La Tercera
Hace 15 años, cuando el músico había disuelto Los Tres y Pettinellis, y su carrera bifurcó en una inesperada dirección en solitario, el llamado “Jefe de jefes” se rodeó de intérpretes sinfónicos de cuerdas e integrantes de Café Tacvba y Los Bunkers para hacer su disco más íntimo. Uno con Brian Wilson como brújula.
Por Alejandro Jofré
La idea se apareció durante los tráilers. Para mayo de 2004, Álvaro Henríquez no pasaba por su mejor momento. A punto de disolver su grupo Pettinellis, había terminado una relación con la actriz Mariana Loyola, cuando decidió ir al cine sin nadie para ver una película, pero no cualquiera: la más mala posible.
“Estaba solo y me dije ‘voy a ir ver la peor película que estén dando en el cine’. Y es más: voy a llegar temprano a la función. Voy a ver incluso los comerciales”, contó Henríquez al periodista David Ponce.
La función era para El día después de mañana, de Roland Emmerich, pero apenas empezaron los avisos en la pantalla el líder de Los Tres tuvo en mente, completa, la primera estrofa de una canción inédita.
“Se me ocurrió al tiro —dijo—. Le fui a pedir un lápiz y un papel al acomodador, la anoté y después en la casa la terminé”.
Esa canción se llama “Sirviente y no patrona”, fue escrita tras su separación, y hoy, quince años más tarde, es la primera que se oye en el disco debut en plan solista del músico. Uno que repasará íntegro y gratis el sábado 9 de marzo en el Teatro Biobío de Concepción junto a una formación inédita y liderada por Ismael Oddó.
Plana mayor
Grabado en los Estudios del Sur entre abril y octubre de 2004, el álbum Álvaro Henríquez tiene la huella de distintos músicos que orbitaron al hombre de “Marcas en el alma”. El órgano que suena en “Sirviente y no patrona”, por ejemplo, va con la firma del ex Los Bunkers y actual Pillanes y Lanza Internacional, Francisco Durán, así como el piano que suena allí fue tocado por Rubén Gaete.
La voz y el acordeón de Rodolfo “El primo” Henríquez protagoniza “Le tengo dicho a mi negra”, a dúo con Henríquez, mientras que en “Recién cansado” el bajo corre cuenta por Pedro Araneda de Pettinellis y en piano figura Marcelo Cuturrufo.
Otros integrantes de Los Bunkers, el baterista Mauricio Basualto y el bajista Gonzalo López, aparecen en un tema como “Vida o muerte” y más adelante el miembro de Café Tacvba, Emmanuel del Real, se hace cargo del órgano en “Amada”.
Era la época en que Henríquez se colgaba guitarras como la Gibson Custom Wes Montgomery L-5 CES, la Fender Classic Series ’60s Stratocaster Lacquer o la Epiphone Casino, el mismo modelo que el músico ha usado para los ensayos del concierto en el Teatro Biobío de Concepción.
En canciones como “Nicanor” —el nombre del hijo de su hermano Gonzalo, que tiene las voces de su hija Olivia—, aparecen algunos intérpretes sinfónicos de cuerdas como Ángel Cárdenas, Carlos Dos Santos, Boris del Río y Esteban Sepúlveda.
Así como en “Mátame” —uno de los singles— suena el saxo barítono de Ricardo Álvarez y el sello “Café Tacvba” del disco: a las guitarras de Joselo Rangel, se suma el bajo de su hermano Quique y los pianos, órganos y producción de Emmanuel del Real. Aunque, entonces, el sonido que lo guiaba obedecía al influjo del líder de The Beach Boys.
Brian Wilson
“Cualquier sospecha sobre la real capacidad de Henríquez para desarrollar una carrera solista sin los talentosos compañeros que lo habían acompañado en Los Tres y Pettinellis quedó disipada de modo contundente en su debut solista”, reseña Marisol García en un texto recogido en el sitio musicapopular.cl.
“Las suyas son influencias excepcionalmente amplias para la media chilena”, continúa allí la autora de Canción valiente (Ediciones B, 2013) y Claudio Arrau (Hueders, 2018).
Los cuarenta minutos repartidos entre doce canciones que conforman Álvaro Henríquez (Warner, 2004) resultaron todo un bálsamo para la carrera del músico, que vino a afinar aquello que durante años amasó en lo que podríamos llamar su universo estético: delicadezas armónicas, raíz chilena, pero también músicos como Robert Johnson, Blind Willie Johnson, Big Maceo, Chuck Berry y los siempre influyentes Stray Cats, aunque también Johnny Cash y sobre todo Brian Wilson, que actuó como una brújula.
