sábado, septiembre 12, 2020

Andrés Gomberoff: “En el caso del virus, creo que el terror es un poco injustificado”

 El Mercurio


El doctor en Ciencias mención en Física, Andrés Gomberoff, acaba de lanzar un libro en el que vincula la música con diferentes fenómenos de la ciencia. La idea de transmitir estos conocimientos a un público masivo es algo que lo ha movido durante su carrera, a pesar de que es un trabajo poco reconocido por la academia, dice. Aquí relata su camino hacia la física, cuenta cómo fue saltar del paper académico a los medios de comunicación y reflexiona sobre el rol de la ciencia bajo la presión de la pandemia.


Por Antonia Domeyko Foto Sergio Alfonso López


¿Por qué cambia de color la carne cuando se cocina?, ¿por qué las papas se ablandan con el calor?, ¿por qué la clara transparente del huevo se pone blanca al cocerse?, ¿por qué el atún es rojo?


—Tienes preguntas infinitas, son cosas absolutamente de locos. ¡Es mágico! —dice entusiasmado el doctor en Ciencias mención en Física Andrés Gomberoff, y luego explica —El atún es rojo no por la sangre, sino que por una proteína llamada mioglobina, que tiene un átomo de hierro en el centro. Y ¿de dónde viene ese átomo de hierro? Viene de la supernova y de las estrellas. Entonces, a través del atún puedes entrar al universo. Todas esas relaciones son las que hacen que me apasione más la ciencia.


La explicación del color del atún, Gomberoff la leyó en el libro La cocina y los alimentos. Enciclopedia de la ciencia y la cultura de la comida. Ese texto sobre cocina y divulgación científica dice que lo “rayó” y lo llevó a dar el primer salto desde el paper académico a un medio de comunicación. Comenzó por hacer una reseña de aquel libro en la revista Qué Pasa. Y ese, dice, fue el pase de entrada para convertirse luego en columnista y posicionarse como difusor de la ciencia.


—Lo que escribo son grandes ideas de la ciencia, que tienen una historia increíble y están a asociadas a millones de otras ideas. Es algo que me gusta mostrar.


Casi cuatro años después de esa primera reseña publicó el libro Hay onda entre nosotros, que recopila sus columnas. Después lanzó una reedición ampliada que tituló Física y berenjenas. Más tarde vino Einstein para perplejos y recientemente La música del cosmos, su último libro, en el que vincula un repertorio de canciones con fenómenos de la ciencia.


—Bajo la idea de acercar la ciencia a la gente, ¿qué explicarías sobre el coronavirus con un lenguaje más amigable?


—Creo que la ciencia es el mejor remedio en contra del terror. Si les tienes terror a los terremotos, a los truenos o a los rayos, no hay nada que te calme mejor que te expliquen qué son. En el caso del virus, creo que el terror es un poco injustificado, no es una enfermedad tremendamente mortal que va a aniquilar la raza humana, y si eres menor de 50 años, lo más probable es que no te pase nada. Lo que sí es importante es entender que hay mucha gente que puede morir por su culpa. Entonces, hay que escuchar a la antigua ciencia, a los doctores del siglo XIX que se dieron cuenta de que lavándose las manos había menos muertos en el hospital, o a los que se dieron cuenta de que las enfermedades se transmitían por las partículas que emitimos al respirar. Esas simples cosas son una tremenda protección (…). En ese sentido, la ciencia es nuestra luz, nuestro faro para apagar los temores.


En el nuevo libro de Andrés Gomberoff, cada capítulo se trata de una canción. Hay temas desde Los Beatles hasta Bob Dylan. Además de amante de la ciencia, Gomberoff se define como melómano. Su relación con la música, cuenta, comenzó de niño, cuando escuchaba principalmente música clásica junto a su padre, quien solía poner al compositor y director de orquesta Gustav Mahler, un judío austríaco de principios del siglo XX.


Los orígenes de este músico, además, eran cercanos a las raíces de la familia de Gomberoff, por ambos lados de descendencia judía. Relata que desde la rama paterna, sus bisabuelos fueron parte de una gran migración judío rusa que llegó a principios de 1900 a Argentina y luego a Chile. La parte materna viene de Alemania, desde donde huyeron en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando su abuela logró sacar a su abuelo de un campo de concentración, al conseguirle una visa para ingresar a Chile.


—Mi abuela materna influyó harto en mí, porque son historias bien fuertes. Algo de eso hablamos en Einstein para perplejos (…). Einstein (también judío) es el padre de mi disciplina, pero además es un personaje con el que siento cierta afinidad histórica por los cuentos de mi familia. El libro, de hecho, va dedicado a mi abuela —cuenta Gomberoff.


