La pandemia de covid-19 obligó a suspender la celebración más emblemática del mundo andino en Chile. Sin embargo, el fervor popular no disminuye. Historiadores, documentalistas, fotógrafos y también participantes explican por qué La Tirana seguirá firme en el corazón de los nortinos. Por Sebastián Montalva Wainer.
El gran viaje existencial
Por Rolando Báez, curador de arte, especializado en cultura visual andina colonial.
“No tengo recuerdos de la primera vez que fui a La Tirana. Soy iquiqueño y he ido toda mi vida. Esta fiesta es parte del calendario vital de la zona norte. Un espacio en el cual el tiempo se detiene y que está incorporado a nuestras prácticas cotidianas. Si no es La Tirana, son las otras fiestas patronales que ocurren en estos días: la de San Lorenzo en Tarapacá, la de San Santiago de Macaya. Estas fiestas son ejes de identidad, la cual se construye desde la devoción popular. En ellas, las comunidades se vuelven a encontrar; durante un tiempo practican una serie de actividades en conjunto —comer, beber, bailar— y después se vuelven a encontrar al año siguiente. Es un ciclo. En el caso de La Tirana, los promeseros salen de Iquique, donde realizan el primer baile, se despiden de la ciudad y suben al pueblo. Luego, antes de volver, bailan nuevamente. Es un viaje existencial que se realiza para encontrar a la divinidad, y cuando vuelves ya no eres el mismo. Ese es el sentido místico de la fiesta: vas en busca de una respuesta. Por eso llega gente de todos lados. El sujeto se transforma a partir de ese momento, y eso se va repitiendo año a año. Es muy bonito.
“Es una situación que no se cree. Un pueblo de 100 personas de pronto recibe a más de 200 mil, con bailes en todos lados y un despliegue de colores impresionante. Como curador de arte, ese es para mí uno de los elementos más interesantes: el barroquismo que tiene la fiesta, el exceso visual, los trajes de los danzantes. Está todo lleno de información, no hay espacios en blanco.
“Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, estas fiestas comenzaron a ser vistas como manifestaciones muy paganas, y la Iglesia empezó a intentar tomar el control. En el proceso de chilenización, lo que se trató de hacer un poco fue disciplinar estos espacios, cosa que nunca ha resultado, porque esta fiesta es desborde en sí misma. Son celebraciones en las que está incluido el cuerpo, la sexualidad, el baile. La vida se celebra con exceso. Eso es muy propio del mundo andino.
“La fiesta ha cambiado en algunos aspectos. De niño, me acuerdo que me impactaba mucho la gente que llegaba de rodillas al templo; eso quizás ya no se ve tanto. Creo que la forma ha ido cambiando, pero el contenido no: sigue siendo un rito que se conserva desde tiempos prehispánicos. Uno tiende a pensar que las prácticas tradicionales son inmóviles, que no cambian, pero eso no es así: el mundo popular cambia sus formas, se adapta, siempre sobrevive, a pesar de los contextos que se le pueden estar dando. Esta no es la primera vez que no se celebra La Tirana, así que los promeseros tendrán que esperar hasta el próximo año. Pero la fiesta va a seguir eternamente. Son espacios que le dan sentido a la comunidad”.
Tras la identidad del norte
Por Omar Villegas, realizador audiovisual de UAntofTV y director del documental Diablos Rojos: Danza al compás del corazón.
“La Tirana es una fiesta muy arraigada en nuestra cultura. Es como una fuerza telúrica que mueve a toda la gente a cruzar el desierto más árido del planeta y llegar a un pueblito chiquitito, donde hay pocas comodidades, para juntarse con 200 mil personas más.
“Soy antofagastino y fui por primera vez con unos vecinos. Tendría unos 12 años. En ese tiempo, me acuerdo que la explanada frente al Santuario —que ahora es de cemento— era un tierral. Entonces el polvo que había ahí era enorme, todos bailando, saltando con una energía que fue impresionante para mí. Al principio, yo no me explicaba por qué tanto sacrificio, tanto fervor, pero luego lo fui entendiendo. Hasta yo he hecho la caminata de 15 kilómetros desde la Ruta 5 hasta el pueblo, y una vez incluso acompañé tocando platillos a una banda: nos tocó a las tres de la mañana, con un frío tremendo. Fue una gran experiencia.
