El Mercurio
Diez años han pasado desde que decidió construir su carrera como cantautora en México, junto a figuras como Natalia Lafourcade y Carla Morrison. De regreso en Chile, habla de la ausencia de su padre, el músico Pedro Villagra, de su difícil paso por la universidad, y da una mirada al futuro. "Desde los escenarios quiero invitar a convivir en la diferencia", dice a propósito del proyecto de un festival migrante.
- Mi nombre es de los mejores regalos que me hicieron. Siempre me ha hecho sentir especial. Siempre he sido la rara. Provoco confusión-dice Mariel Villagra, de 36 años, un nombre relativamente nuevo en la escena chilena. Con cuatro discos, presentaciones en Lollapalooza Chile, en el festival Migrante y el Ruidosa Fest y el premio Pulsar a la Mejor Artista Urbana otorgado por Anita Tijoux en 2016, encabeza "Mariel Mariel", su propuesta musical, una urbana, que bautizó como "flowlatino", que junta elementos del hip hop, ritmos latinos, beats y pop. Un concepto que desarrolló esta última década en el DF, el destino que eligió para consolidar su carrera junto a figuras como Natalia Lafourcade, Leonel García (Sin Bandera) y Carla Morrison. Hasta hace unos días, estaba precisamente de gira en distintas ciudades mexicanas.
Al decidir un seudónimo para su proyecto musical, en MySpace había muchas Mariel. Mariel Mariel, ninguna.
-Además, doble se entiende mejor -dice-. Da risa. A veces me llaman: "Mariel, Mariel. ¿Cómo estás? ¿Cómo estás?". Te lleva a un lugar inventado. Como a un escenario inmediato. Yo quería (salirme) de mi propia historia, de la herencia de toda la música que venía de antes y de mi papá, que era muy de cantautor. Yo quería darme la vuelta por otro lado.
Menuda y con la apariencia de una veinteañera, la hija del músico Pedro Villagra -fundador de Santiago del Nuevo Extremo y ex integrante de Inti Illimani- tiene el pelo negro y largo y de sus orejas cuelgan dos argollas doradas -"arracadas", se le dicen en México-, que la hacen ver, a ratos, como gitana. Los compró en el DF, donde vivió entre 2010 y principios de este año -donde se "autoexilió", subraya- para dejar atrás un episodio que hizo público durante los Premios Pulsar 2016. En esa ocasión dijo, frente a las cámaras, haber sufrido "acoso sexual y abuso de poder" de parte de un profesor en 2001, mientras estudiaba Licenciatura en Teoría de la Música en la Universidad de Chile.
-Mi denuncia no fue escuchada. No llegó a ninguna parte. No había organismos ni sensibilidad.
Por esa razón, no terminó sus estudios ahí y se tituló de músico en la Universidad Mayor. México surgió como el escape natural porque, explica, "los músicos de la época se iban a México".
-Por fin el tema de los abusos está en la mesa -agrega-. Por fin ya no es incómodo para una mujer decir lo que le pasó, cómo se sintió, cómo la maltrataron y que la familia escuche callada y reflexione. Es un ejercicio que está funcionando en esta generación.
Mariel Villagra cree que, desde que su nombre empezó a sonar más, a ella Chile la "llamó".
-Me sorprendió que me premiaran acá, que hubiera atención a mi proyecto. Las cosas que a mí me han pasado interesa que sean escuchadas en Chile. Rompen con lo establecido. Los artistas tenemos poder ante la audiencia. Es importante lo que la gente que canta tiene que decir. Es gente que se dedica a pensar y a observar cómo está funcionando el resto.
Flowlatino
"Flowlatino" no es solo el nombre con el que quiso bautizar a su género musical. Hoy también es el proyecto multidisciplinario bajo el cual Mariel Villagra planea un festival de música migrante que fusione, el próximo año, tal como lo hace su música, las distintas corrientes musicales que hoy dialogan en la ciudad.
-Mi idea es evidenciar el protagonismo que tienen las distintas culturas migrantes que están acá. Ese relato necesita un escenario -dice.
A diferencia de los festivales de música migrante que ya existen, Mariel Villagra quiere dar un espacio especial a las mujeres músicas de otros países. Ayudan sus propias vivencias. Quiere visibilizar en Chile la experiencia de una "mujer migrante", la misma que ella vivió estando en México.
-Las mujeres migrantes son la última prioridad de la sociedad. Y yo quiero darlo vuelta.
Un entusiasmo que echó a andar durante las fiestas patrias con su iniciativa "La Matria", la primera fonda feminista en Chile. En ella participaron figuras -y sus amigas-Andrea Ocampo y Natalia Valdebenito. "La Matria" tuvo como objetivo darles escenario a mujeres que hablan en su música de su raíz.
Aunque la promoción de su fonda fue, por algunos, repudiada en redes sociales -con comentarios misóginos como "que las mujeres se vayan a la cocina"-, el espacio que consiguieron se llenó.
Fue un gesto que surgió como crítica y denuncia a los line up de los festivales musicales dominados por hombres, dice ella. Hoy quiere trabajar para "valorar y enaltecer las propuestas musicales con líderes mujeres" y mostrar que su música es, también, baile.
Un interés que surgió tras viajes que hizo a Colombia mientras vivió en el DF. En los meses que lleva viviendo en Chile ha impulsado clases de baile de "flowlatino" en una academia en Barrio Italia impartidas por su coreógrafa.