De hecho, en medio de las grabaciones de Álvaro Henríquez, el músico viajó a Londres para ver al líder de The Beach Boys en la gira de Smile, ese disco grabado entre 1966 y 1967 que quedó inconcluso y que el estadounidense terminó por publicar en 2004. El mismo donde aparece “Good Vibrations” y que fue originalmente pensado como un sucesor del influyente Pet sounds (1966).
“Creo que logré esa idea de alguna forma en el disco, que es como ‘bienvenido a mi mundo, a mi paisaje’. Y me aclaró que no hay ningún problema con que me guste la música realmente gringa. O sea: da lo mismo pasar por perno. ¿’Surfin’ U.S.A.’? Sí, pues. Me gusta. O Stray Cats. Claro: yo muy allendista seré y todo, pero a mí la música gringa que me gusta es la más gringa: Brian Wilson, el rockabilly, el hillbilly. Eso es Ku Klux Klan, casi”, decía por entonces Henríquez.
Brioso y maldito
Como una especie de bisagra, ese 2004 fue un año de cambios para el hombre de “Recién cansado”. Estaba en Valdivia cuando terminó la breve melodía de “Amada”, uno de los singles que terminó, grabó y estrenó en mono en la radio en apenas los dos días del fin de Semana Santa.
“Nadie se lo esperaba. Ni siquiera yo. Porque como pasaron tantas cosas importantes, cambios fuertes, nadie podía creer, por ejemplo, que yo no estuviera abatido, o con la depre encerrado en mi casa”, contaba por esos días.
“Era totalmente necesario para mí ir sacando las cosas lo más rápido y lo más claro posible también”, recuerda. “Era mandar fotos de cómo estaba yo en ese momento. En este disco yo quería, por primera vez, yo creo, tomarme una foto. Son canciones de las que me voy a acordar siempre”.
Según Henríquez, “la canción más romántica es ‘Amada’, pero es un disco más bien luminoso y brioso. Cuando hay que ponerse maldito, nos ponemos malditos. O cuando hay que ponerse románticos, bonitos, todo bien. Como dice mi madre, ‘tú tienes del año que te pidan’”.
Baudelaire y Ginsberg
“Nunca me he considerado un poeta y nunca pensé serlo”, decía Henríquez en varias de las primeras entrevistas al alero de Los Tres. “Tuve que hacer las canciones, porque los demás no escribían. De repente empecé y dije: ‘no está mal’. Parecía que había un cierto talento; algunos amigos o compañeros de curso comentaban: ‘esto está en otra’. Ahí se destapó la olla”.
“Creo que lo mío es algo más cercano al simbolismo; siempre estuve bien rayado con Baudelaire”, cuenta el músico en una conversación con Tito Escárate recogida en su libro Canción telepática (LOM, 1999).
¿Qué leía entonces el hombre de “La primera vez” y “Pájaros de fuego”? “Poesía, cosas que todos debieran escuchar, como The Kronos Quartet, en donde Allen Ginsberg se manda todo el poema ‘El aullido’. Tengo el librito, el texto y la música”.
Melancolía eufórica
“Quiero volver a ser un buzo rana allá/ en mi pueblo”, cantaba Henríquez en 2002, al frente de Pettinellis, en el tema “Cuando una madre llora”. Tal vez una de las pistas de lo que sería la carátula de su disco solista, uno que lo tiene precisamente como buzo rana con esnórquel incluido.
“Yo busqué ese tiempo en que mi papá estaba vivo todavía y vivíamos todos juntos, éramos familia”, contó el músico sobre el arte que acompaña a ese disco.
El booklet del álbum incluye por cada tema algunos dibujos originales de la infancia de Henríquez donde aparecen bomberos, caballos, árboles, helicópteros y todo un imaginario que contaminó canciones como “Barco y naufragio” o “Mátame” y que tiene una vida en el Álvaro Henríquez Tour Book (2019, Libros del Pez Espiral), otra de las novedades del músico.
Se trata de un libro al cuidado de Gonzalo Planet y Daniel Madrid que contiene documentos del archivo del artista, una serie de dibujos que componen la estética visual del disco y las letras de todo el LP.
“Es su secreto mejor guardado, el material elemental de su trabajo”, dice el poeta y hermano del músico, Gonzalo Henríquez, sobre la publicación que será lanzada como edición limitada en el concierto del Teatro Biobío de Concepción
Ese imaginario de los dibujos, los documentos escolares y las fotos tan antiguas lo explica mejor el propio Álvaro Henríquez: “tiene que ver con la pureza, la honestidad, esas cualidades que tienes cuando eres chico. No es una cosa nostálgica. Es el concepto de melancolía eufórica”.
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