domingo, septiembre 15, 2013

Gastón Soublette descifra los misterios del cuento tradicional chileno

El Mercurio

Después de décadas de investigación en terreno, el musicólogo y esteta publica el libro "Sabiduría chilena de tradición oral", en Ediciones UC. Aquí revela las claves para interpretar esos relatos misteriosos, y cómo fue Violeta Parra quien lo hizo enamorarse de la cultura popular. "Se debería levantar un monumento al sabio popular de Chile, que enseñó modelos de comportamiento virtuosos y sensatos", dice.

Romina de la Sotta Donoso

Más de 60 años ha durado el enamoramiento de Gastón Soublette Asmussen (1927) con la cultura popular. Primero admiró sus formas. Las décimas del Canto a lo poeta y las cuartetas del cancionero tradicional le atraían por igual. Le seducían sus textos y también su música.

En este romance, la Celestina fue Violeta Parra. "Fue todo por influencia suya, por el hecho de que Violeta me haya dicho a mí que yo era un pituco de mierda , como fijando una frontera que me limitaba por estatus social", reconoce Soublette.

Desde el momento en que él la escuchó cantar, quedó prendado de esas melodías que parecían tener mil vidas anteriores. Ella terminó aceptándolo como discípulo. "Muchas veces Violeta montó en cólera por mi dificultad de entender ese mundo. Pero me fui metiendo cada vez más", cuenta el musicólogo y esteta.
En los años 50 se le abrió aun más el mundo: "Como yo era amigo de Violeta, frecuentaba a los cantores a lo humano y a lo divino de Puente Alto. Ellos me dijeron 'Oiga, aquí no hay solo décimas'. Y ahí yo escuché por primera vez contar cuentos".

Además de Violeta Parra, Soublette también trabajó intensamente con Margot Loyola, Héctor Pavez y Gabriela Pizarro. "Hasta que estuve a caballo en la cultura tradicional", dice.

En 1962, su enamoramiento trascendería la forma y llegaría al espíritu, cuando empezó a hacer clases en la Universidad Católica, pues comenzó a trabajar con criterios de interpretación. "Empecé a descubrir que había mensajes en el arte".

Coincidió, entonces, con Fidel Sepúlveda: "Los dos éramos proclives a admirar la cultura tradicional chilena, y veíamos que en el texto hablado de nuestro pueblo hay subyacente una filosofía muy profunda". Un tesoro escondido en las décimas del canto a lo divino y del canto a lo humano, en los refranes, las leyendas, las anécdotas, los cuentos y el cancionero.

"En todo ese conjunto enorme, veíamos que hay una cultura que le da más identidad al país que la cultura ilustrada, que es importada y que ha cambiado bajo la influencia de Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos. En cambio, la cultura enraizada se mantuvo siempre fiel a sí misma, y en su texto hablado subyace una escuela de sabiduría, es decir, de conocimiento sobre el sentido de la vida. De ahí siempre bebió nuestro pueblo la virtud de la sabiduría y la identidad".

Ambos querían, dice, incorporar esa herencia a la educación superior. Y para eso, debían "procesar ese texto hablado con una metodología de investigación que fuera estética y antropológica a la vez".

Y mientras Sepúlveda desarrolló enormes antologías del canto a lo poeta y del cuento tradicional, Soublette optó por otro camino. De los cuatro mil refranes que recopiló Alberto Cardemil, eligió 400 y los comentó en su libro "Sabiduría chilena de tradición oral (Refranes)", de Ediciones UC, 2009.

Ahora Soublette lanza el segundo volumen de esta colección: "Sabiduría chilena de tradición oral (Cuentos)", también de Ediciones UC. En el próximo se dedicará al cancionero y en el subsiguiente, al canto a lo poeta.
Cuento maravilloso

Recuerda Soublette que tuvo en sus manos una edición original de la antología de cuentos de Ramón Laval. "Sin desconocer los aportes de Ricardo Latcham, Manuel Guzmán Maturana y Yolando Pino, la antología de Laval es la más importante de todas porque los narradores recordaban muy bien los cuentos. A mediados del siglo pasado, en cambio, los cuentos ya están muy erosionados porque cuando el narrador olvida una parte del cuento lo parcha con pedazos de otro", asegura.

