El Mercurio
A 40 años de la muerte del Nobel , su poesía sigue siendo convertida en música alrededor del mundo. Aquí, un recuento de obras emblemáticas.
Romina de la Sotta Donoso
Pablo Neruda trabajó directamente con Sergio Ortega para la ópera "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta" (1967). Pero hoy, a 40 años de su muerte, no es la única partitura que lo sobrevive: los compositores no han dejado de convertir su poesía en música.
La lista ya era larga en 1973: el musicólogo Luis Merino Reyes contó entonces 46 obras chilenas basadas o inspiradas en poemas de Neruda. Y eso sin considerar los trabajos de corte folclórico de Vicente Bianchi.
Diez años después, Rodrigo Torres retomó el tema. El etnomusicólogo destaca que el escritor "se desplazó desde el 'arte por el arte' al 'arte para todos y con todos'. Y esto lo transformó en un referente muy influyente, en el país y en América, de la poética del arte comprometido que intenta una nueva comunicación con la sociedad".
Dos son los volúmenes nerudianos que concentran la atracción mayoritaria de los músicos: "Crepusculario" (1923) y "Canto General" (1950).
Respecto del primero, se destacan el ciclo de canciones "Pelleas y Melisanda" (1963), de Gustavo Becerra; "La canción de los amantes muertos" (1964), de Pedro Núñez, y el lied de Federico Heinlein para el poema "Farewell".
En los años 50 y 60, la épica de "Canto General" llega a todas las artes. "Hay una obra que encarna cabalmente la emergencia pública de esta épica artística americanista: la Cantata 'América Insurrecta' (1962), de Fernando García", dice Torres.
Aclara que se basa en "Canto General", pero "es una obra nueva en muchos sentidos: en el canto no hay solista sino un coro protagónico, y el solista recita; el compositor dispone los medios vocales para que el público entienda claramente todo lo que se dice; y esta misma claridad se manifiesta en la eficaz y personal amalgama que hace de recursos del serialismo dodecafónico y de procedimientos aleatorios dispuestos de manera que no resulta una obra difícil o hermética".
El propio García escribirá numerosas obras vinculadas a ese volumen, entre otras, "Cómo nacen las banderas" (1973), "Firmamento sumergido" (1968) y "Nace la aurora" (1978).
Antes, Roberto Falabella había construido sonoridades "americanas" a través de procedimientos polirrítmicos y pentáfonos en "La lámpara en la tierra" (1958), y también León Schidlowsky construye con complejas polirritmias su Cantata "Caupolicán" (1958). Se les sumó Juan Orrego-Salas con su Cantata "América, no en vano invocamos tu nombre" (1965).
Una subcategoría con vida propia se gesta a partir de "Las alturas de Macchu Picchu", partiendo por el Oratorio "Macchu Picchu" (1966), de Becerra, para seguir en "Oda a la energía" (1963) de Gabriel Brncic.
Hasta hoy
Una de las obras más relevantes, a nivel mundial, fue "Neruda Songs" (2005) de Peter Lieberson, finalista del Premio Pulitzer y superventas. También se inspiraron en Neruda Luigi Nono para su "Epitafio N°1" (1951), "The Lovers" (1971) de Samuel Barber y "Serenata" (1974) de Ginastera, así como Luciano Berio para "Coro" (1974-76); Beat Furrer para "Poemas" (1984) y Osvaldo Golijov para "Oceana "(1996).
Hernán Ramírez supera las 20 obras inspiradas en Neruda, y en él también se han inspirado Sylvia Soublette ("Tres Sonetos"); Rafael Díaz ("Oda al perro vagabundo" y "La otra orilla"); Jorge Springinsfeld ("Angol") y Eduardo Cáceres ("Las preguntas"),
Ya en el siglo XXI, han nacido creaciones de Ramón Gorigoitía ("Winnipeg"), Miguel Chuaqui ("El Canto Repartido", de 2004), José Miguel Candela ("Delta") y Aliosha Solovera ("Cielo y Sombra"), y el propio Schidlowsky ("Lautaro" y "Desierto"). Con ellas se confirma la vigencia del vate.
En Valparaíso
Hoy abre en la sede Valparaíso del Consejo de la Cultura (Sotomayor 233) una muestra testimonial de fotografías y poemas de Neruda. En paralelo, quince troles recorrerán el puerto con la leyenda "Neruda vive".
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