viernes, septiembre 04, 2020

Amanda Irarrázabal: La contrabajista solitaria y su caudal de música abierta

El Mercurio

Compositora e improvisadora, en el noveno disco de su catálogo experimenta en una obra cruda y autosustentada con voces, sintetizadores y contrabajo.

IÑIGO DÍAZ

En enero de 2004, en estas mismas páginas, una Amanda Irarrázabal de 21 años aparecía entrevistada como uno de los nuevos valores del contrabajo. Era, entonces, alumna de Alejandra Santa Cruz en la Universidad de Chile y pensaba postular a la Orquesta Metropolitana para una plaza en la fila de contrabajos. Pero también en ese tiempo ella tenía “deslices” hacia los mundos del jazz, el rock, la fusión y la improvisación.

Un terremoto, un estallido social, una pandemia y ocho discos después la encuentran otra vez en un punto de confluencia de varias de estas variantes musicales, a través del álbum que acaba de publicar y que de cierta manera viene a completar un recorrido largo por la música.

“Mi paso por la música clásica al final fue súper corto. Yo me considero más que nada una música experimental. Hago improvisación libre aunque sigo tocando mucha música escrita también. Este disco tiene de todo eso. Es como una síntesis”, dice Irarrázabal. A los 37 años está lanzando “Caudal”, una obra no solo ciento por ciento autoral sino autosustentada en su amplia dimensión, dado que ella ejecutó todos los instrumentos. Solo incluye la participación de Mandia Araya en piano y voz en el desafiante dueto de “Teñida”.

El álbum fue creado y grabado en Ciudad de México, donde ella vivió un par de años, después de una década de residencia en Buenos Aires.

“A Argentina llegué para completar los estudios de contrabajo que no terminé en Chile. También para estudiar composición. Estuve vinculada con músicos de tango y de la escena de la improvisación libre. Grabé muchos discos de este tipo, en dúos, tríos y cuartetos”, dice sobre trabajos suyos como “Máquina solar” (2013), “Arde” (2016) o “Dactilar” (2017).

“‘Caudal' está compuesto por canciones, pero canciones bastante especiales. No me siento que encaje mucho en un solo lenguaje musical. Y estas son canciones experimentales en las que me permito tocar sola, jugando con la improvisación, con la tímbrica y la palabra”, dice. Allí grabó con su voz —“que no está entrenada para cantar pero la utilizo desde siempre como un recurso en las improvisaciones”—, además de dos sintetizadores analógicos modulares y, desde luego, su contrabajo. En ciertos pasajes del disco, el solo contrabajo es el sonido que conduce la obra.

“A veces se escucha limpio y acústico. A veces es un contrabajo procesado con efectos. Hay sonido y también ruido. Uno crea algo caótico a veces y es todo bastante crudo. Me atrae ir contra las perfecciones musicales y utilizar la crudeza como recurso. Pude haber hecho todo en la lógica de la perfección, pero no. Es una cosa estética”, cierra.

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