El modelo del festival se ha replicado en cinco países, pero el fundador se fortalece con cada edición, consolidando su apuesta de cuatro días, 100 mil personas por jornada y más de 180 artistas que provocan un impacto económico superior a los US$ 200 millones en la ciudad.
José Vásquez Enviado especial
Chicago Las pantallas gigantes de los principales escenarios de Lollapalooza Chicago se divierten con los asistentes distraídos que están a la espera del inicio de los shows. Un lente los apunta y cubre sus rostros con un filtro de pirata, con sombrero y parche en el ojo incluido. La acción, seguida por miles de personas, suele terminar en carcajadas proyectadas como si fueran una más de las historias de Instagram en un celular.
La interacción es permanente en un espectáculo diseñado para no aburrirse, aunque no se esté buscando música. El festival que nació en la cabeza de Perry Farrell, el líder de Jane's Addiction, como show itinerante en 1991, se estableció en la gran metrópolis del estado de Illinois en 2005, insertándose en el centro económico, comercial y cultural de una ciudad, la "Gótica", del Batman de Christopher Nolan, que ofrece postales para fotografiar en cada esquina.
Los estímulos están prácticamente en cada metro cuadrado del Grant Park, el lugar donde se realiza el festival. Obviando las instalaciones del evento, este ofrece una espectacular vista panorámica rodeada por una cordillera de rascacielos que limitan con el inmenso lago Michigan. Una escenografía urbana que envuelve una sobreoferta de nombres: más de 180 artistas repartidos en cuatro días y ocho escenarios, que son elegidos a través un zapping musical a cargo de las 400 mil personas que van ingresar al kilométrico espacio -la distancia entre los escenarios principales es de 10 cuadras- donde se levanta Lollapalooza, que culmina hoy con Arcade Fire como número principal.
Incubadora de éxitos
El festival cumplió 26 años y la edad promedio del público en su gran mayoría es mucho menor a la del evento. Adolescentes que corren de un escenario a otro -facilitado por las avenidas al interior del parque- muestran que nuevas generaciones cada año se traspasan la experiencia. El Perry's Stage, el escenario electrónico, es una discoteca al aire libre que permanece desbordada con más que música: saltos, manos en el aire y explosión de adrenalina se repiten con cada tema.
Esta edición del evento va particularmente de acuerdo al perfil etario de sus asistentes. Grupos como Muse forman parte de los "veteranos" del espectáculo, y eso que lanzaron su disco debut en 1999. "Me sentí mal por ellos y por Matt (Bellamy, su líder). Me había juntado con él en una fiesta de Halloween, donde me decía entusiasmado: '¡Vamos a rockear en Chicago!", se lamentaba el viernes Perry Farrell al recordar el cierre abrupto del show de la banda justo la noche anterior, cuando recién iniciaba su presentación de forma paralela a Lorde y la tormenta eléctrica obligó a evacuar y terminar con la jornada.
Lollapalooza luce en su programación este año a Win Butler y su combo, que llegan con su recién estrenado "Everything now", álbum que tocarán en Santiago el 11 de diciembre en el Movistar Arena; a Chance The Rapper y The xx-que se presentaban anoche- y The Killers y los mencionados Lorde y Muse, que ya actuaron. Todos nombres engendrados en el siglo 21. Figuras de carreras todavía demasiado cortas, pero que en tiempos de inmediatez han realizado el recorrido por la vía rápida: antes de ser los números fuertes, todos fueron parte de Lollapalooza como nombres emergentes. El evento funciona así como una incubadora que apuesta en verde por potenciales cabezas de cartel, una proyección de talentos necesaria para cumplir año a año con el multitudinario listado de artistas del programa. Algo que Lorde, en una vía exprés, consiguió con su segundo disco.
"Hoy, con Spotify y con el streaming en internet, todo avanza muy rápido, hay artistas que explotan en menos de un año; antes era todo más lento. Hace 20 no existía la tecnología que tenemos hoy, donde nos comunicamos con teléfonos inteligentes, iPads y computadores. Todo esto que sucede responde al mundo en el que vivimos", explica Charlie Attal, uno de los socios de C3, la productora encargada de levantar este espectáculo en Estados Unidos.
El efecto del festival es millonario para Chicago, que por el turismo y el comercio que genera el evento, produce un impacto de más de US$ 200 millones. "Así fue en la edición pasada, todavía no se hacen los estudios de esta", apunta Attal sobre una cifra que se homologa aproximadamente a la del total de las siete ediciones de su símil chileno, según Sebastián de la Barra, promotor de Lotus, los dueños de la fiesta musical en Santiago. En Norteamérica, el suceso podría impulsar a expandir el espectáculo a un nuevo fin de semana, como lo han realizado Coachella y Austin City Limits, que repiten su cartel después de siete días. Es un negocio jugoso, pero que no está en los planes inmediatos de Perry Farrell. "No me gustan los festivales de dos fines de semana, porque la segunda semana nunca genera el mismo impacto en la gente", dice. "Quizás podríamos crecer a cinco días y de esa forma darles espacio a nuevos sonidos del mundo para que todos tengan esa adrenalina inicial, la posibilidad de conseguir esa misma excitación al verlos. La experiencia en vivo no se olvida y tiene que ser para todos por igual", agrega.
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