Bárbara Castro
Espectáculos
El Mercurio
Amigas desde el colegio, el trío de seguidoras regresó ayer al Festival de Viña para ver a sus ídolos en el mismo escenario que los vio debutar en el país en 1998.
Fue un amor análogo a primera vista. A los 13 años, Paula Orellana recibió un casete de regalo con pegajosos sencillos pop, que reprodujo en bucle hasta rayarlo en un viaje en auto entre Santiago y La Serena.
Tras ella, su compañera de curso Paulina Valencia descubrió entre las páginas de una revista TVGrama un póster de una atractiva boyband norteamericana.
La última en contagiarse fue Rocío Arcos, quien estallaba en gritos cada vez que pasaba frente a una tienda que ofrecía memorabilia de la banda de moda, Backstreet Boys.
El flechazo del trío de amigas comenzó el verano de 1997, en sintonía con el mejor momento del quinteto estadounidense, que en ese entonces confirmaba su éxito global con millones de copias vendidas y giras agotadas alrededor del mundo.
En ese momento lo creían imposible, pero en menos de un año estarían cumpliendo el sueño de ver a sus ídolos en directo, en lo que sería el debut de la banda en suelo nacional, en la edición número 39 del Festival de Viña del Mar.
Anoche, 21 años después de esa jornada, el trío revivió el paso del quinteto por la Quinta Vergara, una primera visita que quedó grabada en la historia del certamen, por la euforia de sus jóvenes seguidoras.
"Era histeria colectiva; si no fuera por los videos del concierto, no recordaríamos todo a la perfección, hubo mucho que se quedó ahí, entre las lágrimas", recuerda Arcos, quien además confiesa la existencia de un pacto secreto entre las amigas: ninguna podía desmayarse durante el concierto.
"No podíamos permitirnos perdernos el show, la que caía, debíamos despertarla a cachetadas", afirma Orellana entre risas, la única del grupo que consiguió tener un vistazo privilegiado de la banda aquel día. Apostada en la entrada del hotel, vio a los norteamericanos a través del cristal del bus que los trasladaba a la Quinta Vergara.
La emoción y los coros al unísono fueron precedidos por un momento de terror. Ubicadas en la fila para ingresar a la concha acústica desde las 20:00 horas, las jóvenes fueron testigos del colapso de las barreras, que fueron incapaces de contener a la multitud agolpada desde altas horas de la madrugada. Ignorando las instrucciones de carabineros, las amigas - y los padres que las acompañaban- se unieron a la estampida para conseguir una buena ubicación en el sector de la galería.
Ayer todas contaban con entradas numeradas y dos de ellas participaron del Meet & Greet exclusivo con la banda, que incluye un saludo y una foto. "Fue un sueño cumplido, algo que nunca creímos que pasaría, tenerlos tan cerca y compartir con ellos", afirma con visible emoción Arcos, a la salida del breve encuentro con sus ídolos, que duró alrededor de un minuto y que tuvo un costo de $230 mil para cada una de las 50 asistentes.
Unidas por una devoción
De adolescentes se juntaban a la salida de su colegio en La Cisterna para reunir el dinero para la colación y gastarlo en fotos, discos y poleras estampadas. Poco más de dos décadas más tarde, con 35 años, el vínculo se mantiene intacto.
"Los amamos porque nos unen. Una se toma libre del trabajo para hacer fila fuera del Movistar, otra presta la tarjeta de crédito para comprar las entradas. Esta es una amistad a ciegas", destaca Arcos, quien asistió a los cuatro conciertos del quinteto en territorio nacional y dos de su show de residencia en Las Vegas. El próximo año espera poder pagar el crucero oficial de la banda.
La mayoría de edad y la independencia no evitan que sean blanco de estereotipos. "La fan de más edad es mal mirada, nos tratan de locas e inmaduras, sin entender que en el día a día somos igual de adultas que todo el mundo", explica Orellana, aunque al ver sus hojas de vida, resulta innegable ver huellas del impacto de la boyband.
Inspirada por las letras de sus canciones, Arcos es profesora de inglés, mientras que Orellana enseña danza, vocación que se originó después de años bailando las coreografías del grupo.
Valencia, psicóloga de profesión, explica que su legado de aquella época está en otra parte. Su hija de 17 años es fanática del pop coreano, una afición que su madre impulsa y acompaña. En enero pasado, le compró un pase VIP al festival de k-pop SMTown.
"A veces se siente mal por el gasto que implica, pero yo le digo que son momentos como Viña 98, que nosotras nunca hemos olvidado. Y esa felicidad, de poder decir que estuvimos ahí, y que sigue igual después de 21 años, es inexplicable", afirma.
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