domingo, marzo 18, 2018

Noventa mil obras de jazz estarán disponibles al público

El Mercurio

La familia conserva hoy la cuantiosa colección discográfica que es el legado del músico, crítico y divulgador José Hosiasson. Además, trabajan en la puesta en marcha de una base de datos de acceso libre que permita, en el futuro, una audición remota. 

Por IÑIGO DÍAZ

Las sesiones de audición de discos que tenían lugar en la casa de calle Unamuno fueron regulares durante años, por las noches. Pero también visitaban el lugar, a cualquier hora del día, músicos, investigadores, periodistas y aficionados al jazz. Ahora bien, si alguien osaba pedir un disco de la colección, la respuesta inmediata y definitiva de José "Pepe" Hosiasson, su propietario, era "no".

"Muchos amigos nuestros, fanáticos del jazz, querían llevarse sus discos por algunos días, pero no se podía. Mi papá permitía que la música se compartiera dentro de su casa, como un lugar especial para escuchar. Creo que gracias a eso la colección se mantuvo intacta", dice sobre esa política inquebrantable Enrique Hosiasson, hijo del recién fallecido músico, crítico y divulgador del jazz, nacido en Varsovia, en 1931, como Józef Hosiasson.

Considerada una de las mayores colecciones particulares de jazz en Sudamérica, Hosiasson llegó a reunir cerca de 90 mil obras, distribuidas en 3.600 vinilos, casetes y más de 10 mil discos compactos. Hosiasson provenía de una época previa al long play , de manera que para él los álbumes correspondían solo al soporte físico de las composiciones. Cada pieza catastrada era lo más valioso.

Janina, Enrique, Felipe y Stefan Hosiasson, sus hijos, están a cargo del legado. En 2012 había donado al GAM su biblioteca de libros y revistas de jazz, unos 1.400 volúmenes, y desde entonces pensaba hacer lo propio con la discoteca. Sin embargo, cambió de idea, poco antes de su fallecimiento, en febrero.

"La colección se mantendrá en la familia, reunida en un único lugar. Por ahora no será donada ni vendida a ninguna institución o universidad", dice Enrique Hosiasson, pero aclara que la familia no se cierra a una eventual venta, lo que podría repercutir en la salida de Chile del legado si la oferta llega desde el extranjero, como suele ocurrir en casos de colecciones de estas características.

Series completas de clásicos, como Louis Armstrong y la escuela de Nueva Orleans, las orquestas de Duke Ellington, a quien Hosiasson entrevistó en 1968 en el Hotel Crillón, o los tríos de su amigo personal Bill Evans integran la colección: "Mi papá siguió comprando discos. En la última época tal vez menos, pero estaba muy al día", señala Enrique.

Hosiasson también reunió mucho material chileno. Desde luego, ejemplares de los discos originales de 1944 y 1945 de Los Ases Chilenos del Jazz. Gran parte de la reconstrucción de la historia del jazz chileno elaborada por el musicólogo Álvaro Menanteau se sustentó en esas grabaciones de la colección.

Música para todos

Por ahora, la familia trabaja en una nueva catalogación del material, considerando que José Hosiasson construyó su propia base de datos. Un rudimentario sistema computacional de antes de la era de Windows le permitía encontrar rápidamente cualquiera de esas 90 mil piezas en las repisas dispuestas en toda una mansarda de su casa. La mudanza de la base de datos ya está finalizada y los encargados del catastro se encuentran ampliando los campos de búsqueda para que cada entrada contenga más atributos: título, compositor, intérprete principal, intérpretes secundarios, años, sellos.

"La idea es resperar el espíritu de la divulgación que él mantuvo siempre. Tuvo programas radiales ("Conozca el jazz" y "Jazzlandia") y realizó grabaciones de festivales. Este legado debe ser público", dice Enrique. El proyecto apunta a que ese material, además, se pueda escuchar. Se está evaluando la manera: "Si a través de una fundación, una base de datos de audios o una radio en línea que toque sus discos durante todo el día", agrega.

La colección se nutre de obras clásicas y también de búsquedas contemporáneas. Su primer disco, que lo compró a un soldado estadounidense durante la ocupación en Italia, se incluye en la serie. "Lo trajo consigo a Chile cuando llegó, en 1948. Mi papá nunca fue un melómano en busca de colecciones completas por afán. A él le interesaba la experiencia de la audición. Tampoco le daba valor a la tecnología de audio, y por eso mantenía grabaciones muy malas que eran verdaderas joyas. Para él, el sonido de la música no era tan importante como la música", cierra.

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