Destacados músicos, directores de coro y críticos valoran el aporte de Waldo Aránguiz Thompson, fallecido a los 90 años. "Su gran legado es haber impreso en el alma de sus coristas el entusiasmo por la música", señala Jaime Donoso.
Maureen Lennon Zaninovic
Carisma, pedagogía y gran liderazgo son adjetivos recurrentes al revisar la biografía de Waldo Aránguiz Thompson, quien -junto a Mario Baeza (1916-1998)- tuvo un papel protagónico en los inicios del gran movimiento coral chileno, y de manera especial en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado.
La noticia de su fallecimiento -el pasado sábado 20 de mayo, a los 90 años- caló fuerte en la numerosa comunidad coral, fundamentalmente porque a Aránguiz se lo suele destacar como un padre fundacional de esta práctica en nuestro país, un pionero y protagonista de varios hitos.
Su destacada trayectoria artística se remonta a su niñez, en los años que era parte del coro del Instituto de Humanidades Luis Campino, que entonces dirigía Mario Baeza. En 1945, Aránguiz ingresó al Seminario Pontificio y siguió su formación en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Paralelamente, bajo la guía del sacerdote Fernando Larraín Engelbach, maestro de capilla y organista, estudió e hizo práctica diaria de dirección coral, con énfasis en el canto gregoriano y la polifonía religiosa. También se formó en la Escuela Moderna de Música, con los profesores Clara Oyuela y Miguel Aguilar.
En 1950 se incorporó al Coro de la Universidad de Chile como ayudante de Mario Baeza, y allí comenzó a escribir sus primeros arreglos musicales. Entre otros episodios clave, destacan la fundación del Coro del Puerto de San Antonio, conjunto que dirigió durante 25 años, y en 1962 impulsó el Coro Filarmónico Municipal, compuesto por más de 100 voces amateurs y que durante sus 14 años de funcionamiento cumplió un papel fundamental en las temporadas sinfónico-corales y de ópera del coliseo de Agustinas.
"Fue una época inolvidable. Todos quienes integramos el Coro Filarmónico trabajamos ad honorem , sin recibir ni un peso. Teníamos una mística y una energía muy especiales, gracias al liderazgo de Waldo Aránguiz. No todos cantábamos en escena. Antes de cada presentación, el maestro realizaba audiciones y escogía a los mejores, dependiendo del repertorio. Era un líder motivador, cariñoso, pero muy exigente. Nos retaba duro cuando tenía que hacerlo e incluso algunos coristas quedaban muy sensibles si no habían sido seleccionados para cantar. Tenía un imán impresionante", rememora Fedora Retamal, ex miembro de esta agrupación y asistente del fallecido músico. Añade que este coro, por diferencias con la directiva del Municipal de Santiago de esa época, cesó sus funciones en 1975. "Uno de nuestros integrantes, que trabajaba en el Instituto Cultural Chileno Francés, nos sugirió cambiarnos de lugar y así lo hicimos. Nos trasladamos a la sede de este instituto galo, que quedaba muy cerca del teatro de Agustinas, y nos transformamos en el Coro Ars Viva, que continúa vigente hasta hoy. Waldo hizo tantas cosas: fue uno de los fundadores, junto a Arturo Junge, de las Semanas Musicales de Frutillar y trabajó con el cardenal Raúl Silva Henríquez en la Cantata de los Derechos Humanos. Pero siempre nos dijo que acá no se habla ni de política, ni de fútbol. La música es lo que lo inspiraba", puntualiza Fedora Retamal.
Andrés Rodríguez Spoerer, gerente de música de la Fundación Ibáñez Atkinson y uno de los impulsores del portal Red Coral, que busca difundir y aglutinar esta práctica a lo largo de todo el país, entrevistó -hacia fines del 2015- al maestro Waldo Aránguiz, junto a la periodista española Marta Castillo, gerente de comunicaciones de la fundación. Rodríguez Spoerer comenta a "Artes y Letras" que, pese a su avanzada edad y alicaída salud, "me impactó ver en sus ojos una energía y una motivación únicas". Castillo añade que "en todo momento reveló una calidad humana muy conmovedora. Hasta sus últimos días quería compartir su arte, se mostró como un director capaz de inspirar y convocar".