“Voy todos los años a La Tirana. Es un alto que se hace en medio del ajetreo de todos los días, un momento de descanso donde nos volvemos a encontrar. Es impresionante la energía que se produce el día 15 en la noche, se espera al alba en las afueras de la iglesia y se juntan miles de personas a cantar, rezar. Es la manifestación de la religiosidad popular.
“El clero ha tratado de tomar la fiesta e imponer algunas reglas, como que no tiren fuegos artificiales, y de hecho, hace poco había algunos curas que reclamaban porque las bailarinas tenían la falda muy corta. Pero esta fiesta existe desde antes de la Iglesia. Hay bailes religiosos que han desaparecido, otros que van cambiando y también han aparecen nuevos, ya que tenemos mucha influencia de países vecinos, como Bolivia. Pero hay otros bailes, como el de los Diablos Rojos, del que trata mi documental (disponible en YouTube), que son de Tarapacá. Ellos acompañaban a una cofradía más grande: eran los figurines que iban correteando a la gente con un tridente para que no se acercara y entorpeciera el trabajo de los bailarines. Fueron despareciendo con el tiempo, pero luego reaparecieron. Ellos bailan al compás del corazón, no del bombo, y tienen conexión directa con la virgen, no necesitan que la Iglesia esté entre medio para adorarla. Cualquiera puede ser diablo rojo: yo estoy que me pongo una máscara y me tiro a bailar, a mis 71 años.
“A pesar del modernismo y la tecnología, celebraciones como La Tirana se siguen transmitiendo de generación en generación. Es lamentable que este año no se realice. Va a ser una pérdida enorme para los promeseros, los comerciantes —es impresionante la cantidad de cosas que se venden—, la municipalidad, el obispado, para todos. Por fuerza mayor, habrá que parar. Pero se seguirá realizando, porque es una tradición”.
Retratos patrimoniales
Por Andrés Figueroa, fotógrafo y autor del libro Bailarines del Desierto.
“Durante diez años estuve viajando y fotografiando cuatro de las fiestas más importantes del norte: San Lorenzo de Tarapacá, Ayquina, la Virgen de las Peñas en Arica y La Tirana. Mi idea era hacer una serie de retratos de los bailarines de estas fiestas, en los cuales pudiéramos conectarnos con las personas, los paisajes y los territorios que habitan. El resultado fue Bailarines del Desierto, que publiqué en 2017 (disponible en la web AndresFigueroa.cl/bailarinesdeldesierto; son las fotos que ilustran este artículo).
“Soy santiaguino, pero La Tirana siempre me interesó, porque tenía unas tías que iban y me hablaban de cómo era. Así que fui por primera en 2008 y aluciné con todo lo que encontré, una diversidad increíble de bailes e influencias culturales.
“Mi experiencia siempre fue vivir la fiesta completa. Si uno va por uno o dos días, no logra dimensionarla. El día ‘D', que es el 16 de julio, realmente se repleta. Es muy caótico, y creo se esconde un poco la magia y la belleza. Pero si uno va al menos una semana y aloja ahí mismo, siento que puedes entender más lo que ahí ocurre, que es un viaje místico comunitario.
“Desde la primera vez que fui hubo algunos cambios. Se pavimentaron las calles, el pueblo se iluminó. Comparada con las otras fiestas, La Tirana está más urbanizada, ocurre en una planicie, mientras que las otras son en ambientes más rurales, en quebradas. Es la más masiva, además. Es algo difícil de explicar cuando uno no está ahí y no se vive entera. Más allá del cliché del fervor religioso, lo que realmente pasa allí es que te das cuenta de que las personas logran una conexión directa con la divinidad.