Son relaciones que ha hecho con el tiempo, porque, explica, su aproximación a la ciencia no tuvo que ver con sus abuelos, sino que fue algo que siempre le gustó y que fue descubriendo de a poco. En su adolescencia, una gran revelación para él fue la serie de televisión Cosmos, del astrofísico y divulgador científico estadounidense Carl Sagan.


—Una de las cosas atractivas de Sagan es que es muy cercano, no es el científico loco, nerd, que aleja a las personas. Era un científico cool, no el viejo chascón de delantal blanco. No te mostraba un avance tecnológico, sino que el amor por la naturaleza en su sentido más puro. Eso, contado por alguien con quien uno se iría a tomar algo a un bar, no por un tipo con el que te daría vergüenza salir. No estaba pensando eso a los 13 años, pero había un instinto. Nunca me sentí muy identificado con esa cultura nerd que a veces se cultiva. No es que yo sea James Bond, pero trato de evitar esa caricatura.


Finalmente decidió estudiar Física en la Universidad de Chile. Pero era tan poco demandada en ese tiempo, que además de él, entraron dos compañeros más.


—Había muy poco interés, por esos años, por las carreras científicas. Éramos muy pocos, como una academia griega, pero me encantó altiro. Nunca había visto esas matemáticas enseñadas de una manera tan profunda. Y mi impresión fue que no había nada de nerd en la facultad, he conocido muchos colegas que son aún más divertidos que Sheldon Cooper, pero te diría que la mayoría son gente muy cool, muy culta y llena de curiosidad por millones de temas distintos.


En la misma facultad hizo un doctorado en Física. Después siguió posdoctorados en el Centro de Estudios Científicos y en la Universidad de Syracuse, en Estados Unidos. Más tarde impartió clases en varias universidades, además, dice, de formar la carrera de Ingeniería Física en la Universidad Andrés Bello. En ese entonces ya había más interés por la carrera, a la que ingresaban cerca de 20 alumnos cada año, recuerda.


Gomberoff cuenta que durante ese tiempo siempre tuvo la inquietud de expandir más el conocimiento de las ciencias, más allá de la burbuja académica.


—A muchos científicos nos gusta contar lo que hacemos. Cuando estamos muy excitados con una nueva idea que leíste, que se te ocurrió o que te contaron, sientes la urgencia de contarlo. Es como una cosa muy humana.


Para expandir ese conocimiento dictó charlas científicas abiertas a todo público. Y, más tarde, cuando se le presentó la oportunidad de escribir una columna sobre ciencia en la prensa, a pesar de no haber hecho nunca algo así, la tomó.


—Todos podemos encontrar en nuestra carpetas de infancia algo que escribimos, pero definitivamente yo no iba para allá. Nunca escribía —dice Andrés Gomberoff, al recordar su pasado con las letras antes comenzar con sus columnas—. Empecé nomás, y tuve grandes profesores y editores duros. Me mandaban a escribir párrafos completos de nuevo, con muy buenas razones. Me decían: “No se entiende nada”. Después, cuando lo tienes que hacer cada dos semanas, es como un músculo y cada vez se te va haciendo un poquito más fácil.


—En general, se les critica a los científicos que usan lenguaje muy difícil. A veces, para los periodistas es complejo poder descifrarlos.


—Creo que ahí la culpa es del periodista. Un periodista cuando no le entiende a un científico o cuando no le entiende a un político, que digamos tampoco hablan para ser comprendidos, no puede aceptarles. No se les puede aceptar una respuesta que no se entiende. A veces el problema es que se endiosa al científico y se piensa que están dando una revelación.


—Y desde la vereda de los científicos, ¿qué autocrítica haces respecto a cómo transmiten el conocimiento?


—No es que quiera criticar a los periodistas y sacarles la culpa a los científicos. Lo que creo es que no todos tienen por qué hablar. Hay algunos a los que les gusta hablarle a todo el público, como a mí, pero si me preguntas si los científicos se hacen responsables de comunicar, no tienen por qué hacerlo todos.


Gomberoff ha publicado varios libros para todo público y también ha continuado escribiendo columnas en diferentes medios. Y en 2017 lanzó en YouTube, “Belleza Física, el aperitivo”, que consiste en varios videos que explican diferentes fenómenos de la ciencia, por ejemplo, cómo se imprime la música en un CD, a qué energía equivalen las calorías de una barra de chocolate o cómo viajan las ondas electromagnéticas hasta un celular.


—¿Cómo es percibida el área de la divulgación por la academia?


