Por estos días apareció en Netflix el documental que cuenta la historia de Tower Records, la cadena de venta de discos más importante del mundo, que entre 1960 y 2006 consolidó la forma como consumimos música por casi medio siglo.
Por Felipe Ramos Hajna
Entre enero de 1993 y enero de 1995, prácticamente el total de las 20 libras que recibía de mesada al mes iban a caer, el mismo día que obtenía el dinero, a dos tiendas: HMV o Tower Records. Fue ahí donde entre los 12 y 14 años fui construyendo mi colección de discos compactos y diciéndole adiós a las casetes. Durante los dos años que viví en Inglaterra descubrí esas bandas con aires casi mitológicos que eran Rush y Led Zeppelin; me adentré en el punk inglés de fines de los 70, con The Clash y los Sex Pistols, y comencé a escarbar el mundo de la música alternativa de los noventas que producían los Red Hot Chili Peppers, Rage Against the Machine, Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden.
De todas las tiendas por las que pasé una se distinguía por sobre todas: la de Tower Records en Picadilly Circus, en pleno centro londinense, sirviendo como división entre las calles Picadilly y Regent. Con tres pisos repletos de discos divididos en todas las categorías imaginables, sus letreros amarillos escritos con plumón en negro y rojo que anunciaban las ofertas, su revista gratuita y los dependientes que no usaban ningún tipo de uniforme, ese lugar era la puerta al paraíso, uno que en Chile no podíamos ni imaginar.
Como solía ser antes de que internet y los torrents nos permitiesen descargar canciones hasta el hartazgo, comprar un disco era una experiencia religiosa, en la que el poco dinero que se tenía debía ser bien invertido. Es así como no olvido que fue en esa tienda que me hice de una copia del "London Calling", de los Clash, cuya carátula y libro interior luego devoré en el metro de regreso a casa y que tras sonar incesantemente en mi CD Player se transformó hasta el día de hoy en mi disco favorito de la vida.
De Sacramento al mundo entero
Todos estos recuerdos se hicieron presentes al ver "All Things Must Pass" ("Tower Records: Auge y caída"), el documental dirigido por Colin Hanks, sobre la historia de la tienda fundada en 1960 por Russell Solomon en Sacramento y que se transformara en la cadena de disquerías más grande del mundo. Estrenado hace tres años en el circuito de festivales, la obra del hijo de Tom Hanks acaba de aparecer en Netflix este mes, como parte de una interesante carta de documentales que incluye "Jim & Andy", sobre la personificación que hizo Jim Carrey de Andy Kaufmann, y "Long Time Running", acerca de la gira de despedida de la banda canadiense The Tragically Hip, una vez que se supo que su vocalista padecía de un tumor cerebral terminal.
"All Things Must Pass", que saca su nombre de ese grandioso disco de George Harrison, muestra cómo una pequeña tienda que vendía desde remedios hasta revistas logró transformarse en un imperio, primero ofreciendo toda la variedad de sencillos que estaba disponible en la época, para luego pasar a centrar sus ventas en los álbumes o LP, los que lograron su apogeo a mediados de los 60. De Sacramento pasaron a San Francisco y luego a Los Angeles, abriendo la tienda más grande del mundo, una visitada por los mismos músicos y donde, tal como señala Elton John en el documental: "Fue el lugar donde más dinero gasté en mi vida"; mismo lugar donde años más tarde trabajase un desconocido Axl Rose.
Centrado en la narración de su fundador, la cinta repasa la vida de varios de sus ex empleados, quienes comenzaron como dependientes y terminaron siendo parte de la plana ejecutiva de la tienda. Es así como muchos inadaptados vieron en Tower Records el único lugar donde podían trabajar, escuchar música y no tener que usar uniforme, tal como narra el ex empleado Dave Grohl, quien alcanzara cierta fama planetaria en bandas como Nirvana y Foo Fighters.
Tras el éxito en California y a medida que la industria discográfica se transformaba en un gigante que devoraba millones y millones de dólares en ganancias, la compañía abrió tiendas en Japón, para luego saltar hacia Nueva York y gran parte de los Estados Unidos, Europa y más tardíamente, México, Colombia y Argentina, haciendo crecer la carrera no solo de su personal, sino de paso el de cientos de bandas y artistas que llegaban a un público más grande. No obstante, como ocurre con todo imperio, sus días estaban contados y la caída sería dolorosa.
No culpen solo a internet
Tras los exitosos años ochenta, cuando las ventas de discos se vieron impulsadas por la aparición del CD y la salida al mercado de "Thriller", de Michael Jackson, y la primera parte de los noventa, con el rock alternativo y el hip-hop, la creación de internet no hacía presagiar que terminaría por hacer sucumbir las bases del negocio. Fue así como la misma cadena tomó malas decisiones, como sobreendeudarse para seguir creciendo y dejar de vender sencillos por tres dólares para obligar a sus clientes a comprar discos completos por sobre 15. Entonces todo comenzó a ir mal, algo que solo terminaría por sucumbir gracias al impacto de Napster y las descargas ilegales. Tras ello, decenas de empleados que habían dado su vida a la compañía por más de tres décadas fueron despedidos, y finalmente, los bancos acreedores obligaron a Solomon a cerrar todo. Algo parecido a lo que pasó en Chile con La Feria del Disco, hace pocos años.
En 2008 volví a Inglaterra tras más de 13 años de ausencia. La Tower Records en Picadilly se había transformado en una tienda de ropa. A su vez, la pequeña tienda de discos de mi barrio tampoco estaba ahí. Antes que internet arrasara con todo había sucumbido al peso de las grandes cadenas.
Hoy, quienes venden discos amparados en el resurgimiento del vinilo lo hacen casi por amor a un tiempo pasado, uno del que los compradores y coleccionistas se aferran para recordar dónde y cuándo compraron tal o cual álbum, quién fue el que lo atendió, de quién estaban enamorados o qué estaban pasando, algo que jamás una descarga, iTunes o Spotify podrán provocar.
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