“Esta es una fiesta del pueblo, no de la élite. Una fiesta mestiza, comunitaria, muy familiar: participan desde guaguas hasta abuelitos. La gente baila por manda: conversando con personas, me decían ‘yo bailo porque a mi hijo lo balearon, hice la manda y se sanó'; y también lo hacen pidiendo por su salud, por su bienestar, por su trabajo. Han estructurado su vida en torno a este ciclo, y lo preparan todo el año: tienen que juntar recursos para los trajes, para pagar la banda. Por eso es muy duro y triste para ellos que no se realice. Yo creo que su esperanza de bienestar está basada en la fiesta”.
La influencia pampina
Por Carlos Toloza Sánchez, historiador y coproductor del documental Los Peregrinos de la Pampa.
“He investigado la relación de la cultura pampina con esta fiesta. Cuando las oficinas salitreras cerraron paulatinamente, hasta mediados del siglo XX, la gran mayoría de los trabajadores pampinos no migraron solamente a Iquique, sino que muchos se fueron a otras ciudades del norte. A pesar de su éxodo, siempre regresaron a venerar a la Virgen del Carmen, su ‘Chinita del Tamarugal'. Si bien la oficina salitrera se diluyó, la religiosidad aún se mantiene. Además, muchas de las personas que comenzaron a poblar oficinas por aquel entonces, como María Elena, era gente que llegó desde Tarapacá, como sucedió con mi abuelo, que era iquiqueño y migró a Tocopilla.
“En tiempos de mi abuelo existía el Ferrocarril Longitudinal, que era el medio que movilizaba y acercaba a todas estas localidades con La Tirana. Ir a esta fiesta era una peregrinación. Por tradición, la mayoría de las familias han participado en esta convocatoria y conformaron una cofradía que busca generar ese viaje. Por eso, aseveramos muchos investigadores, esta es la experiencia de la comunidad, del barrio, de la oficina salitrera.
“En el documental contamos esa historia (disponible en YouTube). Por ejemplo, mucha gente que trabajaba en la oficina Pedro de Valdivia, que cerró en 1995, migró a Antofagasta, pero su asociación religiosa continúa hasta hoy. Es muy nutrida, muy vigorosa. Se asientan en el sector norte de Antofagasta y han transmitido esta tradición en sus familias. Hoy son grupos grandes y se presentan como Asociación Pedro de Valdivia: los músicos y bailarines son los hijos o nietos de los obreros que trabajaron en esa oficina.
“Yo he ido a la fiesta toda mi vida. Las únicas veces que no fui fue cuando se suspendió en 1991 y 2009. Cuando niño uno va solo por acompañar, pero al crecer vas entendiendo lo que significa y comienzas a vincularte con esta religiosidad popular. No sé qué va a pasar con los peregrinos. Sin embargo, con la crisis sanitaria la gente entendió que no se podrá ir. Aunque quieran, tendrán que esperar”.
La fiesta virtual
Si bien el Santuario se encuentra cerrado, para la fiesta se transmitirán misas grabadas (el 15 de julio a las 22 horas y el 16 a mediodía), a través del canal de YouTube IglesiaDeIquique y el Facebook @ObispadoIqq. Además, habrá algunas actividades virtuales: en la página de Facebook de la Biblioteca Santiago Severín de Valparaíso, de lunes a miércoles hasta el 31 de julio compartirán material bibliográfico, videos y manualidades relacionadas con las fiestas populares. Además, el sitio Memorias del Siglo XX, del Archivo Nacional de Chile, abrió la convocatoria La Tirana y San Lorenzo: nuestras fiestas, nuestra memoria, nuestro patrimonio. La idea es que la ciudadanía —y en especial, los diversos actores de las fiestas— comparta una reproducción digital de algún documento relativo a estos eventos (foto, carta, video, relatos). La recepción se realizará a través de la sección “Colabora” del sitio web Memorias del Siglo XX. (más info al e-mail: memoriasdelsigloxx@archivonacional.gob.cl).
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