Gonzalo Saavedra
Cultura
El Mercurio
Gustav Mahler compuso "La canción de la Tierra" (1907-1909) en medio de una tragedia: había muerto a los cuatro años una de sus hijas y a él le diagnosticaron una grave enfermedad cardíaca. Las seis partes que conforman esta obra, escritas sobre la base de poemas chinos, se caracterizan por una constante dualidad: la celebración, no sin humor, de la vida, y la sombra de la muerte y las angustiosas ansias de trascendencia.
En el concierto del jueves, con la mezzosoprano Evelyn Ramírez y el barítono Javier Weibel, la Orquesta Sinfónica de Chile y la dirección de Paolo Bortolameolli, se escuchó una versión magnífica, apoyada, además, por los finos y sugerentes cuadros animados de la compañía Teatro Cinema, que aparecieron en una pantalla sobre el escenario; como parte de esos cuadros actuaron los excelentes cantantes, con gran talento dramático. La posición elevada tuvo resultados acústicos muy propicios a los solistas, que se proyectaron con claridad y volumen sobre el gran conjunto orquestal.
Impresionó el sonido brillante que Bortolameolli consiguió de la Sinfónica: el director es detallista y apasionado a un tiempo y, luego de tres ensayos maratónicos y con su evidente dominio mahleriano, logró que las cuerdas y el resto de las secciones deslumbraran en el protagonismo que les cabe según dónde.
Es muy interesante la conjunción de música e imágenes que mostró esta presentación: el material del Teatro Cinema comenta o prescribe una manera de entender "La canción de la Tierra", ya con propuestas abstractas, ya literalmente figurativas, ordenadas narrativamente como una travesía, siempre intentando sacarles brillo a los textos.
Entre una enorme cantidad de aciertos, destacaron la "Canción báquica de la miseria terrenal", primero de los movimientos, con el potente registro de Weibel, minuciosamente controlado para llegar seguro a las notas altas que se le exigen aquí y en otros momentos, y el tercero, "De la juventud", ilustrada con un jinete de madera sobre un caballo de juguete. En la postrera "La despedida", Bortolameolli, sobrio en sus decisiones, supo señalar cuán crucial y emocionante es este movimiento articulador de toda la obra, y obtuvo de la orquesta un resultado conmovedor. Evelyn Ramírez brilló aquí también, mientras la pantalla mostraba, gigante, el iris de un ojo, que, con su aspecto cósmico resume bien la consciencia universal que animó a Mahler mientras creaba este monumento. El público, entusiasmadísimo, agradeció con una ovación larga, como pocas se han escuchado en el Teatro de la Universidad de Chile.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario