domingo, septiembre 13, 2020

Miryam Singer: la energía de una artista multifacética

 El Mercurio


La Premio Nacional de Artes Musicales 2020 repasa los momentos clave de su carrera como régisseur , soprano y formadora de numerosas generaciones de cantantes. “Siempre he trabajado desde la precariedad”, afirma.


La primera vez que el director Eduardo Browne y la cantante y régisseur Miryam Singer llevaron a escena la ópera “Così fan tutte”, de Mozart, fue en 1995, en el Municipal de Santiago y en el marco de los Conciertos de Mediodía. El debut de la dupla con este montaje produjo un revuelo mediático insospechado. Los diarios de la época dedicaron varias páginas a esta original producción. “Fue la primera vez que en el país se daba una ópera parcelada en dos días. La Miryam estaba en el elenco y me pidió hacer la régie. Ella hizo una cosa genial al presentar a la Despina con tacones y minifalda”, rememora Eduardo Browne, quien aplaude el Premio Nacional de Artes Musicales que acaba de recibir esta soprano, docente del Instituto de Música de la UC, directora de Artes y Cultura de ese plantel y reconocida directora de escena. “En 2020 cumplimos bodas de plata de un trabajo conjunto que partió, justamente, con ese “Così'. Valoro de Miryam Singer el ser una creadora multifacética. ¡Es fantástica! Solo le falta dirigir una orquesta”, cierra Browne.


Desde ese hito, y gracias a su inagotable empuje, esta artista chilena nacida en 1955 en la nortina oficina salitrera Victoria ha sido protagonista de varios acontecimientos culturales, siempre buscando acercar el género lírico a un público amplio. Entre otros, permitió el estreno en Chile de “Der Kaiser von Atlantis”, ópera compuesta por Viktor Ullmann en el campo de concentración nazi de Theresienstadt en 1943. Singer presentó la obra en el Centro de Extensión UC, en 2011. Junto con ello, fue artífice de una importante gira nacional de la “La flauta mágica”, de Mozart, y llevó a Metro de Santiago, en 2006, “Las bodas de Fígaro”, también del compositor de Salzburgo, con escenografía y orquesta. “Javier Pinto, director de la Corporación Cultural MetroArte, me dijo que debíamos haber postulado al récord Guinness, porque fue la primera vez en el mundo que un montaje lírico llegaba a una estación de metro. Inolvidable”, señala Miryam Singer a través de una entrevista por Zoom. Sus producciones han sido elogiadas por la creatividad, uso de multimedia y aprovechamiento de los escasos recursos disponibles. “Siempre he trabajado desde la precariedad, con los gastos muy controlados. He sabido ser pobre a la hora de diseñar, pero también he sido más rica, gracias al apoyo del Teatro Municipal de Las Condes, que me ha dado el impulso económico en los últimos años para llevar a cabo mis propuestas. También fue maravilloso, en 2014, montar ‘La flauta mágica' en el Municipal de Santiago”, afirma la galardonada, y reconoce que su nombre no apareció en las listas de favoritos para alzarse con el Premio Nacional de Artes Musicales 2020 y que tampoco dio entrevistas para promocionar su candidatura. “Me pidieron unas amigas que postulara. Insistieron tanto que lo hice casi al filo de que cerrara el proceso, y lo hice solo con una carta de recomendación, la del rector de la UC, Ignacio Sánchez. Lo mantuve muy en secreto y no quise hacer campaña, sobre todo por los ‘monumentos' que estaban en carrera”, dice. Agrega que en un momento se dijo “para qué hacerlo, más aún que trabajé tanto por la candidatura de Sylvia Soublette, quien falleció este año. Yo la postulé y fue una preparación que nos tomó mucho tiempo y la elaboración de un dosier precioso, con infinidad de cartas. Me da mucha pena que no se llevara el Premio Nacional de Artes Musicales. Aunque nunca trabajé con ella, seguí muy de cerca su trabajo y fui a ver sus óperas. Sylvia Soublette ha sido una de mis más grandes inspiraciones”.


De esta manera, cuando el lunes la llamó la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, para darle la noticia, Miryam Singer se convirtió en la cuarta mujer que recibe este importante reconocimiento, uniéndose a una lista que integran la folclorista Margot Loyola, la pianista Elvira Savi y la cantante y docente Carmen Luisa Letelier.


Arquitecta de la Universidad de Chile, Singer también estudió en el conservatorio de ese establecimiento. “Yo dibujaba desde chiquita y como pintaba y cantaba, en la familia se pensaba que iba a ser artista”, rememora. Pero seguir ambas carreras no fue nada de fácil. Con un padre ya fallecido, su mamá, Dolores, se tuvo que hacer cargo de una prole de cinco hijos. “Yo soy un animal de trabajo. Con mis hermanos atendíamos un ‘bolichito' para poder subsistir. Con la muerte de mi papá vivíamos de manera muy paupérrima, pero salimos adelante”.


