El Mercurio
Melissa Aldana -nieta de Kiko Aldana, el mítico saxofonista de la orquesta Huambalí- vive en Nueva York, pero acaba de estar de paso por Chile. Y, junto con dar una pequeña tocata, aprovechó de repasar su carrera, la que hoy la tiene tocando junto a los mejores jazzistas del mundo. Y, aparte, preparando un disco con su trío The Crash, para lo cual se acaba de ganar un Fondart. Las preguntas parecen naturales: ¿Qué hace una mujer tocando un saxo tenor? ¿Qué hay de nuevo en el jazz? ¿Qué es el jazz? Vamos.
SERGIO PAZ Melissa Aldana tiene 24 años. Y también carácter; mucho carácter. Fuerza. Uno le dice algo y ella responde. Con energía, con chispa. Melissa Aldana nunca se queda callada.
- ¿Tomamos un café?
- No tomo café
- ¿Almorzamos?
- Ya almorcé.
- ¿Nos juntamos en el mall?
- No quiero ir al mall. Ven donde estoy.
- Voy donde estás.
Hay que decirlo: al día siguiente de esta entrevista, Melissa partía otra vez a Nueva York, donde vive. Y, claro, mucho tiempo no tenía tampoco. Aparte, estaba lejos: en la casa de su pololo en el cerro Apoquindo.
Aunque igual Melissa es Melissa.
No por nada alguna vez compitió tocando su saxo en "Quiero ser una estrella" en Miami. Y aunque no ganó, poco después se las ingenió para tocar con Randy Brecker y, ese mismo año, con el pianista Danilo Pérez quien, fascinado con esta chica menuda, que vaya que sabe cómo arrancar notas de furia a su gigantesco saxo tenor, la invitó al Panama Jazz Festival. Ahí Melissa, decidida como ella sola, aprovechó la ocasión y se contactó con la gente de Berklee, la prestigiosa escuela de música, quienes terminaron dándole una beca presidencial para que estudiara con ellos. Y en Berklee trabó amistad con músicos como Greg Osby, Frank Tiberi y George Coleman: este último, un maestro vivo del be bop, quien la invitó a grabar dos discos en su sello Inner Circle Music.
Melissa se las trae. Melissa es seca.
Monk, Thelonius Monk, solía decir que en todo músico hay un matemático. Deber ser.
Respecto a otras mujeres tocando saxo tenor, Melissa dice: "Hay varias buenas, pero para ser honesta, todavía no he escuchado a ninguna que admire. ¿Me entiendes?".
Y respecto a su lugar en la escena, dice: "Soy un aporte al jazz en Nueva York".
Melissa no cree que lo de ella sea tocar y ya. Ella piensa que puede agregar lo suyo: "Tratando de sonar como yo misma, seré un referente. No porque traiga ritmos latinoamericanos, sino porque mis experiencias son distintas. De partida, porque soy mujer y veo las cosas de un modo diferente".
Melissa la tiene clara: "El jazz es una sola cosa y no está relacionado con que seas gringo o chileno. El jazz es una cultura, una manera de sentir la música que ha ido madurando y evolucionando con todas las influencias alrededor".
En Nueva York, Melissa vive una vida particular. Arrienda un departamento en Washington Heights con la 172, en el corazón del Manhattan más latino; ahí tiene el apoyo de leyendas como George Coleman, el maestro que incluso grabó con Miles Davis, quien apoya a Melissa porque encuentra que es seca, buena, capa.
Y lo es: a Melissa la invitan a Canadá, a Europa. Melissa viaja. Toca. Vuelve a viajar.
Cuando está en Nueva York ensaya en su departamento: hasta no más de las 9. Melissa es buena vecina. Y en las noches sale a ver en qué están sus amigos. Va al Village Vanguard, al Smalls Jazz Club, al Blue Note, al Jazz Standard, al Puppets, al Fat Cat, al Kitano. Son tantos. Nueva York, en buena medida, es jazz e improvisación.
"Es como mi vicio, me encanta", dice Melissa.
A veces, ella también toca en Nueva York. Recientemente en el Lincoln Center, donde se presentó con Crash, el trío que tiene con Pablo Menares y Francisco Mela, este último alguna vez baterista de Joe Lovano y ahora de McCoy Tyner. Con ellos, Melissa se ganó un Fondart para sacar un disco este año. Ya el 2012 se había ganado el Altazor por su última producción.
Melissa nació en Santiago y de chica vivía en Independencia. Un día, a los 6, tomó una caja que su papá atesoraba en un closet. Lo abrió; ahí estaba el saxo alto de su abuelo: Kiko Aldana, mítico saxofonista de la Huambalí, quien había muerto un año antes. Cosa rara: de inmediato le sacó al rudo instrumento tres notas más que afinadas.
