Violeta Parra y el conjunto que formó con sus hijos Ángel e Isabel y Gilbert Favre, en 1965 |
A casi 100 años del nacimiento de la artista que rompió barreras y llegó a exponer sus arpilleras en el Louvre, recorrimos la ruta de la chilena en esta ciudad, donde muchos todavía la recuerdan y donde quedan huellas sorprendentes de su estadía. Incluyendo una obra todavía en exposición.
Texto y fotos: Gabriela García, DESDE FRANCIA.
Reportaje
El Mercurio
Es sábado por la tarde en Odeón y en el número 15 de la calle Monsieur Le Prince, uno de los boliches más antiguos de este barrio todavía permanece en pie.
El bar L'Escale se nota pequeño a través de los ventanales (abrirá esta noche), pero aún es posible imaginar aquí escenas que la familia Parra mantiene vivas en libros que abordan la ciudad que la matriarca de la Nueva Canción Chilena habitó entre 1961 y 1964: a la Violeta Parra con su guitarra de palo, presentándose como ninguna mujer se atrevía a hacerlo. A la Violeta rodeada de estudiantes ruidosos, bebiendo y tarareando canciones de pachanga como Se va el caimán. Y la mejor de todas: a la Violeta, chica pero aniñada, haciéndolos callar para que escucharan la tonada que traía de campos remotos, porque el folclore -fuese en París o Tombuctú- no era ná'chacota.
El ejercicio de imaginarla en L'Escale 50 años después de su paso por este lugar también es asunto de Delphine Grouès (36), la parisina más chilena que vive en Odeón. Dice que hace lo mismo cada vez que pasa por fuera de este local donde -cuenta- todavía se recuerda el fuerte carácter de Violeta.
Con los audífonos puestos, presiona play para que suene Run Run se fue pal norte y tararea una de sus canciones favoritas. "Aquí estás Viola", murmura en una calle que, contrastada con viejas fotos, parece tener más tiendas de souvenir y locales de comida rápida, pero que conserva todavía su hermosa y romántica arquitectura.
Delphine -melena rubia y ojos claros- tenía 20 años cuando una profesora del King's College de Londres llevó a su clase de cultura y política del cono sur un disco de Violeta. Y mientras escuchaba Yo canto a la diferencia, ella -que estaba siguiendo el ramo Estudios Hispánicos- quedó flechada para siempre. "Fue como un enamoramiento. Algo profundo en esa música y en ese texto me erizó la piel", dice. Entonces, quiso ir más allá. Decidió hacer su tesis de doctorado sobre la tradición popular desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, y viajó varias veces a Chile, para pasar días enteros en el Archivo de Literatura Popular de la Biblioteca Nacional. Ahí comprendió las múltiples dimensiones de Violeta. "Es una mensajera y a la vez una heredera de la expresión del pueblo. Un universo donde está la cantora y la artista visual autodidacta, pero también la recopiladora de los cantos de los campesinos, la amiga de los guitarroneros y la mujer capaz de traducir todo eso en décimas propias como compositora", dice Delphine, que actualmente es directora ejecutiva de Estudios de Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París.
Sigue caminando por Monsieur Le Prince inspirada en los pasos de la mujer a la que no conoció personalmente, pero que recuerda como si fuera un ser querido. A Delphine la acompaña el cineasta Daniel Sandoval, quien realizó -junto con Ángel Parra- el documental Violeta más viva que nunca, que el hijo de Violeta alcanzó a presentar en Chile poco antes de morir y que se filmó en parte en París.
"La Violeta tejió una historia en esta ciudad. En estas calles hay un corazón", dice Daniel y ajusta su abrigo.
L'Escale. Este bar en el barrio de Odeón fue uno de sus favoritos. |
Bonjour París
El documental Violeta más viva que nunca se estrenó internacionalmente en el marco del encuentro de diseño y artesanía más importante de Europa. Inaugurada en el Grand Palais, y con Chile como país de honor, en la Bienal Révélations fue posible encontrar a 27 creadores y sus obras inspiradas en Violeta.
"Venimos hasta aquí amparados por su figura, que es pionera del tratamiento rupturista y vanguardista de la tradición", fueron las palabras del ministro Ernesto Ottone al cortar la cinta inaugural de un pabellón coronado con versos de Gracias a la vida, y que días después sumaría 40.268 asistentes, entre ellos hasta la princesa Estefanía de Luxemburgo.
Violeta más viva que nunca recuerda, entre otros hitos, el paso de la artista por Odeón. De hecho, músicos de la época, como Paco Ibáñez, recuerdan así su impronta en el famoso boliche L'Escale: "La Violeta llegaba y se acababa el tandeo", dice en el documental, refiriéndose a las noches en que coincidieron en el bar, donde antes de que ella interviniera no había formalidad alguna: el que se animaba tomaba la guitarra y entonaba una canción para amenizar el barullo.
