El Mercurio
Incansable, la clarinetista y fundadora del Ensemble Bartók supo comunicar el amor por la música y por Chile. Fallecida la semana pasada, su carácter apasionado logró, a costa de gran esfuerzo, que muchos entendieran la importancia de que la creación artística nacional se desarrollara y pudiera ser conocida. “Es el alma de un país y de su gente”, decía.
Juan Antonio Muñoz H.
Al iniciarse el siglo XXI, “Artes y Letras” realizó una encuesta a destacados músicos nacionales y extranjeros para saber cuáles eran las 10 obras de la centuria precedente que ellos consideraban fundamentales. La respuesta de Valene Georges fue un reflejo profundo de cómo ella vivía intensamente tanto la creación contemporánea como su amor por Chile.
Los tres primeros lugares de su lista fueron para “Nocturno”, de Alfonso Letelier; “Chile”, una creación de los compositores Miguel Letelier, Gustavo Becerra, Santiago Vera, Fernando García y Andrés Maupoint, y “Epigramas Mapuches”, de Eduardo Cáceres. Tras ellos venían partituras de Stravinsky, Bartók, Ravel, Schönberg, Guastavino, Prokofiev y Leonard Bernstein.
Gestora y artista de excepción, la clarinetista estadounidense Valene Leah Georges Larsen (1940, Utah), fallecida el 4 de julio en su casa en El Arrayán, fue un referente en la difusión musical chilena y latinoamericana en su más alto nivel. En 2017 había recibido la nacionalidad por gracia, debido a su trabajo artístico y de divulgación.
“Un ruego simbólico”
Valene llegó a Chile en 1967, recién casada con Tomás Alberto Goldenberg Montt, a quien había conocido en la Universidad de Berkeley, donde ambos cursaban una beca de estudios. Tuvieron tres hijos. Luego estuvo un tiempo radicada en Argentina y en 1979 volvió a nuestro país después de ganar el concurso para el puesto de ayudante solista en clarinete de la Orquesta Sinfónica. Una vez instalada, creó, en 1981, el Trío Bartók, junto a Elmma Miranda (piano) y Hernán Jara (violín). A poco andar, resolvió ampliarlo y formar el Ensemble Bartók, que integraron, en sus inicios, la contralto Carmen Luisa Letelier, la pianista Elvira Savi, el violinista Patricio Cádiz y el cellista Eduardo Salgado. Más tarde ingresaron Cirilo Vila (piano) y Jaime Mansilla (violín).
Empeñados en la creación de música chilena, Valene Georges y su conjunto comenzaron a motivar a los compositores para que escribieran obras para la conformación del Ensemble, con el objetivo de interpretarla. El conjunto realizó innumerables conciertos en el país y el extranjero, estrenando un centenar de obras de músicos nacionales. Realizaron más de 35 giras internacionales, llevando en su repertorio obras chilenas y latinoamericanas, también partituras europeas y estadounidenses.
De espíritu efervescente y siempre optimista, fue también una artista de gran rigor musical, querida y respetada por sus pares.“Somos millonarios del alma. Tenemos un corazón en llamas de pasión”, solía decir Valene Georges, respecto de su conjunto. Siempre estuvo enormemente agradecida de “tantos compositores que han confiado en nosotros, de los lugares donde hemos podido tocar y de los premios que hemos recibido”. Entre estos, Altazor 2000, Premio Domingo Santa Cruz 1998, Premio SCD 1994 y Premio de la Crítica 1988.
A juicio de Valene, el “padre espiritual” del conjunto era Alfonso Letelier, “quien trabajó muchos años con nosotros compartiendo su sabiduría y regalándonos hacia el fin de su vida su última obra, ‘Nocturno', que es una especie de compendio de su pensamiento musical”. No olvidaba el último pedido que Letelier hizo en su lecho de muerte: “No dejen de cantar mi canción”. Valene Georges decía que esas palabras eran “un ruego simbólico que incluye a toda la música chilena”. Se refería, por cierto, a la falta de difusión de la música chilena docta y al escaso estímulo que tienen los compositores, pues rara vez su trabajo es interpretado.
Los nombres de músicos como Federico Heinlein, Carlos Riesco, Eduardo Cáceres, Cirilo Vila, Carlos Botto, Francesca Ancarola, Gabriel Matthey, Juan Lémann y muchos más integran la lista de creadores que pudieron escuchar sus obras interpretadas por el Ensemble Bartók. Obras que no solo fueron estrenadas en Chile, sino que integraron los programas del conjunto en escenarios como el Carnegie Hall, de Nueva York; Places des Arts, de Montreal; Sala Andrés Bello del B.I.D., de Washington; Teatro Colón, de Buenos Aires; Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid; Sala Dag Hammersjold de las Naciones Unidas, de Nueva York, entre otras.
