La Tecera
Gepe tiene 31 años, cuatro discos y es considerado uno de los mayores exponentes de la nueva camada de músicos chilenos. Tímido y de pocos amigos, se mueve generalmente en un circuito de escenarios pequeños y con público fanático. La semana pasada decidió apostar distinto: actuó en la última noche del Festival de Olmué. Lo acompañamos en su desembarco en una fiesta popular y masiva.
por Pedro Bahamondes
Sábado, 23 horas. Gepe está de pie, con su guitarra anclada al cuello. Frente a él, más de cien fanáticos corean la última canción de la noche en el Centro Cultural Gabriela Mistral, en Santiago. Todo fluye en un escenario de esos que a este artista le son familiares: tocatas íntimas, lugares pequeños, como un concierto entre amigos. Pero entonces, junto con despedirse, lanza al aire un aviso: “Prendan la tele mañana a eso de las 12 de la noche”.
Más tarde, Gepe -que se llama Daniel Riveros, tiene 31 años, estudió Diseño Gráfico en la UC y ya tiene cuatro discos editados- se fue a dormir, sin pensar en nada más que en el día siguiente. El día de su actuación en el Festival del Huaso de Olmué. El día en que decidió medirse en un espacio popular y masivo. El salto al mainstream.
El ensayo
El domingo comienza temprano. Hasta la casa de Gepe en Ñuñoa llegan los que lo acompañarán este día. Entre ellos, Rodrigo Santis, director del sello del cantante; la productora Carla Arias, la periodista Pía Vargas, los músicos Pedro Subercaseaux -más conocido como Pedropiedra-, Felicia Morales y Christiane Drapela; cinco bailarinas y un sonidista. Después de 40 minutos, se estaciona afuera el bus de dos pisos que los llevará a la V Región.
A mediodía, el vehículo con Gepe y compañía se detiene frente al Parque El Patagual, en Olmué, donde se realiza el festival desde su primera versión, en 1970. Durante todo el trayecto, Gepe estuvo callado, con sus audífonos clavados en los oídos. Faltan varias horas para su presentación y en ese silencio convergen todos sus miedos, como hablar ante muchas personas y, sobre todo, ser el centro de atención. Pero a esas alturas ya no hay escape. Millones de personas lo verán en televisión por primeras vez, durante 40 minutos.
La prueba de sonido parte a las 12 y media y sin Gepe, quien descansa en el camarín: una carpa blanca con alfombra verde, varias sillas, un sillón. En el escenario, los técnicos se ocupan de acomodar su batería, las guitarras y el resto de los equipos. Minutos después aparece el cantante. Con jeans, zapatillas y un polerón con capucha.
Al verlo, varios insisten en que Daniel está muy flaco, pero más extrovertido y sonriente. Dejó de comer carne y retomó el deporte, que había abandonado siendo niño, cuando era parte de la selección nacional de jockey. “He trabajado más el personaje de Gepe. Sin embargo, sigo siendo el mismo de antes. Todos hablan de un cambio y de búsquedas y yo sólo hago lo que me sale”, dice él.
Se sienta frente a la batería y empieza a jugar con ella. “Nunca me interesó estudiar música, aunque lo intenté con profesores particulares. No me daba la cabeza con las partituras. De hecho, aún no sé nada de acordes, pero igual hago música, siempre a partir de sonidos”, cuenta. Las bailarinas ensayan a su alrededor, vestidas con trajes y grandes máscaras coloridas, similares a las de las fiestas nortinas, una imagen que combina bien con la definición que los críticos han hecho de la música de Gepe: un pop que coquetea con el folklore.
“Probemos ‘zapato’ primero”, dice Gepe, refiriéndose a Con un solo zapato no se puede caminar, una de las canciones de GP, su último disco, lanzado en octubre, cuando la crítica terminó por alzar su nombre dentro de las ligas mayores. Gepe entonces canta y los asistentes, técnicos y personas que andan por ahí toman asiento en las butacas. Todo suena perfecto. Son casi la una de la tarde en Olmué.
Aparece el animador del festival, Cristián Sánchez. Lleva un café en las manos. Se sienta en la primera fila; Gepe lo mira de reojo. Al terminar la prueba, Sánchez se acerca.
-Hola, ¿cómo estái?
Gepe le da la mano, con la mirada perdida en otro lugar.
-Cuéntame, ¿qué se siente estar acá?, ¿todo bien? -insiste Sánchez.