A pocos pasos de este bar, La Candelaria es otro de los locales con el mismo espíritu, donde la cantora chilena se abrió paso por esos años. Pero este, como podemos ver con Delphine y Daniel, ya no existe: ahora aquí hay una tienda de ropa. "Desapareció totalmente. Lo refaccionaron. Pero quedan las puertas que van a los departamentos. Arriba, en el quinto piso, aún está la habitación donde dormía Violeta", dice entusiasmada Delphine mientras empina el mentón.
Desde luego, el lugar no se puede visitar: es propiedad privada y, al menos a simple vista, no parece haber nadie aquí ahora. Pero podríamos imaginar otra escena: a Violeta asomada a esa ventana de marcos de madera, con los vestidos colorinches que le cosía su madre con retazos de género. Daniel suspira. Dice que Violeta no pasó inadvertida en la ciudad y que, en pleno esplendor del régimen franquista en España, había un mundo entero que posaba sus ojos en Latinoamérica.
Delphine reconoce el contexto. "Para ella, el mensaje que traía en esa época era tan vital que, si no escuchabas, era como si le cortaras el soplo".
Es primavera en París, pero ahora, en mayo, Odeón está cubierto por la llovizna. Delphine trae un termo con agua y un mate con motivos chilenos mientras avanzamos por el Panteón de la calle Soufflot y seguimos por los adoquines que sobrevivieron a las movilizaciones de mayo de 1968 en los alrededores de La Sorbona. En esta universidad, así como en la sede de Unesco y en el desaparecido Teatro de las Naciones, que quedaba en las afueras de París, Violeta cantó tantas veces.
"Ay qué día tan feliz/ cuando lo vuelva a encontrar/ Dios me lo ha de presentar/ cuando yo crezca en París". Son letras de Violeta que registran su paso por esta ciudad, aunque al menos en Odeón no hay placa que la recuerde. Tampoco hay una ruta ligada a su nombre, ni siquiera en este 2017, cuando se cumplirán 100 años de su nacimiento.
"No creo que las placas recordatorias fueran algo que quisiera", dice Delphine, sacando cuentas mientras camina: en total son al menos veinte cuadras donde era factible toparse con la folclorista que iba a pie en el París de los años 60.
"Lo que tenía Violeta es que llenaba los espacios", dice Daniel y sonríe mientras pasamos por el Café Le Dantón, en el 103 del Boulevard Saint Germain, que fue una de las locaciones de su documental. Aquí Violeta se reunía con amigos. Ahora, sentada en una de las mesas de este local de tonos rojos y garzones que visten como el típico camarero francés -chaleco sin mangas y delantal blanco-, es Delphine quien la evoca: "Para la Viola la transmisión de la expresión popular y de su tradición cultural era algo sagrado. Si bien al principio muchos no lo entendían, luego su misión se va abriendo camino y se gana el respeto de todos", explica abriendo bien sus ojos claros.
Daniel Sandoval cree saber por qué: "El parisino no quiere perder el tiempo. Se detiene a mirarte solo si vas al grano, si tienes algo que decir. Y Violeta era concreta. Ella estaba en el ser, no en el parecer. Sabía lo que quería".
Le Dantón. La artista solía juntarse con amigos en este café ubicado en el número 103 de Boulevard Saint Germain |
El barrio de la Viola
Si bien Violeta llegó a París primero a mediados de los años 50, fue en su segunda estadía, en los 60, cuando se impregnó de la ciudad. Había sembrado bastante para eso. Tras pasar por el Festival de la Juventud de Polonia, en Varsovia, la cantora había grabado en París su primer LP con canciones recopiladas del folclore, en 1956. El recibimiento del disco Chants et danses du Chili, editado por el sello Le Chant du Monde (que queda lejos de Odeón, en la rue Vandrezanne), fue absoluto y la alentó a soñar en grande, dice Delphine. Así lo recuerda también Alejandro Jodorowsky en el documental codirigido por Daniel.
"Mira, Alejandro: ahí estarán mis trabajos en algunos años más", recuerda el psicomago que le dijo su amiga Violeta el año 56, mientras paseaban por el Sena y tenían el Louvre a la vista.
La muerte de su hija Rosita Clara a los pocos meses de vida la hizo regresar a Chile. Pero en 1961, y tras ser invitada junto a sus hijos Ángel e Isabel a Helsinki, volvió a París. Y ahora sí se instaló en el barrio de Odeón en propiedad.
"Habían pasado años de la promesa que le hizo al Jodo, pero ya sabiendo hablar francés muy bien gracias a su oído privilegiado, cumplió su palabra", recuerda Delphine, mientras nos aproximamos a la Catedral de Notre Dame.
El Louvre, enfatiza Daniel Sandoval, sigue siendo impenetrable incluso para muchos artistas parisinos. Pero Violeta estaba convencida de que sus arpilleras tenían que exhibirse allí. "Y así, con las patas y el buche, partió hasta la calle Rivoli", dice el documentalista. "La Violeta era así: si quería algo, iba por él", dice Delphine, mientras alrededor centenas de turistas se cruzan en todas direcciones.
