El Mercurio
Al centro de la industria musical del país asiático se encuentran los "idols", que gozan de fama internacional y legiones de fans. Pero el camino a la cima lo rige un sistema de entrenamiento que no está libre de polémicas y cuestionamientos por la forma en que fabrican a sus artistas juveniles.
Por Bárbara Castro
La acción parece ocurrir en una típica secundaria estadounidense, pero el decorado se asemeja en colorido a un programa de concursos asiático. Los personajes remiten a estereotipos occidentales aunque los actores tienen rasgos asiáticos, y como sacados de un episodio de animación japonesa, sus expresiones son exageradas con efectos digitales y sus movimientos son acelerados para equipararse con los ritmos que suenan de fondo.
La cámara corta a siete chicas fotogénicas, cada una un personaje en sí misma -definido por un cuidado maquillaje y peinado-, que se funden en una unidad indiscernible cuando, enfundadas en atuendos idénticos de porristas, se entregan a un canto y coreografía en perfecta sincronía con una pista que mezcla estrofas en coreano con coros en inglés. El video del single "Heartbreak" del grupo femenino de k-pop AOA es una muestra de la llamativa estética de la industria musical que le generó en 2017 a ese país cerca de US$ 5 mil millones a su producto interno bruto y que tiene en su centro a estos " idols ".
En Asia, los idols se alzan como la personificación de la exportación coreana. Son jóvenes que al alero de agencias de talento -verdaderas líneas de ensamblaje de entretenimiento para el consumo comercial- entrenan para potenciar sus habilidades de canto, baile y actuación hasta cuando sus representantes decidan que pueden debutar. Esta fórmula no está libre de controversias. Contratos esclavizadores, entrenamiento extenuante y presiones para cumplir los estrictos cánones de belleza son solo algunas de las críticas que tienen en el centro a la industria. Esto bien lo sabe uno de los bailarines del video de AOA, el chileno Eduardo Moya.
Cuando Moya, conocido en YouTube como Min, aterrizó en Seúl en 2014, solo llevaba ahorros para unas cortas vacaciones. Su estadía se extendió a tres años, tras lograr conseguir trabajos como bailarín y modelo. En la capital coreana, descubrió que detrás de las postales multicolores, que mostraban el dominio de los idols, con sus rostros tapizando desde las cajas de leche hasta gigantografías en la metrópolis asiática, se escondía una realidad menos pomposa. "Trabajé mucho con ellos y no sabía cuando descansaban o tenían tiempo para su familia, eran 24/7. Ellos parten con 7 u 8 años entrenando y me preguntaba en qué momento salían a jugar con sus amigos", recuerda el ahora youtuber .
Wongjung Min, coreana residente en Chile y especialista en cultura asiática, afirma que está dinámica no está reservada solo para el mundo de la música y que está arraigada en la idiosincrasia propia de ese país. "Más allá del abuso industrial, aquí lidiamos con una sociedad de alta exigencia y la industria del entretenimiento no es la excepción, con un ambiente de mucha competencia similar al de la película 'Los juegos del hambre', es decir, los aspirantes son competidores y solo sobreviven los más fuertes", asegura.
El camino del aprendiz
A diferencia de Min, que se instruyó en Chile de forma autodidacta, Mone Fukuhara, una joven japonesa de 18 años, fue una " trainee" en Corea - idol en entrenamiento- primero en la agencia de talento SM en 2012, para trasladarse un año después a la empresa JYP. Como a todos los aprendices, su contrato la obliga a mantener en reserva detalles de su experiencia, pero revela que las exigencias en cuanto a apariencia la llevaron a dejar ambas compañías.
"Tu peso es uno de los factores más importantes cuando entras a estudiar. Me duele decirlo, pero en SM mi dieta consistía muchas veces en saltarme la cena", señala, y añade que las cosas empeoraron cuando llegó a JYP. "En las presentaciones nos pesaban en la mañana y en la noche, y se enojaban si la escala subía. Mi única comida consistía en una manzana y una ensalada", dice la joven, quien en ese entonces tenía 16 años y residía -como todos los trainees - en el centro de entrenamiento, regido por una rutina que se extendía por 12 horas seguidas. Estas restricciones no se acaban con el debut, siendo habitual que fanáticos envíen arroz a sus ídolos, frente al temor de que no se alimenten lo suficiente.
Los estrictos cánones de belleza coreano también se reflejan en la alta incidencia de cirugías plásticas. Corea del Sur es el líder mundial en número de procedimientos cosméticos. "Allá, si no eres bonito, no vendes; y si te entrenan, es para que vendas. Operarse no es mal visto, es casi una exigencia. No se trata solo de andar vestido a la moda, sino que tener las mandíbulas y los párpados a la moda", asegura Min.
SM Entertaiment Group, una de las compañías que acogió a Fukuhara, y que tiene bajo sus filas a algunos de los conjuntos más exitosos como Super Junior, Girl's Generation, Red Velvet y EXO, se ha mantenido en el centro de varias polémicas sobre el trato a sus artistas. En 2009, Han Geng, miembro en ese entonces de la boyband Super Junior -que se presentará en Chile el 24 de abril- demandó a SM, acusando a la agencia de causarle problemas de salud producto de su exigente agenda. Según la demanda, Geng no habría tenido un día de descanso durante los dos primeros años de un contrato que se extendía por trece. Un año después, y en un precedente para la industria, el Tribunal Central de Corea falló a su favor, liberándolo de su contrato.
Episodios como este no afectan el creciente mercado de escuelas de kpop, que ofrecen carreras profesionales, que reúnen canto, danza y actuación, de duración indefinida dependiendo de si el aspirante logra el debut. Una de ellas es el Global K Center, ubicado a 13 km de la frontera de Corea del Norte, que promete, a su mejor estudiante por generación, la posibilidad de contactarse con una agencia de alto nivel. Dawn Ba, instructora del centro, que incluye en su currículum clases de "expresión de emociones" y "poses para fotografías", explica al teléfono por qué no cuentan con apoyo psicológico para los jóvenes, aun admitiendo lo demandante de la formación.
"Entendemos el estrés como parte natural de su entrenamiento. Muchas veces llegan extranjeros y terminan en el hospital producto del agotamiento, no saben controlar sus emociones. Los coreanos son diferentes. 'Hay que trabajar hasta morir', dice un dicho popular", afirma.
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