proyecto iniciado por el movimiento disco. Aquel que se tomó las pistas de baile en la decadente Nueva York de los setenta, integró a las minorías y extendió las canciones -y la fiesta- hasta el infinito gracias a las nuevas tecnologías.
Ese proceso lo explica muy bien el libro "La historia secreta del disco" (Caja Negra, 2012) de Peter Shapiro. La obra demuestra que detrás de "Fiebre de sábado por la noche", la discotheque Estudio 54 o los Bee-Gees, se esconde la epopeya de los marginados -latinos, disidentes sexuales, afroamericanos- por ganarse un espacio legítimo en la sociedad, aun cuando la música que los representaba se hubiera convertido en una moda y objeto de consumo. Después entrarían los raperos, la new wave y los nuevos reyes de la fiesta: Michael Jackson y Madonna.
Es interesante cómo el libro dibuja esa ciudad de Nueva York que trató tan mal a Madonna en sus comienzos, describiéndola como una olla a punto de reventar: descontento en las calles, edificios hacinados, el índice de criminalidad en su punto más alto. Pero, sobre todo, la violencia que arrastraba la ciudad desde hacía mucho tiempo.
Para el autor, no hay otra forma de explicar la música disco que su contexto social. La única escapatoria era vestirse con la ropa más extravagante (cosa difícil teniendo la competencia del punk) e ir a discotheques y clubes más o menos clandestinos. Allí, bailando y conociendo a gente en problemas, sucedía una contradicción entre la idea de comunidad y el individualismo. Para Shapiro, el disco estaba atrapado entre estos dos mundos: los movimientos civiles pregonados por la música soul y el egocentrismo del hip hop que vendría después.
"Fue la última forma posible de integración -la última por seguro en la pista de baile- pero al mismo tiempo contenía en sí misma los elementos simbólicos que vendrían en los años 80: una cultura narcisista que adoraba el cuerpo y el dinero como valores centrales. El disco representaba la utopía del placer a la vez que reconocía sus límites", afirma Shapiro.
Y ese es precisamente el marco donde Madonna trabajaría su imagen tan icónica.
Su individualismo y deseos de complacer a una comunidad de fans con canciones que los interpelaban como "Papa don't preach" o "Like a virgin", garantizaban un éxito sólo si eran puestos en el contexto del baile. Incluso para hablar de prácticas sexuales como en "Vogue", de pecados de la carne ("Like a prayer") o ultraviolencia ("Gang bang"), Madonna utiliza la pista de baile.
Musicólogos como Susan McClary han declarado que sus espectáculos en vivo, con elaboradas coreografías, cambios de vestimenta y trabajo físico excesivo, son "una postura femenina radical ante el mundo". Otros, como Simon Reynolds, autor de "Retromania" y "Después del rock" ven en esas perfomances pura neurosis. Demasiado trabajo y poca conexión con los espectadores. Y cita, este último, a Georges Bataille al decir que "el egoísmo de Madonna la vuelve servil antes que soberana. Madonna es más una profesional de los medios que de la música, que en su mayor parte, a causa de toda su producción barnizada según el estilo del momento, tiene una real falta de textura y de swing". Algo que podría ponerla en desventaja frente a su discípula más aventajada, Lady Gaga, que acaba de visitar Latinoamérica.
Sin embargo, en cada show que ha dado "la chica material" -en los estadios de Israel, México o São Paulo- sus seguidores han caído rendidos ante una máquina de hits, provocaciones (mostrar la ropa interior, dispararle al público con una pistola de juguete), pasos de baile, consignas políticas light y el hecho de estar ante una cantante que ya pasó a la historia. Tan consciente es de ello Madonna que su último disco juega con las letras de su nombre "MDNA", como si fuera una empresa o uno de sus tantos conceptos contenidos en las canciones: "Chica material", "Erotica", "Music".
Pero para ella, todo eso son simples teorías. En una entrevista aseguró: "Creo que al final, cuando eres famoso, a la gente le gusta reducirte a unos pocos rasgos de personalidad. Creo que por eso me he vuelto así de ambiciosa. Digo lo que se me pasa por la cabeza. Soy una persona que intimida".
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