Varios autores obtuvieron el reciente premio por obras que observan la historia, las lenguas ancestrales y la oralidad.
IÑIGO DÍAZ
El día previo a que se estrenara en el Teatro Pacta de Milán, Italia entró en la grave crisis del coronavirus que tuvo al país en máximo riesgo durante meses. Los planes del compositor chileno Manuel Contreras Vázquez se interrumpieron entonces, pero esa misma composición titulada “Awalaq, zoos humanos” tuvo su reivindicación y reconocimiento con el Pulsar obtenido en la categoría Música clásica.
“Se trata de una obra para ensamble vocal, cuatro sopranos y cuatro mezzosopranos. Lo que se resalta ahí es el cuerpo completo, un armado de texturas, a partir de fonemas, que se puede desarrollar con la voz. Se utiliza la herramienta de las lenguas vernáculas, que ofrecen otro potencial”, explica Manuel Contreras Vázquez desde Vigevano. Vive en Italia desde 2006.
La obra, de 35 minutos y entendida además como “teatro de voces” por su autor, recupera la historia de los fueguinos secuestrados a fines del siglo XIX para ser exhibidos en ferias de Europa. “Utilicé las lenguas selknam y kawésqar para la narración del imaginario en distintos momentos: el rapto, el viaje, la exhibición, la enfermedad y la muerte”, dice Contreras Vázquez.
El premio Pulsar —que la Sociedad Chilena del Derecho de Autor otorga anualmente en diversas categorías— puso atención este año en otros proyectos donde las lenguas de los pueblos originarios, sus relatos, la historia y el traspaso a través de la oralidad toman protagonismo y presencia. Incluso, en la obra ganadora de la categoría Jazz y fusión, la guitarrista Camila Meza escribió en Nueva York la canción “Kallfu” (“azul” en mapudungún) para el disco ganador, “Ambar”, también como un símbolo de ese regreso a la naturaleza y a la calma.
Saxofonista, flautista, guitarrista y compositor, Lincoyán Berríos dirige el conjunto Epewtufe, que obtuvo la estatuilla en el apartado Música para la infancia por el disco “La otra orilla”. “Epew es un relato que se transfiere de generación en generación. La voz epewtufe es ‘los que cuentan cuentos': nosotros contamos historias diversas y entre ellas, algunas de los pueblos originarios”, orienta Berríos, al frente de este septeto mixto, con instrumental diverso: trombón, bajo eléctrico y guitarra, además de aerófonos andinos y mapuches, cordófonos latinoamericanos y múltiples voces.
Y desde la comunidad mapuche Kechukawuiñ, en Puerto Saavedra, el compositor, cantautor e investigador Joel Maripil entregó un bello cancionero en mapudungún titulado “Choyün ülkantun: música mapuche para infancia”, que obtuvo el premio en Difusión a la música de los pueblos originarios. Maripil describe este repertorio como una manera de enseñar el idioma.
“En el mundo mapuche las canciones para niños son solo improvisación del momento: la madre le canta al niño lo que se le viene a la cabeza. Todo queda en la memoria y todas las canciones son únicas”, dice Maripil. “Cuando a mí me cantaban ‘qué lindo niño eres tú/ qué lindo niño eres tú', yo solo quería hacer cosas buenas. Esa educación se perdió. Hoy se enseña para ser mejor que el resto. A nosotros nos enseñaban a amar”, cierra.
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