La Tercera
Pablo Stipicic, flamante ganador como mejor productor del año en los premios Pulsar, es el denominador común en los últimos títulos de Fernando Milagros, Electrodomésticos, RUBIO y We Are The Grand, discos con calidad sonora internacional. Es la historia de un guitarrista obsesivo con estudios inconclusos que fraguó un sonido planetario.
Por Marcelo Contreras
Pablo Stipicic responde un gracias entrecortado. Le doy mi opinión. Creo que se trata del productor más impresionante en el último tiempo en Chile, con álbumes que se experimentan al oído como si el responsable fuera el líder de un equipo multidisciplinario en los mejores estudios de Londres, Los Ángeles o Estocolmo. Se comprueba en algunos de los mejores lanzamientos del último tiempo, Milagros de Fernando Milagros, Raíz de We Are The Grand, donde además participa de la composición, un par de temas en Ex La Humanidad (2017) de Electrodomésticos, y los paisajes trip hop de RUBIO. Ese diálogo sucede horas antes de obtener la noche del miércoles el reconocimiento a productor del año en los premios Pulsar. “Me siento súper contento”, responde sobre el galardón más tarde, “porque es un reconocimiento al trabajo que hago calladito en mi cueva. Ojalá mi trabajo no deje de mejorar. De alguna manera uno es lo último que hizo. Si hago cosas pencas ahora, se invalida este logro”.
La escena indie pop chilena, ya acostumbrada a elogios entre especialistas y públicos de México, España y Argentina, no tiene correlato en materia de productores, esa figura de la industria musical que el gran público tampoco sabe muy bien cuál es su labor. “Hay gente que cree que el productor es un manager, un ejecutivo que pone lucas, una especie de promotor, o que solo es el sonidista”, explica Stipicic. En su caso, lo considera como una labor comunicativa entre el aspecto creativo y los factores técnicos. “Es un poco psicólogo también, sobre todo en las bandas. Es una especie de cuidador del proceso creativo del artista”.
-Y tú ¿te metes en los arreglos?
Si, totalmente. En RUBIO de la Fran (Straube) por ejemplo, hay arreglos de cuerdas y los hice yo. En el disco de We Are The Grand tuve mucho que decir en los sintetizadores. A veces toco algo. De repente estoy en mi estudio y agarro una guitarra y grabo, o lo graba otro. Cuando estás en la producción se borran un poco esa líneas, uno se integra al proceso.
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“Tengo 34 años, nací en Santiago. Crecí con clases de guitarra particular toda la vida. Desde los 10, 11 años tocaba obsesivamente y no hacía mucho más. Después estudié música en la Uniacc, me salí y me metí a psicología en la Católica. No terminé nada y me puse a producir, a trabajar ordenadamente de lunes a viernes ¿Cómo llegué a eso? Me compré un interfaz y unos monitores cuando aún vivía en la casa de mi mamá. Empecé a grabar cosas, ideas. En un momento se me ocurrió ofrecer este servicio a gente que tenía sus bandas y cobraba un poquito. Nos juntábamos en mi pieza y grabábamos. Le tomé un gusto súper grande al rol del productor, al encierro, esta cosa media nerd de estar sentado trabajando y sacarle el rollo a las cosas. Tras bambalinas es una faceta de la música que me acomoda mucho. Cuando era chico hacía monos de plasticina todo el día, me encantaba. Siento que la producción es lo mismo. Te sientas en tu pieza, moldeas, trabajas y conviertes. El sonido es así, la mezcla es así”.
-¿Qué debe tener un artista para que te interese trabajar?
Algo genuino que decir y que no busque lo genérico o hacer música solo por el éxito. El verdadero artista tiene un mensaje, lo transmite en cuanto hace, y todo tiene una connotación. Que la fama sea una consecuencia de esa calidad artística y de esa identidad.
-¿No te acomodan las figuras abiertamente comerciales?
Hay genios en esa categoría. El mejor ejemplo es Michael Jackson. Creo que no es excluyente. Tienes a Björk, que es indiscutidamente muy artista, pero Bruno Mars también es un grande. Son capaces de generar cambios en la industria y la estética. No son ellos quienes andan detrás de las modas.
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Stipicic dice que recién en 2015 se sintió “en tierra firme”, y sólo entonces comenzó a ligarse con artistas de renombre. Cree que fue un poco tarde, cuando ya tenía más de 30 años. “Antes hice muchos discos que no tuvieron repercusión, y quizás porque mi trabajo tampoco estaba en su punto. En ese momento harta gente me conocía por el boca en boca por montones de cosas que había hecho. Estuve súper enfocado a sobrevivir y a lograr este sueño de vivir de la música. Por mucho tiempo fue mi meta y hace poco empecé a ponerme un poquito más selectivo, pensar más en el futuro, cómo crecer y dejar un trabajo que a alguien le importe, se pueda escuchar en unos años y se sienta bien. Que mi nombre sea sinónimo de algo”.
-¿Qué referentes tienes en producción?
Creo que Mark Ronson encarna todo porque es un tremendo músico, tiene una estética super poco genérica, es súper reconocible y a la vez respetuoso del artista. Tiene un sonido muy rico, hace arreglos increíbles. De los nuevos, el mejor.
-¿Y un clásico moderno del pop como Max Martin?
Es un compositor y productor general que tiene mucho equipo detrás. Me parece increíble. Tiene una antena muy fina para saber qué es lo que la gente quiere escuchar. Es el mejor en eso.
-¿Cómo definirías el sonido que te gusta plasmar?
El sonido que he ido generando es limpio y anglo, no sé cómo llamarlo. Pulido, digamos. Me da risa porque trato de que no quede tan así, y no me resulta. Siempre llego a ese resultado. No lo puedo evitar. Yo escucho así.
Pablo Stipicic piensa en México o incluso Los Angeles como posibles plazas laborales, pero también siente que Chile vive un momento musical especial. “Es una industria tan chiquitita, tan artesanal, pero que tiene un nivel súper bueno. Hay artistas súper osados. Son bonitos los proyectos, hay cierta vanguardia de pop. A futuro me gustaría sólo trabajar en proyectos interesantes que pueda considerar artísticos. Quiero hacer música que me enorgullezca”.
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