Gonzalo Saavedra
Cultura
El Mercurio
A unos juveniles 83 años, el chileno Juan Pablo Izquierdo impresiona por el ímpetu con el que se sube al escenario y se pone al frente de la Orquesta Filarmónica de Santiago, de la que hoy es director emérito. Izquierdo indica sus intenciones ágilmente y con todo el cuerpo, y su variado lenguaje gestual, si bien no parece ortodoxo, hace que se entienda bien qué es lo que pide a los músicos en cada momento. El jueves, en el Teatro Municipal, esa comunicación empática triunfó en "Las criaturas de Prometeo" Op. 43 (1801) de Beethoven, en términos de sonido e interpretación. Muy buen comienzo.
Escrito en la misma época que "Las criaturas", el Concierto para piano Nº 3 en Do Menor, Op. 37 (1800-1801) muestra a un Beethoven que, sin abandonar las formas de su tiempo, las renueva, como ocurre desde el principio, con un motivo basado en un arpegio en las cuerdas y su respuesta en las maderas que se antojan obvios, pero que inmediatamente modula para llevarlos a otros derroteros, donde hay un cúmulo de ideas esperando en la sustanciosa introducción. La entrada del solista italiano Filippo Gamba marcó un acercamiento sobrio, clarísimo en sus líneas, casi a la Bach, lo que hizo descubrir el rico contrapunto de su parte, especialmente lucida en la cadenza rendida con inspiración, pero sin aspavientos, y ese final en el que el piano todavía quiere intervenir en diálogo con la orquesta. Excelente. En el Largo , Gamba se conectó bien con el franco romanticismo que caracteriza a este movimiento: aquí el pianista hizo aparecer más el pedal y su añadido atmosférico, fraseando impecablemente, retardando apenas donde fuera necesario. Sin interrupción, el estimulante Rondó , que en sus excursos incluye un fugato en la cuerdas que eriza, constantes juegos en los modos mayor y menor, unas disonancias exquisitas y una entrada roquerísima del piano en octavas. Gamba e Izquierdo debieron salir varias veces para recibir el agradecimiento de un Municipal feliz de esta vivencia.
Después del intermedio, "Elegía. In memoriam Béla Bartók" (1981) del chileno Cirilo Vila (1937-2015), un sentido homenaje que muestra cuáles gestos -notablemente los de la "Música para cuerdas, percusión y celesta" (1936)- se quisieron rescatar aquí. Aunque solo en apariencias simple, esta música tiene dificultades con las que Izquierdo y la orquesta debieron lidiar.
Entre las mejores secuelas que dejó "La consagración de la primavera" (1913), de Stravinsky, está el ballet "El mandarín maravilloso" (1926), del mismo Bartók, cuya suite (1928) se escuchó como final del concierto. Febril y sin tregua, estos 20 minutos de música son tan ricos de seguir. La orquesta se lució aquí -el clarinete de Jorge Leiva, magnífico en su protagonismo- y unos bronces impecables. Izquierdo mostró lo que puede hacer una orquesta si se entrega a su energía que nace de la experiencia.
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