—Desafortunadamente, la obra de no ficción científica suele no ser reconocida en las universidades; por ejemplo, no es reconocida a la hora de subirte de jerarquía. En general, las universidades son instituciones muy conservadoras, pero estoy seguro de que tiene que cambiar, porque es algo valioso. La palabra divulgación es a veces un poco rara, porque de alguna manera inmediatamente le baja el pelo a la cosa.


—¿Sientes que es mirado en menos por la academia?


—Yo no te diría eso, la verdad es que los amigos colegas que tengo jamás me han manifestado ninguna crítica frente a esto. Al menos, no directamente. Sin embargo, sí ha significado algunas dificultades en las universidades que están preocupadas de los rankings. Te evalúan por los trabajos científicos tradicionales. Normalmente un libro no es parte de tu currículum como científico, no existe. Pero no importa, es algo que a mí me gusta y voy a seguir haciéndolo. No me quejo.


—Se habla de ti en los medios como divulgador de ciencia, ¿te incomoda?


—No me siento un divulgador científico. Soy científico y escribo sobre ciencia entre las cosas que hago, es una extensión natural de mi trabajo. La palabra divulgador no la entiendo muy bien. Prefiero decir que escribo no ficción. Lo que me pasa es que la divulgación, de algún modo, implica una total falta de creatividad, porque si estás divulgando, solo estás contando algo. Pero lo que yo admiro en los escritores científicos son las relaciones, los ángulos, la mirada, y en eso hay un trabajo creativo, intelectual, de investigación; no es salir a contar algo (…). La palabra divulgación para mí tiene un tono enciclopédico y esta cuestión al menos pretende ser mucho más.


Durante los meses de encierro, Andrés Gomberoff ha continuado con sus investigaciones, y haciendo clases online en la Universidad Adolfo Ibáñez, donde es profesor. De fondo, dice que lo ha acompañado la música, principalmente un álbum del grupo de rock británico del año 69 Procol Harum. También ha vuelto a la música clásica, con los cuartetos de Beethoven y los preludios de Chopin.


A pesar de la cuarentena, pudo continuar con la mayoría de sus actividades desde su casa. Desde ahí se ha mantenido al tanto de la pandemia y ha visto cómo la ciencia se ha desenvuelto en la crisis.


—La ciencia no solo es importante, es uno de los sustentos de nuestra cultura, de nuestro relato como sociedad occidental, y a veces la olvidamos. La gente ha tenido la oportunidad de ver a la ciencia actuando. Y ha sido raro, porque la ciencia no funciona de esta manera, normalmente tiene tiempo para presentar más depurados sus resultados; ha sido un poco una locura de datos, de números.


Sobre la carrera por la vacuna dice que hay que ser escéptico hasta que esté disponible.


—Las respuestas vienen de los lugares que uno menos imagina. La ciencia, por más curvas que uno vea, no va por ahí, va a ir por alguna genialidad, por alguna idea maravillosa de alguien. Podría venir de un lugar impredecible o de alguna de estas grandes compañías que están diciendo que ya tienen la vacuna. Por mientras, hay que saber que tenemos algunas respuestas: distancia social, mascarilla y todas esas cosas. Y en el futuro, anticiparse. Eso sí se puede hacer.


—A pesar de los grandes progresos, el virus mostró la fragilidad humana…


—Creo que esa fragilidad no se ha sabido comunicar, pero es una fragilidad que por supuesto existe. A la gente se le empieza a olvidar, y algo que ha hecho esta pandemia es que nos ha acercado a muchos a la realidad. Hay ciertas enfermedades que no mirábamos tanto: en los hospitales todos los años muere gente en filas eternas con los peaks del virus sincicial, hay epidemias como el ébola en África y no estamos preocupados de esas cosas. Ahora estas cuestiones terribles nos están pasando a todos, pero usualmente le pasa a la gente que es menos privilegiada, y esa fragilidad siempre está.


—¿Cómo has visto el manejo que ha hecho el Gobierno de la situación?


—Lo único que puedo decir es que en un año más, cuando ojalá miremos para atrás diciendo “se terminó”, solo ahí vamos a saber quiénes hicieron bien las cosas. Estos son problemas muy complejos; entonces, creo que la crítica o el amor desbocado por cualquier medida que se tome va a tener siempre mucha política.


—Pero algo que sí se sabe es que Chile ha sido uno de los países con mayor cantidad de muertes e infectados por millón de habitantes...


—Sí, eso lo sabemos, pero esto no ha terminado. Sin duda, la cuestión en Chile anda mal, pero las razones detrás de eso no las conozco. Hay que esperar. Esperemos que esto esté siendo el final y no el comienzo

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