El Mercurio
La cantante habla de su último álbum, inspirado en su fallecido padre, con quien tenía profundas diferencias ideológicas, y revela que, incluso, él pensó vivir en Chile durante la dictadura de Pinochet. "Fue cuando Franco murió", recuerda, antes de su regreso al país en enero.
José Vásquez
"No tengo ni el árbol puesto, ni he comprado los regalos, así es que en cuanto acabe esta llamada, me pongo con la Navidad", contaba al teléfono desde Madrid, el viernes pasado, una Christina Rosenvinge sumida en la vorágine de las fiestas de fin de año.
La cantante española, hija de padres daneses, está finalizando un 2018 que concluye dulce con el Premio Nacional de Músicas Actuales, que recibió del Ministerio de Cultura de su país, "una distinción que solo obtienen los clásicos, así es que esto ya me coloca en esa división", celebra la artista, que ya se alista para regresar a Chile en enero, donde realizará tres conciertos: en Las Majadas de Pirque (12), en el Teatro Biobío de Concepción (13) y en el Teatro del Lago en Frutillar (16).
"Sé que el teatro de Frutillar es precioso, una maravilla. Serán lugares nuevos para mí, por eso, aunque mi show ahora está concentrado en mi último disco -'Un hombre rubio' (2018)-, voy a incluir muchos de mis éxitos de 'Que me parta un rayo", que son los que la gente supongo quiere escuchar", dice sobre su etapa noventera junto a Los Subterráneos.
El presente de Rosenvinge todavía está marcado por la promoción de este último título, un álbum más personal y que comenzó a dar a conocer con un tema como "Romance de la plata", inspirado en la relación con su fallecido padre, que no fue fácil. "Es una canción crucial y probablemente no la habría escrito teniendo veintitantos, es decir, que lo bueno de cumplir años es que uno se vuelve cada vez más valiente".
La cantautora recuerda que, incluso, cuando escribió el tema, dudó si debía cantarlo ella. "Es una canción difícil para mí, pensé en dársela a una cantaora flamenca, pero luego pensé que precisamente los temas que trascienden son los que están hechos realmente del alma, de las vísceras", dice Rosenvinge y agrega que el resultado ha sido muy liberador: "La repercusión fue espectacular, mucha gente se ha acercado a decirme que la canción los hizo pensar en sus propios padres, que fueron ausentes o que tuvieron un tipo de relación en cierto modo dolorosa".
-¿Siente que con este tema se logró reconciliar con su padre?
"Teníamos diferencias que eran propias de la edad, pero otras iban más allá. Mi padre era una persona con ideas políticas muy extremas. De hecho, él siendo danés, tenía un pensamiento muy franquista y fue cuando Franco murió que hubo un momento -mi madre me contó esto, yo no lo recordaba- en que él habló de que nos teníamos que mudar a Chile, porque él también apoyaba a Pinochet. Mi padre tenía ese pensamiento político de ultraderecha, entonces era difícil que yo me llevara bien con él y que también aceptara que yo me quisiera dedicar a la música. Tuvimos una relación muy conflictiva".
-Decidió oscurecer el tono de su voz en este disco, ¿piensa mantenerlo en el futuro?
"No lo sé, en la grabación estuve todo el rato con esta idea de que tengo que sonar masculina y el técnico de sonido reclamaba que 'eso era imposible'. Mi forma de cantar ha cambiado un poco al tocar con una banda de rock, pero eso no quiere decir que no vaya a volver a lo otro. A mí me gustan los cantautores que convierten su fragilidad en un arma expresiva".
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