La contralto Carmen Luisa Letelier, su amiga y que trabajó con ella desde los inicios del Ensemble Bartók, dice que “Valene era el alma del grupo, sus ‘Bartokis' o ‘Familia Bartók', como gustaba llamarnos. Ella nos comunicaba su entusiasmo, su desinterés, su voluntad férrea de vencer obstáculos que parecían imposibles de superar. Ella era la que conseguía los auspicios, las invitaciones, y nos hacía olvidar que en el Bartók nadie ganaba nada, solo el orgullo de hacer conocer nuestra música en el mundo. Nunca tuvimos un alero institucional; éramos libres como el aire, pero pobres como los pájaros. Haber pasado todos estos años codo con codo estudiando nuevas obras, descifrando partituras, discutiendo sobre su interpretación, preguntando su parecer a los compositores, armando viajes e itinerarios y programas, nos hizo anudar una amistad inquebrantable”.
El país hecho música
La creación de “Chile” da cuenta de lo que Valene Georges consideraba fundamental. Era julio de 1994 y se efectuaba el seminario “La Música Clásica en Chile”, al que ella asistía y en el que también estaban los compositores Fernando García y Gustavo Becerra, a quienes invitó a almorzar para proponerles un proyecto. Poco tiempo antes, el Ensemble Bartók había presentado su III Festival Internacional de Música Contemporánea y allí habían conocido a Robert Freeman, entonces director de la Escuela de Música Eastman, de Rochester, Nueva York. “Influenciada por las sugerencias del Dr. Freeman, les comenté que hacía tiempo quería encargar una obra llamada ‘Chile', que podría tener cinco movimientos pues, con mi mente de extranjera, visualizaba el país de una forma algo diferente que los chilenos; o sea, de sur a norte. Los hitos más importantes me parecían la Antártida, la región de la Araucanía, Isla de Pascua, que incluye toda la región del Pacifico, el gran desierto del norte, y, por supuesto, Santiago”, escribió Valene en la Revista Musical Chilena (enero 1999).
“Les pregunté a ambos si querían participar en este proyecto insólito y para mi asombro dijeron que sí. Gustavo eligió Temuco, que tendría cello solista, y Fernando, el desierto. Como fui la gestora de la idea, escogí el desierto para mi instrumento, el clarinete. Luego nos preguntamos quiénes serían los demás compositores. Decidimos que, siempre que aceptaran, serían Miguel Letelier, a cargo de la Antártida, con el violín como solista; Santiago Vera, Isla de Pascua, con contralto solista, dado que había escrito su tesis de doctorado en Oviedo, España, sobre la música pascuense, y Andrés Maupoint daría su versión de Santiago, que tendría al piano como solista”.
El estreno se produjo gracias a Emilio Donatucci, entonces director de Programación de la Orquesta Sinfónica, y Robert Henderson, director y compositor norteamericano, quien, en octubre de 1998, venía para dirigir la Orquesta Sinfónica.
Tras el estreno, el compositor y crítico de música Federico Heinlein escribió en El Mercurio, el 18 de octubre de 1998: “Le tocó al oyente imaginarse su propia película, paralela a la música escuchada en este insólito viaje por Chile (…). El violinista Héctor Viveros y un grupo de cámara, con los demás integrantes del Bartók, pintaron la gélida soledad antártica, tal como la describe Miguel Letelier con estupendas confrontaciones coloristas. El violonchelo de Eduardo Salgado, y sus colegas de percusión, vientos y cuerdas, obtienen prodigios sonoros en la ‘Temucana', de Gustavo Becerra, cuyos ritmos aportan ecos mapuches de la región de Nueva Imperial. Con truenos y glissandi sugerentes, Santiago Vera nos transporta, una vez más, a la atmósfera inefable de Rapa Nui, ayudado por la magnífica voz de Carmen Luisa Letelier. Como de la nada brotan los sonidos adustos y misteriosos en las ‘Zonas Eriales' del Norte, de Fernando García. Las sugerencias minerales del clarinete de Valene Georges logran transmitirnos una tremenda soledad, perforada de silencios. En ‘Santiago, ciudad de invierno', Andrés Maupoint recoge los últimos compases de la obra anterior para ilustrar, luego, la nerviosa excitación del ambiente capitalino. Algún episodio quedo sirve de contraste a la vitalidad acerba, impresionantemente caracterizada por Karina Glasinovic al piano. Cabe agradecer al maestro Henderson su aporte en pro de la música chilena, así como a los creadores e intérpretes que hicieron posible esta hazaña colectiva”.
El Ensemble Bartók en sus primeros años: Cirilo Vila (piano), Patricio Cádiz (violín), Eduardo Salgado (cello), Valene Georges (clarinete) y Carmen Luisa Letelier (contralto). |
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