Jaime Donoso Arellano
Cultura
El Mercurio
El viernes, en el Teatro de la Universidad de Chile, Beethoven, Brahms y Bartók fueron los autores presentes en el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile; en esta ocasión, se contó con el excepcional violinista alemán Tobias Feldmann, actuando todos bajo la conducción de Helmuth Reichel.
El programa comenzó con la Obertura de "Las ruinas de Atenas", Opus 113, compuesta por Beethoven como música incidental para el drama homónimo de August von Kotzebue, curiosísimo personaje, enfermizamente vanidoso e intrigante (terminó asesinado), que pasó a la historia más por esas características que por la bondad de sus obras. No siempre los grandes maestros han producido obras maestras, y Beethoven, probablemente frente a la escasa calidad de la pieza teatral, decidió componer lo que él mismo llamó una "pequeña pieza de relajo" ( kleines Erholungs-stück ). Si se compara con lo que Beethoven hizo con la música incidental de "Egmont", de Goethe, se apreciará la diferencia sideral. En cuanto a popularidad, lo que ha quedado de "Las ruinas", es la celebérrima "Marcha turca", aprovechada incluso por el "Chavo del Ocho".
Hay que felicitar a quienes invitaron al violinista alemán Tobias Feldmann (28 años) para la ejecución del Concierto Opus 77, de Brahms. El joven solista está en plena trayectoria ascendente, tiene grabaciones aclamadas, y todo haría augurar que se convertirá en un referente en su instrumento. Hablar de su técnica y afinación sin tacha, es redundante, porque lo que más impresiona y conmueve es su exquisito sonido y su elocuente y emotivo fraseo. En suma, una inaudita musicalidad en que cada nota aparece impregnada de gracia. Ante la euforia de los auditores (gritos y pataleos), Feldmann ofreció, fuera de programa, "Recuerdos de la Alhambra", de Tárrega, originalmente para guitarra, en una versión para violín de Ruggiero Ricci.
En la orquesta, los numerosos desajustes y falta de cohesión en Beethoven y Brahms (particularmente en el ensamble de los vientos), hicieron parecer que el conjunto no se jugara a fondo y hubiera volcado toda su energía en la interpretación de la última obra: el Concierto para Orquesta de Bartók. Ahí cambió la cosa.
La obra es una de las más altas cumbres del repertorio sinfónico del siglo XX y su contradictorio nombre proviene de la intención del compositor de tratar a los instrumentos en forma concertante, es decir, como solos o en grupos, contraponiéndolos al resto de la orquesta. Así, en cada uno de sus cinco movimientos, se logra una exuberante variedad colorística y, por fin, la orquesta reveló todo su potencial bajo la mano maestra de Reichel, ofreciendo una cautivante versión.
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