Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio
Estupenda apertura tuvo la temporada de ópera del Teatro Municipal de Santiago. El regreso largamente esperado de "La fuerza del destino" (Giuseppe Verdi, con libreto de Francesco Maria Piave, estreno en 1862 y revisada en 1869), luego de 60 años de ausencia de los escenarios chilenos, fue un éxito que trajo de vuelta la energía y el fervor del público lírico. Hace tiempo que no se veía algo así.
Al frente de la Orquesta Filarmónica, Giuseppe Grazioli impactó desde el primer momento por su convocante manera de abordar la obertura, que funciona como un anticipo de cuanto escucharemos durante la ópera. Si bien al inicio las cuerdas tuvieron un sonido con un brillo algo chirriante, luego eso se aplacó y la masa orquestal se fundió en un color más propiamente verdiano. El maestro enfatizó el flujo de cabalgata que tiene esta música de tantos contrastes; desde la explosión sonora a la intimidad religiosa, desde la angustia existencial (entrañable solo de clarinete para la escena de Don Álvaro) a la violencia. A través del sonido, Grazioli fue capaz de dar cuenta de cómo Verdi trata de manera circular los temas ligados al destino, que protagonizan los metales y que se ligan al personaje de Leonora. En términos expresivos, hay que destacar la contundencia de las maldiciones de los monjes, las arremetidas del sino en la gran escena de la soprano del último acto, y el triste y evanescente diminuendo con que termina la ópera. Fue extraordinaria también la forma en que se conjugaron el afiatado coro (dirección de Jorge Klastornick), solistas y orquesta en los números de conjunto, difíciles y enrevesados como pocos en la obra verdiana.
La producción de Stefano Vizioli alcanzó un adecuado equilibrio entre modernidad y tradición. La trama se desarrolla ante un módulo único que sufre algunos cambios durante la función; es un gran teatro de herradura (escenografía de Nicolás Boni) que cada vez está más derruido y que podría dar cuenta de cómo el hombre termina por destruir todo lo que construye, desde la vida en familia, a la convivencia social e incluso la fe.
Es interesante la forma en que la régie plasmó los dos mundos de esta ópera: el de los protagonistas y el de la masa. Mundos que no se tocan y que casi no dialogan, lo que se puede entender como una opción de Verdi por demostrar que, en este entorno de guerra, sobrevivencia, odio y venganza, la historia de Álvaro, Leonora y Carlo es solo otra más.
Fueron muy bien resueltos los cuadros de conjunto, exceptuando ciertas coreografías anecdóticas y prescindibles. La compleja escena de Fra Melitone (tercer acto), que se basa en "Wallensteins Lager", de Schiller, fue muy bien lograda y, por colorido de vestuario (excelente trabajo de Monse Catalá) y luces (Ricardo Castro), recordó los cuadros de gitanos y revoluciones de Goya. Espeluznante el paso de la carreta de muertos, y de gran efecto la salida fantasmal de Leonora de su ermita.
Es increíble que la misma soprano que el año pasado cantara aquí una excelente Adalgisa ("Norma") haya podido hacer también una excepcional Leonora. Son roles totalmente diversos y Oksana Sekerina abordó ambos con total imperio. Su voz es lírica y no tiene el peso ni el espesor para este Verdi, pero su canto es inmaculado; domina la messa di voce , algo fundamental para este rol; tiene un agudo imbatible y de gran belleza, y proyecta su parte con convicción y entrega. Fue ovacionada.
Los medios vocales del tenor chileno Giancarlo Monsalve son valiosos en términos de extensión y volumen, pero la emisión es frecuentemente forzada y tensa, lo cual atenta contra las sutilezas vocales del difícil rol de Don Álvaro. En lo dramático, Monsalve se compromete con el juego propuesto y sabe cómo viajar desde la altivez heroica inicial a la angustia y la desesperación. El barítono Vitaly Bilyy (Don Carlo de Vargas) ha venido a Chile desde el año 2005 para óperas tan distintas como "Lucia di Lammermoor" (Donizetti) y "Boris Godunov" (Mussorgsky), entre otras, y aquí otra vez demostró su adecuación verdiana, su elegancia para estar en escena y para cantar sin excesos ni licencias. El timbre ha perdido levemente el esmalte, pero la extensión del registro está incólume y estuvo admirable en los vertiginosos, violentos y cambiantes dúos con el tenor y también en su "Urna fatal".
Algo apagado y monolítico el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev como el Padre Guardiano, quien sin embargo hizo un excelente dúo con la soprano. Muy divertido y bien cantado el Fra Melitone de Ricardo Seguel, barítono chileno que podría interpretar este rol en cualquier escenario del mundo. Algo "asopranada" la mezzo Anna Lapkovskaja en el difícil y desagradecido rol de Preziosilla. Sorprendente el poder que da a través de su voz al brevísimo personaje de Curra la soprano Paola Rodríguez, y correctos y eficaces en sus cometidos Jaime Mondaca (Marqués de Calatrava), Matías Moncada (Alcalde y Cirujano) y Gonzalo Araya (Trabuco, un vendedor de baratijas inspirado en Isachetto de "La gazza ladra", de Rossini).
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