jueves, marzo 14, 2019

Música sacra en la UC: Valioso descubrimiento

Jaime Donoso A.
Cultura
El Mercurio


Los hallazgos musicológicos suelen ser más musicológicos que musicales. No siempre la apasionante aventura científica que implica toda investigación conduce a resultados dignos de ser oídos y difundidos. Pero el rescate de viejos y polvorientos manuscritos, a veces, es altamente recompensado con obras de valor musical intrínseco y las figuras de compositores olvidados se yerguen con plenos méritos frente a las audiencias actuales. Ese fue el caso de las "Quince meditaciones sobre las llagas de Cristo", del compositor peruano-boliviano Pedro Ximénez Abrill (Arequipa, ca. 1784-Sucre, 1856), obra que inauguró el decimosexto Encuentro de Música Sacra del Instituto de Música de la UC. El concierto se realizó el martes en el Templo Mayor del Campus Oriente de la universidad.

Los intérpretes fueron las sopranos Vanessa Rojas y Denise Torre, el Cuarteto Surkos (David Núñez y Marcelo Pérez, violines; Mariel Godoy, viola; Francisca Reyes, chelo); Jesús Solís y Natalia Martorell, flautas.

La obra, que es un conjunto en que se alternan números con intervención de las sopranos (Salutaciones) con otros puramente instrumentales (Meditaciones), se inscribe en antiguas tradiciones de la liturgia católica que procuran hacer partícipe al creyente de los sufrimientos de Cristo. Son momentos contemplativos que han sido estímulo para la creación de grandes obras musicales como el conjunto de motetes "Membra Jesu Nostri" (1680), de Buxtehude, o el prodigioso conjunto de sonatas que dan cuerpo a las "Siete palabras de Cristo en la cruz", de Joseph Haydn. Probablemente, esta última obra haya sido un referente para la composición de Ximénez.

El lenguaje de Ximénez es de un eclecticismo muy propio de los músicos americanos de la época de la Independencia: reminiscencias de Pergolesi, Pleyel, Haydn y alusiones al bel canto se encuentran por doquier, pero lo que podría haber resultado un pastiche, se transforma en un discurso original, con abundantes giros sorpresivos, entre los que figuran la melancolía de un yaraví y los ritmos danzables de un huayno.

La acústica del Templo Mayor no es la más adecuada para integrar flautas traversas y cuerdas, pero una vez que el oído superó la mélange sonora (por decirlo en forma elegante), se apreció la reconocida calidad del Cuarteto Surkos, la notable participación de los flautistas y la plena autoridad con que David Núñez condujo el discurso desde su atril. Las sopranos, ambas con bellos timbres, cumplieron sus roles con excelencia. En suma, un grupo de intérpretes que no solo exhibieron su impecable ejecución, sino que además parecieron en todo momento imbuidos del espíritu religioso de la obra.

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