El Mercurio
Por Jaime Donoso
El domingo se presentó el Ensamble Filarmónico en la Sala Arrau del Teatro Municipal, con obras de Debussy, Chopin y César Franck. El concierto llevaba el rótulo "Música y poesía en París": un francés originario, un polaco y un belga, parisinos "naturalizados".
El pianista Luis Alberto Latorre abrió el concierto con una profunda versión del Preludio "La catedral sumergida" (1909), de Debussy. La obra es una atractiva mixtura de modernidad, arcaísmos medievales, reminiscencias de órgano. El preludio podría no haber tenido título, pero la decisión de Debussy de ligarlo a la antigua leyenda bretona sobre la catedral que emerge desde el fondo de las aguas y se sumerge nuevamente, acota indefectiblemente la imaginación de cualquier auditor. Latorre hizo emerger la música con su infalible instinto musical y soberbio manejo de las sonoridades y graduación dinámica.
El programa continuó con la Sonata opus 65, para chelo y piano (1846), de Chopin, compuesta tres años antes de su muerte. Hay quienes se extrañan al asociar el nombre del compositor con el violonchelo. La verdad es que Chopin compuso casi veinte canciones, obras para flauta, un trío para violín, chelo y piano, y otras obras menores para chelo, además de la Sonata, que es una obra mayor. Se sabe que el autor hizo numerosos esbozos de la obra antes de la versión definitiva, presionado tanto por la forma como por el equilibrio entre los dos instrumentos. Pero hay que decir que la Sonata es muy poco "chopiniana", incluso en el tratamiento del piano. El anhelo romántico no da tregua y contados son los pasajes donde aflora cierto melodismo recordable: el Trío del Scherzo y el emocionante y brevísimo Largo . La chelista fue Katharina Paslawski, quien derrochó técnica impecable y expresividad en una versión para recordar.
Para la ejecución del Quinteto para piano y cuerdas (1879), de César Franck, se sumaron los violinistas Richard Biaggini y Omar Cuturrufo, y la violista Evdokya Ivashova.
Juntar a muy buenos cantantes no es garantía de un buen coro. Con los instrumentistas ocurre lo mismo cuando carecen, como diría un jurista, de la affectio societatis : acuerdo de constituir una sociedad de iguales en pro de un objetivo mayor que los objetivos individuales. Esa "voluntad de cámara" quedó demostrada en la versión que los cinco excelentes instrumentistas ofrecieron de esa obra apasionada y tempestuosa que es el Quinteto. La composición exige un grado absoluto de implicancia individual y colectiva, y eso fue lo que apreciaron los auditores que llenaron el Salón Filarmónico.
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