De la antología de Laval, eligió cinco cuentos maravillosos que representaran a las cinco tipologías más abundantes en la tradición chilena: con protagonista masculino y femenino, y de extracción aristócrata o popular. El quinto tipo, dice el investigador, "muestra la lucha del bien y del mal con la intervención del Diablo en la vida de los hombres".

Los cuentos elegidos son: "El pájaro Malverde", "La princesa del retrato", "El príncipe loro", "El castillo de la flor de lis" y "El tahúr o la hija del Diablo".

Cada relato se acompaña de una elaborada interpretación. De ellos, el segundo y el quinto son ensayos de dos ex alumnas de Soublette: Marisol Robles y Verónica Veloz.

Soublette asegura que todos los cuentos de tradición oral, sean de origen indio, chino, celta o árabe, presentan los mismos patrones narrativos. Siempre hay un héroe, que nace con aptitudes extraordinarias pero en un medio desfavorable para que las desarrolle. "Y ese medio está viciado. Si el héroe es un príncipe, por ejemplo, su padre se vuelve ciego. Es decir, ha perdido su sabiduría. Entonces el héroe es llamado a llenar esa carencia. Para ello, vive un viaje iniciático, en el que es sometido a grandes pruebas sobre tres puntos: placer, poder y vanidad. En la tradición chilena, el pecado que no se le permite es la lujuria, que lo descalifica por completo, porque los cuentos provienen de la literatura caballeresca europea, de los grandes poemas épicos", detalla el investigador.

Interpretación simbólica

Los cuentos maravillosos, dice Soublette, son versiones populares de los mitos heroicos. Y por eso, al interpretarlos considera lo que Carl Jung llama "individuación". "La psique se entiende como un yo servido por dos clases de energía psíquica: el ánima -de naturaleza femenina, intuitiva y materna- y el animus -su complemento paterno, activo y fuerte-, y cuando un reino, por ejemplo, está en decadencia, prima el animus sobre el ánima. Solo hay soluciones de fuerza", apunta.

El héroe debe equilibrar la balanza psíquica. "Ese proceso nos lleva a la parte oscura del ser humano formada por la 'sombra' -el lado oscuro de la personalidad que uno no quiere ver- y la 'persona' -la falsa identidad que cada uno se va creando para no tener problemas con los demás". Y para enfrentar a su sombra, requiere coraje: "Cada vez que falla, si tiene el corazón bien puesto, viene el arrepentimiento, y ahí se conoce a sí mismo. Y la persona va desapareciendo, uno se vuelve auténtico, pues ya no teme a la verdad".

En 'El pájaro Malverde', por ejemplo, el rey se vuelve ciego, y los sabios no aciertan con el mal. "La única que sabe lo que le sucede es una viejecita limosnera. Estamos frente a una inversión de los valores: cuando se ha ido de palacio, la sabiduría está en los estamentos bajos del pueblo". La solución es hallar al pájaro Malverde y pasar una de sus plumas por los ojos del monarca. Queda a cargo el mayor de sus tres hijos, y para ello recibe una tropa de soldados y mucho oro. Pero termina aclimatándose a una posada y se olvida del asunto. El hermano del medio sigue sus pasos. Sucede que eran muy bien atendidos por las hijas del posadero: "Cada mañana se sentían ellos sin fuerza para levantarse y salir a continuar su búsqueda".