"Todos los caminos musicales llegan a él"
Andrés Rodríguez Spoerer también valora la cantidad de conjuntos que lideró. "Por lo menos 20 agrupaciones, entre otras el Coro Filarmónico Municipal, el del Estadio Español de Santiago, el Coro UC, el Coro de San Antonio, el de Curacaví, el Ars Viva... La lista impacta. En Waldo podemos identificar la figura de un director coral que es una máquina, es decir, un profesional que puede tener a su cargo tres o cuatro agrupaciones al mismo tiempo. Aránguiz es el mejor reflejo de lo que debe ser verdadero director de coros: un músico con una capacidad de convocatoria y espíritu colaborativo enormes". El gerente de música de esta fundación rememora que cuando partieron con el proyecto Red Coral, "todas las entrevistas y las investigaciones nos remitían a Mario Baeza y a su discípulo Waldo Aránguiz. Todos los caminos musicales nos fueron llevando a Aránguiz como la gran figura omnipresente en el mundo coral chileno".
Rodríguez Spoerer remata que, en 1957, este director organizó el primer congreso de nacional de directores de coros "que después dio paso a la Federación Nacional de Coros (Fedecor). Además, fue presidente de la Asociación Latinoamericana de Canto Coral (Alacc), vicepresidente del Consejo Chileno de la Música y participó en los cabildos culturales. Su labor como dirigente gremial fue muy notable".
"Humor, humildad y generosidad"
La mezzosoprano Lina Escobedo, quien recientemente sacó aplausos en el Municipal de Santiago como la Abuela en la ópera "Jenufa", de Janácek, conserva emocionantes recuerdos de su trabajo junto a Waldo Aránguiz. "A él le debo parte importante de mi carrera, de mi disciplina y mis valores. Me enseñó muchas cosas que hasta el día de hoy aplico y comparto. Me enseñó la actitud y el cómo se debe ingresar a escena, con el personaje ya incorporado. Me enseñó cosas tan domésticas y valiosas como la forma en que se debe tomar una partitura y las anotaciones. No descuidaba detalles".
Escobedo comenta que lo conoció a principios de los 80, en las Semanas Musicales de Frutillar. Ahí él la escuchó y la invitó a sumarse a su Coro Ars Viva. "Partí cantando en el coro, después fui jefa de cuerdas y también lo ayudé a dirigir. Waldo siempre tenía proyectos. Uno de los más entrañables fue '200 voces para el Mesías', en 1983. Un concierto tremendamente ambicioso que ideó con Juan Pablo Izquierdo y que culminó con una presentación en el Municipal de Santiago. Yo lo ayudé en la selección y en la clasificación de las voces. Fue una tarea titánica".
La contralto Carmen Luisa Letelier, premio nacional de Música 2010, cantó varias veces como solista y fue dirigida por él en el teatro de Agustinas. A su juicio, "fue un verdadero apóstol del canto coral. Un artista lleno de pasión y tremendamente querido".
Pilar Salazar, ex miembro de la directiva de la Alacc, añade que "me quedo con su calidad como artista. A mí me cautivó su amor por la música, su interés por que llegara a todos, su sencillez y su humor". Salazar añade que en agosto, en el marco del III Festival Juvenil Waldo Aránguiz, esperan editar un libro-homenaje con su trayectoria.
Jaime Donoso, destacado músico, director y crítico de "El Mercurio", rememora que "tres rasgos recuerdo de Waldo Aránguiz: humor, humildad y generosidad. Su humor era agudo y oportuno. En las reuniones sociales de los coros, que él valoraba tanto como un concierto, bajaba de su pedestal (aunque nunca se subió a ninguno) y podía convertirse en el corazón de la fiesta. A pesar de sus logros, nunca se sintió el gran director. Se consideraba un artesano diligente, un conocedor de su oficio y transitaba por los repertorios más diversos: desde sencillas canciones a capela ejecutadas por coros modestos que muchas veces utilizaban sus eficaces arreglos hasta el Réquiem de Mozart o la Danza de los Muertos, de Honegger". Donoso añade que tenía más de 20 años cuando lo escuchó en los ensayos con esas obras. "A esa edad, él era para mí un referente, como Mario Baeza, Marco Dusi o Arturo Junge. Después de algún concierto, no tenía dudas en regalar a ávidos directores jóvenes las partituras que se habían escuchado. Consideraba que era su deber. Guardo una partitura de un estupendo arreglo de Robert Shaw para un negro spiritual. Arriba dice: 'Regalo de Waldo Aránguiz, 1967'". El crítico remata que su gran legado "es haber impreso en el alma de sus coristas el entusiasmo por la música y la convicción de que, aun sin conocimientos técnicos, podían pararse dignamente en un escenario y convertirse en artistas".
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