El Mercurio
Por Jaime Donoso A.
En el Ciclo Grandes Pianistas del Teatro Municipal, el martes se presentó el ucraniano Vadym Kholodenko, en un recital que comprendió obras de Chopin y Prokofiev.
Kholodenko es dueño de un contundente currículum y su fama comenzó a asentarse cuando, en 2013, obtuvo la Medalla de Oro en el Concurso Internacional Van Cliburn. De ahí en adelante ha realizado una notable carrera en importantes escenarios. Sus grandes méritos quedaron ampliamente demostrados en el concierto del martes.
El programa se inició con dos Nocturnos del Opus 48, de Chopin. Ejemplos emblemáticos de una textura de melodía con acompañamiento, el solista privilegió el cantabile de la mano derecha hasta hacer, en ocasiones, casi inaudible el acompañamiento. En los contrastes con secciones más tumultuosas, particularmente en el Opus 48 Nº 1, surgieron voces y personajes que denotaron una postura muy personal y con gran imaginación, arrojando una luz nueva sobre obras muy conocidas.
Del mismo autor, el programa continuó con una excelente versión de su Sonata Nº 2, Opus 35. Al anhelo incontenible del primer movimiento se agregó un Scherzo cuya sección central Khodolenko "cantó" con ternura e introspectiva serenidad. Luego, la celebérrima marcha fúnebre tuvo una versión en que el pianista hizo uso de una dinámica extrema en los pianissimi , que jugó no solo con los volúmenes sino también con las dimensiones del espacio (lejanía-proximidad) y donde parecía estar presente un dolor resiliente, profundamente conmovedor. El Presto final, uno de los movimientos más insólitos y desconcertantes de la literatura pianística romántica, pasó como una ráfaga con la que la música y el eximio intérprete nos dejaron estupefactos.
La gran culminación de la velada fue la formidable Sonata Nº 8, de Prokofiev. Un Andante dolce inicial, aparentemente inofensivo, pero lleno de las "trampas" armónicas características del autor, da paso a un Andante sognando , casi un intermezzo de salón, que no hace prevenir la fuerza bárbara y arrolladora del Vivace final, donde aquí y allá surgen giros melódicos, rítmicos y armónicos reconocibles en otras obras de Prokofiev, como sinfonías, ballets, cantatas heroicas, visiones fantasmales. La versión de Kholodenko fue, sencillamente, apabullante.
Fuera de programa, el pianista ejecutó una encantadora pieza (Air) de Henry Purcell y el Preludio, Opus 32, Nº 5, de Rachmaninov.
Kholodenko ha declarado: "La música es un mundo enorme muy próximo a nosotros, e intérpretes o auditores solo podemos develar una muy pequeña parte de ella". Con este concierto quedó develada una parte nada de pequeña.
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