sábado, mayo 05, 2018

Charly García juega a la sorpresa

La Tercera

El argentino agotó en 15 minutos 3.200 ubicaciones de un concierto anunciado solo días antes. En el Teatro Gran Rex, de Buenos Aires, sus incondicionales lo escucharon este lunes con fervor adolescente y completaron con sus voces los volúmenes que el argentino ya no alcanza. Un paseo por el reino de Charly.

Por Victor Cofré

No tiene la misma voz de antes, pero preserva las huellas de su voz. No tiene la misma movilidad, pero el desparpajo sigue intacto. No produce los éxitos del pasado, pero su elogiado último álbum encabeza las nominaciones a los premios Gardel, que se entregan a fin de mes. Charly García, a sus 66 años, ya no se muestra como antes, pero sorprende de cuando en vez. Hace una semana, la leyenda mayor del rock argentino convocó a sus fanáticos a un sorpresivo show en el señero teatro Gran Rex. La venta, física y online, tardó 15 minutos en agotar las 3.200 localidades. El telón se levantó a las 20:50 horas del último día de abril y Charly, sentado en una esquina del escenario, comenzó su canto: “Acabo de llegar/ no soy un extraño/ conozco esta ciudad/ no es como en los diarios”.

Fueron casi cien minutos y 22 canciones. Charly no se levantó de su sofá negro; sentado durante todo el show, aún sufre las secuelas de una fractura de cadera. Después de “No soy un extraño”, otros dos éxitos del pasado: “Instituciones”, la única de su época de Sui Generis que incorporó al setlist, y “Cerca de la revolución”, que levantó a todo el Gran Rex, que en realidad nunca estuvo sentado. “Decían que estaba acabado, que no podía componer más”, dijo tras la explosión de sus tres primeras canciones y antes de entonar “La máquina de ser feliz”, una pieza de Random, su último trabajo, de comienzos de 2017.

Charly no se subía a un escenario desde febrero, cuando en otro recital sorpresa inauguró el formato actual, denominado La Torre de Tesla, en el Teatro Coliseo, para 1.600 personas. El año pasado hizo una sola presentación, en marzo y -también de improviso- tocó quince canciones en un teatro de 385 butacas. Al Gran Rex, en calle Corrientes, a metros del Obelisco, no volvía desde hace siete años, cuando festejó sus seis décadas de vida con nueve presentaciones que luego editó en tres registros de audio y video.

Todo ello -la ausencia, el morbo de su condición, el recuerdo de su grandeza- alimentó el fervor de los incondicionales que llegaron al Rex este lunes.

La Torre de Tesla es un homenaje a Nikola Tesla, un inventor que imaginó a principios del siglo pasado la transmisión eléctrica inalámbrica. Charly escribió en el folletín oficial del concierto que su Tesla era una analogía de la utopía. Por eso al centro del escenario dispuso de una torre que ilustró esa analogía. Y a sus costados, una banda de cinco acompañantes con delantales blancos: Rosario Ortega en la voz, Fabián Quinteros en los teclados, y los chilenos Toño Silva, en batería, Carlos González, en bajo, y Kiuge Hayashida, en guitarra. El trío de los chilenos que lo acompaña desde hace ya varios años.

Charly no está acabado e intentó demostrarlo el lunes, con una puesta en escena sencilla y eficaz. En el aniversario número 20 de la edición argentina de la revista Rolling Stone, de abril, anticipaba que quería volver a escena. “Tengo muchas ganas de tocar, pero bueno, con esto de la cadera… Lector, ¡me rompieron la cadera! Y no me la curaron. Apenas esté bien voy a tocar”, le soltó a los periodistas de la revista. Y tocó este lunes, apoyado sobre todo por Rosario Ortega, que elevaba la voz cuando Charly ya no alcanzaba algunos tonos; o su timbre desaparecía bajo el sonido de la música. El mismo respaldo provino de una audiencia intergeneracional que entonó casi todo lo que se pudo entonar esa noche y que entre sus asistentes contó a Ricardo Mollo, el guitarrista de Sumo y Divididos que generó, con su sola presencia, la primera ovación de la platea, minutos antes del show.

El repertorio incluyó cuatro canciones de Random; tres de un perdido disco de hace más de una década, Kill Gil; y tres también de dos emblemas de los años ochenta: Clics modernos y Piano bar. El primer segmento incluyó clásicos como “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living”, “Promesas sobre el bidet” y terminó en jolgorio con “Demoliendo hoteles”. El telón se cerró y Charly descansó seis minutos. Nadie lo vio ponerse de pie. Cuando el escenario volvió a iluminarse, ya estaba en el mismo lugar del inicio: sentado frente al teclado, entonando “Los dinosaurios”. Vino la primera rechifla, pero no para él: en la pantalla, los dinosaurios eran ilustrados por videos de los militares que encabezaron la dictadura militar trasandina. El recurso fue empleado durante todo el concierto y reflejó el gusto del propio argentino por el cine, con escenas de Psicosis y Toro salvaje, entre otras. También por recuerdos gráficos de sus propios desaguisados, incluyendo el video del increíble y preciso salto desde un noveno piso a una piscina en un hotel mendocino, en marzo de 2000.

En la segunda tanda, cinco canciones, un invitado -Billy Bond, otro pionero del rock argentino- y dos hit para el cierre: “Fanky” y, fuera de programación, “Nos siguen pegando abajo”. Telón nuevamente y ahora sí Charly ya no volvió. La fanaticada no aflojó, gritó contra Mauricio Macri -algo que se va haciendo hábito en eventos masivos en Argentina; el domingo ocurrió lo mismo en un recital de Fito Páez en el Luna Park- y en un emocionante rito estrenado en shows anteriores, cantó al aire y de corrido tres piezas del repertorio de Charly. Un Charly que prepara un nuevo disco y que está volviendo de a poco. Y por sorpresa.

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