El tercer hijo, Óscar, es distinto. Desecha la tropa, distribuye el oro como limosnas y avanza solo. No es seducido, porque es un caballero, y supera cada prueba de humildad. Pero también falla. "El pájaro Malverde está encerrado en una jaula de oro. ¿Qué significa eso? Que la verdad no puede manifestarse por la afición del hombre al dinero. Un negrito le dice al príncipe 'Siga mi consejo, ábrale la puerta a la jaula y el pájaro saldrá solo y se parará en su mano'. Pero él, temeroso, saca la jaula entera. Eso simboliza que él sigue apegado a la riqueza y, por tanto, falla en esa prueba. Pero como tiene el coraje de enfrentar su sombra , y arrepentirse de corazón, logra conocerse a sí mismo. Por eso triunfa", explica Soublette.

El mismo proceso experimenta Pedro, el protagonista de "El tahúr o la hija del Diablo". Es hijo de dos ancianos humildes, pero es tan afortunado en los juegos de azar que el mismísimo Diablo se bate a duelo con él. "Eres mío", sentencia, al ganarle, le da un machete y lo compromete a ir a su casa. En su periplo, Pedro se encuentra con Mariquita, quien le ayudará, magia mediante, a cumplir todos los encargos que le hace el Diablo.

"En este cuento, el ser amado aparentemente es un ser distinto del héroe, pero simbólicamente es una proyección de su propia alma. En el fondo, Mariquita es su ánima, lo que significa que él tiene todavía reservas espirituales que pueden salvarlo", revela Soublette. Sin embargo, Pedro termina olvidándose de ella, y se compromete con otra. Mariquita irrumpe en la boda y pone una palangana con agua entre los invitados. Saltan adentro dos patitos, y se ponen a conversar. La patita le recuerda, una a una las veces en que le ayudó. "Le dice 'Te acuerdas, Patito cuando esto, te acuerdas de esto otro... Hasta que al final, él asume '¡Jaijay, que me acordé!. Es la voz de la conciencia, que lo está incriminando permanentemente. Esto está tomado del mito de Orfeo, quien traiciona tantas veces a Eurídice con mujeres de muy inferior calidad, que ella termina muriendo, y él pierde su identidad. Por eso las bacantes destruyen su cuerpo y entregan sus pedazos a los perros, ese es el castigo por haber traicionado a su destino, traicionó su alma", explica. El Orfeo chileno, en cambio, se salva por su reserva espiritual: "El Diablo se enoja muchísimo cuando Pedro tira el machete que él le había regalado, diciendo '¿Para qué quiero esta porquería?¡Más es lo que estorba!', porque eso significaba que, inconscientemente, estaba rechazando el mal".


 Un monumento para el sabio popular anónimo

Cada curso sobre refranes que Soublette dicta en el Instituto de Estética UC siempre supera los 80 alumnos. "Se sorprenden al descubrir que esa sabiduría que a veces vamos a buscar a Grecia o a India, ya estaba aquí (ríe), y se emocionan cuando les hablo del sabio popular anónimo", cuenta. "Ellos cumplían con las características descritas por Sócrates y Confucio, pero al estilo chilensis : sencillez, humildad, laboriosidad, bondad, valentía, coraje, conocimiento de sí mismo y capacidad de consejo", dice.

"Eran muy respetados por la comunidad. Sabían cantar a lo divino y a lo humano, pero eran hombres de muy pocas palabras. Hablaban lo necesario, y en el momento oportuno. Tenían memoria y tenían sentido, como se dice en las décimas. Se debería levantar un monumento al sabio popular de Chile, porque fueron los maestros anónimos de nuestro pueblo. A través del cuento y la figura del héroe, enseñaron modelos de comportamiento virtuosos y sensatos", asegura.

En décadas de trabajo en terreno, constató que cada narrador se sabía de memoria entre 150 o 200 cuentos, y dominaba cientos de refranes: "Yo registré la existencia de estos caballeros, y todavía quedaban algunos hasta los años 80 y 90, en los campos desérticos de Colina, Quilapilún, Polpaico. El último narrador que conocí era del Cajón del Maipo, un anciano que sostuvo que me podía contar cuentos durante una semana entera sin repetirse".

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