El Mercurio
El violinista holandés está entre los diez artistas con mayores ventas de tickets en la última década, según la revista Pollstar. Debutará en Chile el 30 de mayo, con tres conciertos en el Arena Movistar.
Iñigo Díaz Desde Río de Janeiro
En medio del "Vals de la nieve", del austríaco Thomas Koschat, pieza que la orquesta ejecuta con una imagen de los Alpes invernales como telón de fondo, un estruendo de "nieve" cae sobre las primeras filas del HSBC Arena de Río de Janeiro. Allí, el violinista holandés André Rieu (63) reinició esta semana las presentaciones de la gira que celebra el vigésimo quinto aniversario de su Johann Strauss Orkest. El mismo tour que lo llevará por primera vez a Santiago a fin de mes.
No es casualidad que Rieu haya escogido Brasil. En 2012 tenía agendadas tres presentaciones en Sao Paulo, pero terminó dando treinta: un equivalente brasileño a la fiebre por los Rolling Stones que se vive en Argentina.
La megaproducción musical fue diseñada en su castillo de The Torentjes, de 1452, que compró por un anhelo de infancia: cuando leía "Tintín", soñaba vivir en una casona como Moulinsart. Su elenco considera 60 músicos, 60 personas del equipo técnico y 40 contenedores con instrumentos y vestuarios. Tras los conciertos en Río de Janeiro, Rieu viajará a Belo Horizonte. Y luego arribará a Chile para actuar el 30 y 31 de mayo y el 1 de junio en el Arena Movistar (Puntoticket, entre $20 mil y $600 mil).
"¿Cuánta gente vive en Santiago? ¿Seis millones? Entonces podríamos hacer diez conciertos", bromea Rieu al observar su itinerario. "Estuve allá hace unos doce años para promover un disco. Las ventas explotaron. Recuerdo que hasta un equipo de fútbol jugó con la leyenda André Rieu en sus camisetas. Pero después ese concierto no se hizo. Muy extraño", dice a "El Mercurio".
Y su debut tardío en Chile tendrá sorpresas. "André siempre incluye invitados de los países que visita, y prepara arreglos de canciones populares locales", cuenta el equipo de producción. En Brasil, eso no revistió dificultad.
"Estuve pensando que aquí necesitan vibrar un poco, porque las personas en Río están siempre tan tristes", dice durante el concierto. Y de las plateas inmediatamente baja una carcajada de siete mil personas que saben que la alegría sí es brasileña. Junto a números del repertorio universal como el aria "Nessun Dorma" de Puccini, la "Habanera" de "Carmen" de Bizet, el "Bolero" de Ravel, y el "Ave María" de Schubert también hay espacio para la fiesta carioca con ritmos samberos como "Cidade maravilhosa" y "Acuarela do Brasil", bossas como "Manha de carnaval" y canciones pop como "Ai se eu te pego" de Michel Teló. Los músicos, que ya llevan un vestuario colorido, lo recargan aún más con maracas verdeamarelas, atuendos tropicalistas y banderas brasileñas.
El de Rieu no se parece a un programa de cualquier orquesta sinfónica de las grandes ciudades del mundo. Es una mezcla entre concierto clásico y espectáculo escénico de variedades, con música ligera, marchas, valses, arias, extractos de suites y versiones reducidas. También está plagado de bromas. Un músico hace como que se aburre y se queda dormido. Otro, al que se le queda "pegado el disco", repite una idea hasta que le golpea la espalda: Rieu entretiene al público en varios idiomas.
-Se dice que su música es para gente sin gustos musicales.
"Sí. Absolutamente. Pero eso no lo hice a propósito. Lo hice para mí. Si me toca a mí, está bien".
-¿Cómo describe sus versiones de estas piezas clásicas? ¿Son simples para esa gente sin demasiado conocimiento?
"Nunca he tocado desde la partitura. No me gusta. Cuando tengo una pieza solo les doy a los músicos la parte del piano. Cuando tocamos y yo dirijo, puedo decir: 'Aquí no quiero bronces, solo cuerdas'. Cualquier cosa que se me ocurra. Así hago mis arreglos. No son para el público, sino para mi corazón. Una de las cosas más preciadas de la vida es la libertad, y yo quiero ser libre como hombre y músico. Jamás voy a tocar las notas con las reglas de otra persona".
-¿Cómo sintió las críticas más duras acerca de su trabajo?
"Fueron inmediatas, apenas comenzamos en 1987. No me importaron nada. Mi padre, que era director de orquesta, me decía 'no te di mi educación y un violín para que lo pases bien en el escenario'. Le dije 'ven a vernos a un concierto, entonces'. Él vio que lo que hacíamos era serio y me entendió. Muchos de los críticos que han escrito sobre mí nunca han estado en un concierto y nunca escucharon mis discos. Entonces, ¿por qué me critican? Yo les digo 'antes de criticar vengan a vernos y a escucharnos. Se van a sorprender'".
La magia del vals
Anthony Hopkins escribió una pieza para Rieu y la llamó "And the waltz goes on". Presentada en uno de los conciertos que cada año da en la plaza mayor de Maastricht, no solo se ha convertido en un nuevo número de su repertorio. También tituló un disco y su actual gira.
Comenzando por el de la Suite N° 2, de Shostakovich, y "El bello Danubio azul", de Johann Strauss hijo, los valses son la columna vertebral de su espectáculo. "Cuando trabajaba en una orquestaS sinfónica podíamos estar tocando un programa clásico con Beethoven y siempre era lo mismo: 'Ah, tenemos cinco minutos, hagamos un vals'. Eso me enojaba, porque para una orquesta tocar un vals es difícil. Debes estar muy atento al resto de los músicos. Odio esas orquestas donde los primeros violines dicen que son mejores que el resto. Una orquesta debe ser un único instrumento".
-¿Cuál es la magia de su vals?
"La forma en que lo tocas. Habitualmente un vals tiene un solo tempo, pero en mi música nunca habrá un solo tempo. Cuando lo escuchas y pones un metrónomo nunca funciona, porque la música va flotando y fluyendo. Es como tu corazón o la vida misma".
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