Gepe sonríe y le dice lo que luego repetirá varias veces en el día. Que era un honor para él, que lo había soñado desde hace mucho tiempo y que el festival era importante, por ser uno de los pocos en mantener la tradición del folclor, el motor de su música.
-¿Y qué presentarás hoy, un poco de los tres discos? -pregunta Sánchez.
-Son cuatro -corrige Gepe.
Chapuzón
-Me encanta cómo se ve el Dani, se parece a Danny Zuko -dice Pía, cuando ve pasar a Gepe con el look del personaje de John Travolta en Grease: peinado con chasquilla hacia un lado, con polera negra dentro del pantalón, mochila y una pequeña maleta con ruedas donde está todo lo que necesita para el día. Incluido traje de baño.
Su nueva imagen y actitud no sólo provocaron un giro en su vida, sino también en su carrera. Durante el 2012, Gepe se convirtió en el rostro de una marca de ropa junto a Francisca Valenzuela y colaboró con artistas como Jorge González, Javiera Mena y Julieta Venegas. A eso se sumaron las giras por México y Europa y luego, de vuelta en Chile, una agenda interminable de conciertos que lo pusieron en una vitrina a veces incómoda, incluso para él. Para este año ya tiene confirmada su actuación en Lollapalooza y Vive Latino.
A la una y media de la tarde, Gepe y el equipo sólo piensan en el almuerzo. Caminan un par de cuadras hasta unas cabañas habilitadas para las comidas. Hay varias mesas bajo un parrón, una piscina, los cerros y el valle de fondo. “Estamos como en una película”, lanza Pedropiedra. Todos se ríen. Se sientan.
Después de comer, viene la distensión. Gepe logra hacer lo que lleva esperando un buen rato: un chapuzón en la piscina. Luego, la siesta.
El show
La noche cae en Olmué. Corre un viento suave que apenas enfría el ambiente. Los garzones ordenan los platos en las mesas y otro hombre se encarga de las carnes sobre la parrilla. Gepe y compañía aparecen en el lugar.
La cena comienza a las 9 y media de la noche, mientras en la plaza del pueblo, a sólo una cuadra, la gente termina de ingresar al Patagual para la última noche de festival. Gepe lleva puesta la capucha de su polerón. “Ahora sí que estoy nervioso”, dice. Minutos antes le habían confirmado la hora de su presentación: 12 en punto, después de Illapu, la competencia y un humorista.
Llega la van que los llevará hasta el Patagual. Gepe se mantiene aparte. A ratos inhala y exhala profundo y sesea para ejercitar la modulación. Mira por la ventana. Se ríe contadas veces. Ya en el camarín, vestido para el show, permanece sentado en un sillón con sus audífonos, el celular en su mano derecha y la cabeza perdida dentro de la capucha. Frente a él, Pedropiedra, a cargo de la guitarra, hojea un libro y bebe cerveza.
En el festival, después de Illapu sigue Marco Charola Pizarro. No dura ni media hora. Es el momento de Gepe. Antes de salir del camarín, él y su equipo se juntan para tomar una foto. Para inmortalizarse en esta aventura en medio del campo. Luego, Gepe camina por el pasillo hacia el escenario. Lo anuncian, sale a escena.
Casi no habla durante el show. Sólo quiere música, baile y luces, la fiesta que ha planeado para esa noche. En bambalinas, su equipo lo espera para abrazarlo. Una mujer vestida de huasa, encargada de entregar los premios, se acerca a Pía. “No nos quedan más que éste -el que sostenía en sus manos-. Se lo entregaremos simbólicamente y luego se lo pediremos de vuelta. Después le darán otro”. Pía sólo la mira. Ya todo da igual.
El show termina con una ovación. Las bailarinas y los músicos bajan del escenario. Gepe sigue arriba, bajo las fuertes luces y ante la vista de 1.200 personas, donde sus fanáticos son los menos.
-Buenas noches -se despide.
Camina lento hasta donde lo espera su grupo. Viene con la frente sudada, tembloroso, sonriente. “Lo pasé bien”, dice. “No quiero pensar ahora en lo que va a significar todo esto, ni siquiera he visto los comentarios en Twitter. Quiero dejar reposar un rato la cabeza y asumir esta experiencia como un paso más”. De vuelta en el camarín, todos se abrazan. Gepe se sirve jugo, se sienta en un sillón, se queda unos minutos mirando nada. Luego sonríe.
Sobre el escenario, la fiesta popular -la primera de Gepe- se prende aún más con el dúo Pimpinela.
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