- No te digo que haya tocado increíble, como Charlie Parker ni nada, pero me sonaron y fue el gancho para empezar a estudiar. Fue un enamoramiento instantáneo -dice Melissa.
Desde entonces no soltó nunca más el instrumento. Y en eso la apoyó Marcos Aldana, su papá, otra leyenda del jazz local, alguna vez músico de bandas como Cometa y hasta hoy un activo protagonista de la escena chilena y que, estos días, prepara un homenaje a Chick Corea con Espinoza y Sylleros.
Melissa, nuestra Lisa Simpson, iba a un colegio normal, el Álvaro Covarrubias en Independencia. Ya en casa, mientras su papá creaba algún jingle (los saxos no faltaban en la publicidad de los 90) ella repasaba escalas y armonías, ajustaba la afinación y, lentamente, el instrumento pasaba a ser parte de su cuerpo.
A los 12 la cosa se puso más radical. Escuchó tocar a Sonny Rollins y se enamoró del saxo tenor. Entonces tomó el Selmer Mark 5 que también había dejado su abuelo. Y no solo se la pudo sino que, al demandante instrumento, le puso su propio estilo. Melissa no renunciaba a ser parte del clan. Ella iba a ser una Aldana más.
Hoy Melissa tiene 24 años. Ya a los 15 frecuentaba el Thelonius en Bellavista. Un año después vino a Chile Wayne Shorter y, con él, el pianista panameño Danilo Pérez, quien la invitó a un festival en Panamá. Fue ahí donde, además, conoció a la gente de Berklee y entonces partió a Boston, más encima con la beca presidencial de Estados Unidos en el bolsillo.
Era el verdadero comienzo: ahí abrió sus oídos al nuevo sonido de guitarristas como la de Kurt Rosenwinkel o de saxofonistas como Mark Turner. Especial amistad trabó con Greg Osby, uno de los dueños del sello discográfico Inner Circle Music quien la entusiasmó para que grabara un par de discos.
Lo que estaba haciendo Melissa no pasaba inadvertido.
- Hoy hay mucha fusión. La música tiene cada vez más influencia de distintos países, distintos ritmos, hay más libertad.
Tras Berklee, Melissa se mudó a Nueva York y este será su tercer año ahí. No fue fácil: en un principio no conocía a casi nadie y, para ganarse un espacio, ella misma se convirtió en su propia agente. Melissa tomaba el teléfono. Mandaba mails. Un día le envió un mensaje al productor del Blue Note. El señor escuchó el tema adjuntado y pronto agendó una tocata.
Hoy Melissa la tiene clara.
- Mi sueño es ser lo mejor que pueda conmigo misma. Quiero sentirme realizada. Encontrar mi centro y encontrar quién soy, tocando saxo.
- El jazz, al menos en su formación, implicó romper con las barreras de la música, pero también con los límites físicos. El jazz siempre fue una aventura que, incluso corporalmente, implicaba ponerse fuera de sí. ¿Tú has buscado por ese lado también?
- Creo que más que nada tenía que ver con la conciencia, con poder relajarse y expresarse libremente. Pero imagínate en esa época cuántos problemas de racismo y de dinero había. Entonces hay un montón de cosas anexas, pero estoy segura -y es lo que yo veo en las generaciones de hoy- que ahora la gente tiende a ser súper sana, a ser vegetariana, a no fumar, a cuidarse y darle mucha importancia al cuerpo. Pero, claro, el jazz coincide con una época en que todo el mundo se inyectó heroína, pero al final no está absolutamente relacionado tampoco. Es un mito que hayan tenido que inyectarse heroína o tomar copete para llegar a ese estado. Es algo que puedes leer en los libros de la historia del jazz: el hecho de que ellos tocaran así no estaba absolutamente relacionado con las drogas. Obviamente era gente que se sacaba la mugre estudiando.
Tras dejar Chile, Melissa Aldana viajaría a Montreal para tocar en un par de clubes. Después de eso, a México: a un festival en Morelia. Y a otro en Italia. Entre medio, se da tiempo para venir a Chile y tocar en esos festivales que organiza Cuturrufo; por ejemplo el que se hace en Punta de Choros. Ojalá pronto en el Festival de Jazz de Providencia, donde aún no ha sido invitada.
- ¿Piensas, en algún momento, hacerle un homenaje a tu abuelo: Kiko Aldana, de la Huambalí?
- Si en algún momento se da la oportunidad, definitivamente es algo que me gustaría hacer. Pero es algo que se hará en el momento en que se tenga que dar.
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