La Tercera
Un par de horas antes de su muerte, sucedida hace 40 años, el cantante escribió su última creación, la que fue liberada desde las fauces del centro de detención bajo una operación que parecía imposible.
por Claudio Vergara
Boris Navia, abogado y ex jefe del Departamento de Personal de la ex Universidad Técnica del Estado (UTE), cuenta que miró el libro, observó los versos y por fin pudo respirar aliviado: “El poema se había salvado. Ya había pasado casi un año del Golpe, por lo que sentí una gran satisfacción al ver que todo el sacrificio que había hecho, resistiendo la tortura de los oficiales, había valido la pena”.
Su recuerdo apunta a Estadio Chile, la última composición de Víctor Jara, escrita apenas un par de horas antes de su asesinato, entre las patadas y los culatazos que recibió durante cuatro días en el recinto, y que encarnó no sólo el testimonio de su trágico desenlace, sino que también la historia de una pieza rescatada y difundida a través de un efecto en cadena clandestino y que parecía imposible de triunfar.
Aunque en ningún caso se trata de su creación más trascendente, durante décadas ha sido musicalizada por las figuras más diversas, como una suerte de continuidad a ese manifiesto inconcluso. “Canto, qué mal me sabes/cuando tengo que cantar/ espanto/ Espanto como el que vivo/como el que muero/ espanto”, reza su tramo más rotundo. Un puñado de versos facturados el 15 de septiembre de 1973.
En esa jornada, y tras pasar casi cuatro días en el reducto de Estación Central junto a otras mil personas de la UTE, los detenidos fueron informados de la liberación de dos de ellos. Fue el instante que aprovecharon para escribir recados de supervivencia que serían entregados a sus familias. “Los escritos decían que estábamos bien y tenían los teléfonos de nuestros cercanos. Cuando estábamos en eso, Víctor me pidió la libreta que yo tenía. Se puso a escribir, pero de pronto llegaron dos conscriptos, se lo llevaron y fue la última vez que lo vimos. Ahí soltó las hojas y yo me quedé con ellas”, sigue el ex funcionario de la UTE, detallando las últimas horas del artista, ya que su fallecimiento se estima entre el 15 y el 16 de ese mes.
Luego, los presos del Estadio Chile fueron trasladados al Nacional. Ahí, Navia se había olvidado de su libreta, hasta que una petición de los soldados para que anotaran sus nombres lo hizo sacarla de su bolsillo y descubrir, por primera vez, que Jara nunca escribió una nota de tranquilidad para su esposa: ahí estaba el poema Estadio Chile.
Por sugerencia del senador comunista Ernesto Araneda, el jurista hizo dos copias en dos cajetillas de cigarros Hilton. Se quedó con la original, pero las dos restantes se las entregó a un estudiante y a un médico que quedarían libres en las horas siguientes. Ambas réplicas las tituló con el nombre de “Víctor Jara”. Un acto temerario, pero equivocado: a la hora de la revisión, los militares detectaron el papel en manos del universitario, vieron el encabezado y lo obligaron a delatar su procedencia. El veinteañero apuntó a Navia, quien se había ocultado el poema en la suela de sus zapatos. Tras interrogarlo con golpes eléctricos, los hombres del Ejército le confiscaron la composición.
Eso sí, el tercer eslabón había vencido. El doctor salió sin mayores sospechas y logró llevar a la luz pública el grito visceral de Estadio.... Hasta hoy, los involucrados no han logrado identificar quién fue el profesional que selló el plan. De hecho, el abogado Nelson Caucoto, quien lleva la causa del crimen del artista, dice que el proceso tampoco ha logrado detectar al protagonista final. Un anonimato que asoma lógico: durante los 17 años de la dictadura, difícilmente alguien se atrevería a confesar una operación que superaba lo permitido.
Pese a ello, los implicados coinciden que la copia con el escrito siguió una ruta evidente: llegó a manos de dirigentes comunistas que por esos días iniciaban su vida en la clandestinidad. A partir de ahí, todos los movimientos se concentraron en sacarlo hacia el extranjero. Uno de los primeros en recibirlo fue una organización guerrillera peronista de Buenos Aires y que llegó hasta una radio para entregarle una copia, ya mecanografiada, al fallecido periodista chileno Camilo Taufic, relato que entregó en 2006 al diario La Nación.
Luego, el profesional lo incluyó en su libro Chile en la hoguera, editado en 1974, difundido de manera clandestina en Santiago y convertido en la primera plataforma que reveló su existencia. De hecho, gracias a ese texto, Navia, el enlace inicial de toda la cadena, se enteró que Estadio... había sido rescatado.
Las mismas cúpulas clandestinas le cedieron otra copia a un grupo de mujeres integrado por María Julia Pérez, Rayen Méndez y Eliana Rahal, esposas de los músicos de Quilapayún que partieron al exilio en octubre de 1973 y que guardaban la misión de liberar el escrito hacia Europa. Según Eduardo Carrasco, líder del grupo, el manuscrito llegó hasta París camuflado en una cápsula de remedio. Ahí se lo obsequiaron a Joan Jara, quien luego se encargó de expandirlo a través de algunas figuras públicas.
Una de las primeras fue Pete Seeger, héroe del folk norteamericano que lo musicalizó en el evento Friends of Chile Benefit Concert, realizado en Nueva York en 1974 y que fue en ayuda de las víctimas de la dictadura. De hecho, Seeger fue el primero que lo llevó al disco en su álbum Banks of marble and other songs, de 1974. Desde ahí, lo ha cantado en casi todos sus shows.
La urgencia era la misma entre los músicos chilenos y los primeros en registrarla fueron la banda Tiemponuevo -adscrita a la Nueva Canción Chilena- en su trabajo Dit is Tiempo Nuevo, de 1976, grabado en Holanda y donde participa Payo Grondona. Isabel Parra hizo lo propio años más tarde con una estremecedora versión a capella. Aunque el Golpe era un drama reciente, el canto final de Víctor Jara había logrado perpetuarse.
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