En la Universidad de Chile su profesora fue Clara Oyuela (1907-2001), clave en su formación como soprano. “La Clara podía ser sanguinaria con sus alumnos. Los que estudiaban con ella salían llorando de la sala. No tenía compasión. Conmigo jamás un sí o un no, porque siempre cumplí”, afirma. Casada con el ingeniero Miguel Nussbaum y madre de dos hijas, en la década de 1980 Singer siguió a su esposo a Estados Unidos y a Suiza, mientras él realizaba su magíster y doctorado, respectivamente. En medio de la intensidad de los estudios de su marido y la crianza, Singer continuó trabajando su voz. “En Milán tomé clases con Sara Corti, famosa maestra. Ella fue la que terminó por entregarme las últimas herramientas para empezar a hacer un trabajo más sólido vocalmente. Me dejaba exhausta. Cuando terminaba la clase, me decía: ‘Tenga el valor de no cantar en dos días', para que las cuerdas vocales descansaran. Me hacía vocalizar con la Constance (‘El rapto en el serrallo', de Mozart) y con la Zerbinetta (‘Ariadna en Naxos', de Strauss). ¡Quedaba hecha trapo!”, señala.


De regreso a Chile protagonizó varios roles inolvidables. Entre 1994 y 1997 fue el turno de la Tetralogía de Wagner, en el Municipal de Santiago. “Estábamos en un ensayo, con humo blanco, y nadie nos había advertido que había escotilla. Yo bailaba como una de las ninfas del Rin y me caí. Casi me mato. Esa es una anécdota que cuento porque fue un milagro que siguiera viva”, rememora.


“Mis alumnos me dicen que hago cardio-ópera”


—Usted cantó, entre otros numerosos roles, Violeta, Adina, Despina, Fiordiligi y Rosalinda. ¿Con cuál se queda?


“La Violeta de ‘La traviata', de Verdi, ha sido el papel más complejo de todos, porque sufre una metamorfosis grande. Esa metamorfosis se debe poner en evidencia, no solo desde el punto de vista vocal, sino también desde lo corporal. Estamos ante una niña que está enloquecida por el placer y que, junto con ello, ofrece una arista más light y vana. Atraviesa por distintos estadios de las emociones y el público tiene que ser capaz de percibir esos cambios profundos. ‘La traviata' pertenece a un período de exacerbación de las emociones, en medio de un romanticismo muy dionisíaco de mediados del siglo XIX. Hay que llevar los sentimientos a los extremos, pero siempre manteniendo arriba del escenario la elegancia y la moderación. Cuando trabajo con mis cantantes ese personaje chequeo cada gesto, cada sonrisa y cada mirada. Lo hice con Pamela Flores y Marcela González en la versión que presentamos en el Teatro Municipal de Las Condes. Yo me hice régisseur justamente por eso, para que los alumnos no tuvieran las carencias que yo experimenté en mi formación. Hay que ayudarlos a que encuentren el hilo conductor de una ópera, que logren captar la profundidad de un texto desde la primera hasta la última aria”.


—Habla de Verdi, pero su carrera como directora de escena ha estado vinculada íntimamente a Mozart…


“Me faltan muchas óperas por montar de este músico. Me encantaría, si tuviera los solistas adecuados, llevar a escena ‘Idomeneo' y ‘Lucio Silla'. También me encantaría dirigir ‘Don Giovanni'. Una cosa es lo que hice como cantante, pero otra muy distinta es lo que he realizado como directora de escena y docente del taller de ópera de la UC. Como régisseur, Mozart ha sido muy importante, porque es un compositor apto para voces jóvenes. A las chicas que están partiendo no les puedo hacer cantar ‘La traviata'. ¡Las mato! Por otro lado, Mozart es un compositor maestro en crear ambientes teatrales, en tender puentes y espacios de interpretación de los personajes. Con él, yo también puedo hacer que mis alumnos salten, bailen, brinquen, puedan pegarse puñetes o darse vueltas de carnero en escena. Mis estudiantes dicen que yo hago cardio-ópera (risas). Mozart me sirve para enseñarles que, cuando lleguen al mundo profesional y un régisseur les diga que tienen que cantar un aria corriendo, lo puedan hacer. Como un maratonista. Yo me acuerdo cuando tuve que cantar Adina (‘Elixir de amor', de Donizetti) y me tocó bailar un dueto con Rodrigo Navarrete. No tenía el estado físico. Cantaba y en un momento sentía que podía caer al suelo desplomada. Por eso para mí es clave formar a mis alumnos de manera integral”.

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