-Chile ha cambiado y me es muy atractivo conocerlo -dice-. (La migración) me seduce mucho, me ancla a este lugar y me ha hecho pensar que ya no querría irme del todo nuevamente. La llegada de los migrantes ha despertado mucha xenofobia y clasismo. Mi rol como artista es hablar desde ambos lados, y mediar. Sé vivir Chile desde las dos maneras.
Su escape
El living de su casa en la Villa Frei está casi vacío. Llegó a vivir en mayo junto a su pareja de hace una década, Andrés Landon, productor de figuras como Carla Morrison, con quien obtuvo el Grammy Latino en 2012 por mejor producción alternativa. Ahí arma su estudio: Sobre una mesa grande hay un cavaquiño, un controlador, su computador y un diccionario Larousse Ilustrado, de 1.662 páginas. Lo heredó de su abuelo "adoptivo" materno, el sacerdote Darío Silva, quien falleció en 2014, a los 95 años, tras ser, por cuatro décadas, rector de la antigua Iglesia Las Agustinas. El sacerdote Darío Silva se hizo cargo de su madre cuando ella era pequeña. Las imágenes religiosas del diccionario (dibujos de estolas, velos y mantillas) están pintadas con lápiz scripto por ella y sus páginas están marcadas por un papel mantequilla que alguna vez dividió hostias en una iglesia.
-Por lo mismo, siempre tuve una relación muy desde adentro con la iglesia católica y a la vez muy desde afuera. Él me crió. Me pagó el colegio. Me compraba ropa. Me leía este diccionario para que yo entendiera las palabras. Para componer es increíble...
También lo fue el Lago Lanalhue, dice, a un lado de Contulmo, en Bío Bío, que visitó para vacaciones, feriados y donde hoy viven sus abuelos paternos.
-Siempre fue mi escape. Es una casa poética. Mis abuelos fueron gestores culturales, ambos profesores normalistas, y por esa casa pasaron muchos personajes de la música. Me acuerdo de Margot Loyola zapateando en el living de la casa y nosotras (con mi hermana) aplaudiéndola.
Por el trabajo como productora audiovisual de su madre en los estudios de Filmocentro de Ñuñoa, Mariel Villagra locuteó y actuó en castings desde chica. Pero, dice, era una niña tímida. La guitarra la tocaba a puerta cerrada. Por la carrera musical de su padre, su decisión de dedicarse a la música podía haber parecido ciertamente natural pero Mariel explica que no fue así.
-Me costaba asumirlo y decirlo.
-¿Por qué?
-También estaba esa carga de "hacer lo mismo" que el papá de uno. (...) Y yo quería hacer lo mismo que mi papá que había sido una figura ausente por mucho tiempo también, muy presente de otra manera. Era difícil para mi mamá manejar la situación después de que ellos se separaron.
Perdonar en la música
Mariel nació cuando su madre tenía 20 años y su padre, 23. Para la llegada de la democracia en 1990, cuando ella tenía 8, y su padre, 31, él decidió partir a Alemania a desarrollar su carrera. Mariel construyó la figura de su padre en su cabeza a través de cartas que intercambiaban una vez al mes.
-Yo lo entiendo absolutamente. Lo viví. (En un momento) quise solo irme de Chile. A mí me sirvió. (Era como algo) dual. Por un lado, él no estaba y en muchas cosas prácticas era como: "¿cómo es posible que el papá no esté?" pero, a la vez, a mí me empezó a alimentar una cosa de "yo también quiero viajar". "Me voy a desquitar cuando ya no viva acá y voy a viajar por el mundo". Siempre tuve como un rencor con Chile por todas las cosas graves que ocurrían aquí y que repercutían en mi entorno directo. Yo no era de una familia que viajaba junta. Yo aprendí a viajar sola. Aprendí a viajar en mi imaginación.
Su padre volvió años después, cuando ella tenía catorce. Mariel estrechó la relación con sus abuelos, ellos adoptaron un rol más parecido al de padres.
-¿Perdonó a su papá?
-¿Sus ausencias? Yo soy bien crítica con las ausencias. Hay ausencias que quedan para siempre. No tengo un resentimiento, pero no sé si hay algo que perdonar al respecto. Fue una partida de común acuerdo. Mi papá probablemente no estaba bien, necesitaba (irse). Yo lo entiendo. Yo tampoco estaba bien y quise irme a México y me fui, pero yo me preocupé de no tener hijos a los cuales abandonar o si hubiera tenido hijos probablemente me los hubiera llevado conmigo... Pero hay un tema que es demasiado fuerte que nos une, que es la música y ahí todo se sana. Uno es capaz de perdonar hasta lo más profundo, los abandonos, las incomunicaciones, las lejanías. Al final hacemos música, estamos en otro estado de conexión.
-¿Se ha reconciliado con su país?
-Vivir en la misma comuna donde vivía antes de partir me hace reconciliarme con tener la oportunidad de estar en el mismo lugar, pero ahora sí con mis herramientas, a mi manera, con mi experiencia. Antes de irme vivía en un barrio con mucha calidad de vida, pero con la profunda sensación de que ya no quería vivir aquí. Ahora estoy acá porque es mi decisión y hago lo que quiero hacer. Y valoro los momentos, antes de pasar a la siguiente etapa.
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