El Mercurio
Meditaciones sobre la muerte, el amor, el crimen y la tortura, en obras maestras de Orlando di Lasso, Franz Joseph Haydn, Giuseppe Verdi y Richard Strauss, junto a las inesperadas propuestas sonoras de Erich Korngold, Luigi Nono y Gerald Grisey.
Juan Antonio Muñoz H.
UN STRAUSS GIGANTESCO. “Die Frau ohne Schatten” (“La mujer sin sombra”) es la ópera más enorme compuesta nunca por Richard Strauss. ¿El tema? La trascendencia, nada menos. No abundan sus registros, pero el sello Orfeo propone una excelente versión: la que se escogió en 2019 para celebrar los 150 años del edificio de la Ópera de Viena. Al frente de la orquesta de la casa —una máquina muy bien aceitada— está Christian Thielemann, que se enfrenta a una trama polifónica de dimensiones desplegando un fulgor sonoro deslumbrante junto a un elenco donde resplandecen las mujeres. En particular, Nina Stemme, como la Mujer del Tintorero, en un rol tan temible como el de la Emperatriz, encarnada por una estupenda Camilla Nylund. Con ellas, Evelyn Herlitzius, que ofrece una Nodriza de inefable intensidad. El rol del Emperador es uno de los más arduos y difíciles del repertorio para tenor, pero muchas veces pasa inadvertido por la potencia de las tres mujeres. Aquí está en voz de Stephen Gould, que lo aborda con entereza más que con holgura. Un verdadero documento.
HAY QUE CONOCER MEJOR A KORNGOLD. Teatros y casas discográficas se preocupan cada vez más de Erich Wolfgang Korngold (1897-1945). El año pasado, Múnich estrenó una versión antológica de “Die Tote Stadt” (“La ciudad muerta”) y en marzo Chandos lanzó una placa con su Concierto para violín y su Sexteto de cuerdas, compuesto por el músico a los 17 años. Tras radicarse en Estados Unidos, Korngold se ganó la vida componiendo bandas sonoras de películas y es por eso que en los movimientos del concierto surgen imágenes de cintas como “El príncipe y el mendigo” y “Otro amanecer”. Como siempre en su música, los hallazgos sonoros van de la mano con poesía y dulzura melódica, a la vez que el sonido diáfano comparte vida con la energía de un entusiasmo exuberante. El trabajo es de John Wilson al frente de la RTÉ Concert Orchestra, junto al violinista Andrew Haveron.
UN MORO BIPOLAR. Era la grabación de ópera más esperada del año; tras dos postergaciones, llegó en junio: un nuevo “Otello” (Verdi) nacido en tiempos en que los registros en estudio de óperas completas ya casi no existen. Jonas Kaufmann despliega un trabajo teatral y vocal minucioso, repleto de detalles exquisitos, y plasma un ser impredecible, de una bipolaridad aterradora, con una voz de bronce oscuro que maneja admirablemente. Con él, un excelente Carlos Álvarez, como Iago, y la debutante Federica Lombardi, como Desdémona. Antonio Pappano, que dirige a la Orquesta y el Coro de la Academia Santa Cecilia de Roma, permite atender las numerosas capas que constituyen el océano que es esta obra maestra. Pappano también se propone develar la modernidad de esta música, como ocurre en el dúo de amor del primer acto, donde convergen riqueza cromática, cambios de tono y audacias armónicas.
RENACIMIENTO FUTURISTA. “Omnia tempus habent” (“Todo tiene su tiempo”), apunta Orlando di Lasso (1532-1594) en este disco titulado “Inferno” (“Infierno”), que reúne 12 motetes (compuso 530) para seis y ocho voces que demuestran por qué su música es una cumbre del estilo franco-flamenco del Renacimiento. Aparte de la maestría polifónica y armónica, y de la severidad de las reflexiones sobre el sufrimiento —“Vidi calumnias”, “O mors quam amara”, “Media vita in morte sumus”—, las partituras dejan entrever el futuro musical: cromatismos y progresiones que recién se escucharían en el siglo XX. Todo a cappella, interpretado con exhaustiva precisión y gran belleza por la notable Cappella Amsterdam, dirigida por Daniel Reuss.
QUIEBRES SONOROS Y TRAGEDIA. Directora de orquesta y cantante experta en el mundo contemporáneo, Barbara Hannigan dice que su nuevo disco es un “tríptico de tres noches transfiguradas”. La mezcla es desestabilizadora y también fascinante: Luigi Nono (1924-1990), Haydn (1732-1809) y Gerald Grisey (1946-1998). La voz meliflua, inmaterial, de Hannigan abre con “Djamila Boupacha” (Nono), dedicada a una militante argelina arrestada por el ejército francés, que fue torturada para obtener una confesión: la música es puro malestar, confusión y violencia. Produce un quiebre incómodo pero atractivo en contraste con la Sinfonía 49 de Haydn (“La Passione”, que da título al álbum), que habla de tragedia a gran escala. La interpretación es hermosísima y muy personal (qué buena directora es), al punto que se da el lujo de agregar en la obra la participación de un clavicémbalo, según ella, para “hacer escuchar su propia voz”. Termina con “Quatre chants pour franchir le seuil” (“Cuatro cantos para cruzar el umbral”), de Gerald Grisey.
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