El Mercurio
Luego de que la pandemia les cancelara toda la programación 2020, esta orquesta ha logrado organizarse para no decaer y volver a trabajar con esperanza.
María Soledad Ramírez R.
Las personas con oído absoluto pueden identificar una nota en el sonido; pueden, por ejemplo, determinar que tal bocinazo es un si mayor. Asimismo, el oído es fundamental para tocar música. “Cuando uno hace esta conexión, el superoído de la ceguera vinculado a la música, se logran cosas geniales”, dice con entusiasmo Cristóbal Basso (34 años), director desde 2015 de la Orquesta Sonidos de Luz, agrupación formada por personas ciegas o con muy baja visión que cuenta con el apoyo de la Fundación Luz.
Nacidos en 2004 al alero del colegio Santa Lucía, de la misma fundación, la orquesta tenía una temporada nutrida este 2020, cuando el covid-19 desarmó todos sus planes. Actuarían en Lollapalooza y durante el año en Parque Arauco.
La cancelación de estas actividades fue un golpe duro para este grupo conformado hoy por 8 músicos jóvenes, de entre 15 y 30 años, más el director. “Vivimos un proceso complicado, porque los chiquillos estaban muy ansiosos y motivados por tocar en Lollapalooza”, comenta Basso, pero confirma que sí estarán en la próxima versión de este festival de rock. Ya habían sufrido un revés con el lanzamiento de su primer disco, “Música para tus ojos”, por el estallido social y recién se pudo hacer en enero.
A pesar de estas dificultades, Basso cuenta que lograron organizarse para seguir con las clases y ensayos por Zoom, aunque han debido limitarse a encuentros duales, profesor-alumno. Solo dos jóvenes cuentan con los elementos para tocar música sin que se produzca latencia, es decir el desfase de la música entre emisor y receptor al otro lado de la pantalla.
Para el director, está claro que el trabajo vía remota se quedará. Por eso, han postulado al Fondo Nacional de Proyectos Inclusivos, Fonapis, para poder comprar los elementos que les permitirán tocar todos juntos, sin desfase. Y también esperan ganar el proyecto por 100 mil dólares presentado al Fondo Internacional para la Diversidad Cultural de la Unesco, con el fin de hacer una gira por el país. “Estos conciertos generan un impacto que va más allá de lo musical, por eso queremos llegar a todo el país, para que exista una evolución en la actitud hacia la discapacidad”, reflexiona Basso.
La orquesta tocaba música clásica, pero con el director Basso han ido girando hacia el jazz y el blues, además de folclor y música popular. “Me he dado cuenta de por qué les ha interesado el jazz. En la música docta está todo generalmente escrito, y uno tiene que interpretar eso; no hay un momento para liberar la creatividad propia. En cambio, el jazz tiene esos momentos en los que queda un solista que puede dibujar melódicamente a su gusto”, cuenta Basso.
A la amplitud del repertorio se suma el trabajo con la partitura. La enseñanza de la música para una persona con discapacidad visual se basa en la repetición de la línea melódica que entrega el profesor y la memoria del alumno. “Con otro músico de la orquesta estamos haciendo un libro de partituras en braille. Existe un sistema que se llama musicografía braille, que es una forma de escribir las partituras con los puntitos del braille. La estoy introduciendo en la orquesta para explicarles cosas de armonía y teoría”, comenta Basso.
“Yo espero el día en que nos podamos encontrar todos y volver a calentar motores, porque a pesar de que la práctica no se pierde tanto, igual es difícil reinsertarse en la realidad y volver a tocar todos juntos”, anhela Bernabé Catalán (16 años), clarinetista de la Orquesta Sonidos de Luz y primer estudiante ciego en el Conservatorio. Su amor por la música es total y su compromiso con la orquesta, también. “Personalmente me ha hecho crecer y escribir mi futuro. Yo desde pequeño he querido ser músico y gracias a la orquesta y a la fundación lo he ido logrando. Mi discapacidad no fue un límite”, agrega.
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