Un hallazgo en el Louvre
Para que la chilena se convirtiera en la primera sudamericana en exponer en solitario en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, tuvo que superar varias dificultades. Según el libro Violeta se fue a los cielos, que escribió su hijo Ángel Parra, la propia comisión que aprobó sus trabajos en primera instancia anuló la exposición. "Je suis desolé" alcanzó a decir el director del Louvre frente a la artista. "Lo siento". Pero Violeta no se conformó y sacó su artillería de argumentos para convencerlo de cambiar la decisión. No lo logró ese día.
Según los recuerdos de Ángel, el sollozo bíblico, hondo y negro de su madre se expandió por la habitación que él alquilaba arriba de La Candelaria, en el quinto piso de Monsieur Le Prince. Un espacio del que Violeta terminó por apropiarse. "Déjame sola", le rogó. Luego, más recuperada, bajó a escucharlo cantar en el ahora desaparecido bar y le dio una orden: al día siguiente, a las 11 horas, él mismo debía ir al Louvre a escuchar una respuesta definitiva sobre su exposición. Por suerte, esta fue positiva.
"Volé por las calles de París. Le llevé la noticia como quien lleva un tesoro entre los dedos, no podía caerse, quebrarse, perderse. Fui absolutamente feliz de ser el ángel mensajero", cuenta Ángel en su libro.
"Ángel traía el sol en su cara", fue la respuesta de Violeta al saber que sus arpilleras verían la luz en el museo más importante de París. Las décimas de Como lo manda la ley son testimonio de ese momento feliz: "Así fue creciendo el trigo/ que me detuvo en la Francia".
Violeta expuso en el Pabellón Marsan del Museo de Artes Decorativas del Louvre en abril de 1964, y según los diarios de la época, se ganó los aplausos europeos.
La mayoría de esas arpilleras hoy se pueden ver en el Museo Violeta Parra, de Santiago de Chile. Cecilia García Huidobro, directora de ese espacio, no descarta que puedan aparecer otras: tienen ahora mismo un investigador que intenta reunir información sobre la estadía de Violeta en París. Es entonces cuando el dato del artesano chileno Juan Betancourt, quien participó en la Bienal Révélations y visitó el Louvre, se vuelve valioso: "Acabo de ver una de las arpilleras de la Violeta", cuenta fascinado y nos envía una fotografía.
Se trata de Le clown (1960) y cuesta 11 euros encontrarla.
El tapiz está incluido en una exposición colectiva que se realiza en el mismo salón Marsán, donde Violeta expuso a solas originalmente. La muestra se mantendrá abierta hasta septiembre.
El protagonista de la pieza es un payaso de botas rojas, que contempla hacia abajo un ramo de flores, como si les hiciera una reverencia. De todas las obras que incluye la muestra Travaux de dames? (¿Trabajo de mujeres?), es la que más llama la atención del público, dicen los guardias del mismo salón, un lugar silencioso. Miro la escena: las personas que hay ahora se detienen a contemplar los colores de la arpillera. No hay guías en español que ayuden a traducir la obra. Pero la bibliotecaria del Archivo del Museo de Artes Decorativas del Louvre, Chantal Lachkar, explica en una mezcla de francés, español e inglés que la obra de Violeta está dentro de una muestra que examina el papel de las mujeres en el textil, la moda, la cerámica, el diseño, la fotografía y el dibujo.
Chantal Lachkar resulta ser otra admiradora de Violeta Parra desde que una amiga, dice, le presentó su obra. Así que amablemente escribe el nombre de la artista en el computador del archivo para ver qué más encuentra."Está el catálogo del 64 y el documental en blanco y negro que registra la famosa entrevista que se le realizó en el Louvre", dice con entusiasmo, leyendo el monitor. Y con la misma sonrisa, se pierde en las estanterías hasta encontrar la primera de estas dos joyas que, aunque se pueden ver en el Museo Violeta Parra de Santiago, estremece encontrar también en París.
Las hojas del catálogo se mantienen suaves. Las fotografías de la artista muestran sus ojos profundos y la descripción de cada una de sus obras. "Antes de cada presentación, él le habla a las flores y le pide coraje y éxito", se lee en el texto referido a Le clown (la arpillera que posteriormente confirmarán del museo capitalino:
"No forma parte de su exhibición", aunque sí aseguran que "es de Violeta").
Delphine tampoco sabía que este tapiz se exhibía en el Louvre, pero no le extraña que nuevas piezas aparezcan.
Ante los puentes de Notre Dame (que la folclorista describió como puntos de encuentro donde los vivos "se pasan de una orilla a la otra del Sena, sus problemas y sus alegrías, sus abrigos y sus deseos"), dice: "La Viola está llena de sorpresas".
Reviso los apuntes. En el catálogo de la exposición del 64 está su poema Bonjour La France. Leo:
"Hola franceses/ que me han abierto sus puertas y la cerradura del jardín de su corazón latiendo;/ hola en mi nombre, y en el de la Cordillera de los Andes,/ hola con toda la fuerza de la india que traigo en la sangre".
Delphine escucha, rellena el mate y brinda. Conoce estos versos casi de memoria.
Le Clown, una de las obras emblemáticas de Violeta Parra, se exhibe hasta septiembre en el salón de Marsán. |
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