El Mercurio
Más de 350 páginas tiene la biografía del famoso pianista chileno que acaba de publicar la UTEM. Se trata de un documento vívido y emotivo, con episodios musicales y humanos de gran valor.
Por Romina de la Sotta Donoso
Si algo distingue a Roberto Bravo (1943) es su ubicuidad. Ha tocado en las grandes salas de música del mundo, y también en los más recónditos rincones de Chile. En sus 27 discos, además, ha grabado las mayores creaciones del repertorio de tradición escrita e igualmente boleros y versiones propias de Víctor Jara y Violeta Parra.
Todas esas vidas que ha vivido este pianista chileno ahora son narradas en primera persona en un libro que la U. Tecnológica Metropolitana (UTEM) le encargó a su académico Marcelo Rodríguez: "Roberto Bravo. La Música como puente entre el Cielo y la Tierra" (352 páginas, Editorial.utem.cl).
"Fueron 50 entrevistas, y seis meses de trabajo. Me gustó su calidez, su capacidad de acoger. Tiene gestos que hacen que te conviertas en su amigo; es lo mismo que sienten todos los chilenos que han escuchado su música, que él los reconoció como sus amigos", dice Rodríguez.
El volumen está ricamente ilustrado con más de cien fotografías históricas y familiares y documentos inéditos.
La humildad
Gracias a su talento, Roberto Bravo fue aceptado en el exigente Conservatorio Tchaikovsky. No le iba bien, reconoce. Había decenas de estudiantes técnicamente superiores.
"La experiencia en Moscú fue de una gran enseñanza de humildad. Después de eso ya no eres el mismo. No hay espacio para el ego, no puede haberlo", dice el pianista en el libro.
Además, en la ex Unión Soviética comprendió el valor de la libertad. Terminó acostumbrándose a la propaganda, dice, "pero no al sistema".
Los episodios memorables de su carrera son muchos, y en el libro los va revisando en detalle.
"El maestro Arrau era como un terremoto, tocaba todas mis fibras. Despertaba un deseo de acercarme a esa luz que emanaba. Sin duda es una constante fuente de inspiración. Aunque uno le escuche cien veces una misma obra, siempre está mostrando cosas nuevas", cuenta.
"Roberto, nunca busques la salida fácil. Siempre debes profundizar y poner tu sangre en la interpretación", le aconsejó Arrau.
La música, para Bravo, tiene un valor estético y ético. "Esa belleza, que emana de los músicos, llega a la audiencia, se traspasa del músico al espectador, al oyente. Se irradia, o, mejor dicho, se rebasa hacia todos", dice.
Y describe su emoción al poder volver a actuar en Chile, en 1979, cuando tocó el Concierto de Tchaikovsky en el Municipal y, como encore , eligió "El derecho de vivir en paz" y "Plegaria a un labrador", de Víctor Jara. Las consecuencias fueron violentas: "Llamaban a la casa preguntando por mí y las amenazas de muerte eran permanentes. Pero en ese momento había que hablar y hacer, y solo sabía tocar el piano, así es que toqué por los que no podían hablar, porque la música es sanación, y también es dignidad (...). La música es el alma del pueblo".
Entonces fue que decidió "tocar otra música y a otro público". Luego vendrían conciertos multitudinarios, como el del Caupolicán, e íntimos como el de La Victoria, ambos en 1982. Una tras otra, recorrió iglesias y poblaciones, y llegó a localidades devastadas, como Constitución y la Mina San José, en 2010.
De su hijo, Roberto Jr., dice que "creció derecho como un buen árbol. Gran trabajo de su madre, de su nobleza y de la profundidad de su pensamiento". Y esa admiración que exhibe por la violinista Eva Graubin, también la siente por la soprano Mariluz Martínez y la pianista Victoria Foust, parejas de otras épocas.
No se olvida tampoco de sus discípulos Lewis Mallebranche y Mahani Teave, ni de su vínculo con la poesía y sus colaboraciones con Elicura Chiahuailaf y Joakín Bello, o su trabajo actual, como solista y con el Quinteto Piazzolla.
El pianiksta reconoce a "El Mercurio" que este proceso fue una mezcla de emociones: "Me di cuenta de que algunas cosas no estuvieron bien hechas y quisiera disculparme. Pero también vi que algunas cosas salieron bien, y que he podido conocer a grandes personas y aprender de ellas. Ser consecuente es una de las cosas más importantes de la vida. Espero que eso se refleje en este libro".
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