El Mercurio
La mezzosoprano estadounidense se presentó la semana pasada en España luego de estar confinada en ese país. Acá habla sobre el regreso a los teatros, pero vacíos.
Fernando Díaz de Quijano El Cultural / Derechos Exclusivos
Con la salida de España del rey emérito, puede que el adjetivo campechano quede exento de connotaciones juancarlistas y vuelva a usarse para describir a otros personajes. Merecería el calificativo, por ejemplo, Joyce DiDonato, una diva de ópera que se comporta como tal encima del escenario, pero no fuera. Nacida en una pequeña ciudad de Kansas, quizá sus raíces en ese medio oeste agricultor estadounidense tengan mucho que ver con su carácter. A su paso por los escenarios más prestigiosos del mundo, además de su portentosa voz, quedan resonando su simpatía, su entusiasmo y su compromiso social y político.
Hace una semana dio dos conciertos en España y señaló que quería comenzarlos con la obra maestra de Mahler, “Ich bin der welt abhanden gekommen” (“He abandonado el mundo”), que habla de alejarse de un mundo lleno de tumulto y entregarse a una vida de amor y canto. “Es la única forma que sé de regresar al escenario en este momento, reconocer dónde estamos y señalar un camino a seguir”, explica.
Desde 2015, DiDonato vive en Barcelona, su base en Europa, y el confinamiento debido a la pandemia la pilló en esa ciudad. Dado que la cultura no paró en ese período, cree que esta ha demostrado ser esencial para la sociedad. “Estoy convencida de ello. Como yo, mucha gente ha sido consciente del poder transformador de la música y del arte, que nos enseñan muchísimo sobre nosotros mismos y sobre nuestra humanidad común. Además, nunca debemos subestimar su poder para ofrecer consuelo en tiempos de tristeza”.
Otro tema de estos días ha sido la lucha contra distintas formas de injusticia, especialmente la racial, después del caso de George Floyd. DiDonato señala que “la fuerza emocional de la música puede saltarse el intelecto y nuestro lado más racional, y llegar directamente a nuestros corazones para llamarnos a un comportamiento más humano. Nunca he conocido un momento más importante que este para ser artista”.
—¿Cómo participa el público de lo que se está creando encima del escenario?
“El público es siempre un participante activo en la energía de un concierto o una representación de ópera. Puedo sentir cuándo están conmigo, cuándo han dejado de respirar, cuándo se sienten inquietos o cuándo están listos para explotar en una ovación. Esa energía que recibo del público alimenta mi actuación y podemos crear colectivamente una velada inolvidable”.
—Cuando está cantando en el escenario y mira al vacío, parece estar contemplando algo en la distancia. ¿Qué imagina para alcanzar ese grado de concentración?
“Cuando estoy interpretando un aria en la que hablo con otro personaje, debo imaginar con detalle su presencia y sus reacciones mientras miro a la oscuridad. Eso me permite responder primero con mi imaginación, y luego con mi voz y mi fraseo. Si se trata de un monólogo, no visualizo otra cosa que una gran introspección. Por debajo de la música mantengo un diálogo con el subtexto encarnando siempre a mi personaje”.
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