El Mercurio
El libro "Marcoyora" (Editorial U. de Talca), de Sonia Montecino y Rolf Foerster, examina la relación de la investigadora del folclor con esta tierra única, exótica y amenazada, un capítulo aparte en la larga historia de las recopilaciones que efectuó por Chile.
Iñigo Díaz
Cuando Margot Loyola llegó a Rapa Nui en 1961 y desembarcó del transporte "Presidente Pinto", fue recibida por los isleños con un pipi , collar de caracoles marinos que se entregaba a los visitantes. El collar de flores sería un elemento muy posterior allí, pero ese primer auténtico símbolo quedó marcado en la historia de recorridos de la centenaria maestra.
"Permaneció por quince días en la isla como parte de una delegación en la que también viajaban el fotógrafo Sergio Larraín y los realizadores Jorge di Lauro y Nieves Yankovic. Por eso hay tantas buenas fotos de ese viaje y un documental histórico de Rapa Nui", dice Osvaldo Cádiz, folclorista y viudo de la maestra.
Pero Margot Loyola ya había visto un pipi unos diez años antes del primero de sus viajes, cuando lo recibió de manos de un grupo de isleños en Santiago. "Conoció Rapa Nui por las narraciones de los pascuenses que entonces estaban en Santiago como resultado de un fenómeno político, una diáspora que se produjo en los años 40 y 50: ellos no eran ciudadanos chilenos aún, vivían bajo un régimen político de la Armada. Entonces, la primera isla de Margot Loyola fue una isla recreada", apunta la antropóloga Sonia Montecino.
Junto con el también antropólogo Rolf Foerster, la premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de 2013 es coautora de "Marcoyora" (Editorial Universidad de Talca), un trabajo recién presentado en el cual se expone su relación con Rapa Nui, a través de distintos momentos y distintas figuras de esa isla situada en medio de la nada oceánica y de su cultura en vertiginosa transformación, a veces vista también como una catastrófica transformación. De ahí el subtítulo del libro: "Rapa Nui o el paraíso interior de Margot Loyola".
"Marcoyora es el nombre que los rapanuís le dieron a ella. Normalmente hacen estos juegos fonéticos con los nombres, una manera de apropiarse del otro cuando han establecido un vínculo de amistad", dice Sonia Montecino, a quien los isleños llamaron en su momento So. "A Margot Loyola le encantaba ser Marcoyora", agrega.
De canto y baile
La propuesta etnográfica del libro se surte de largas horas de conversación con Loyola que la antropóloga inició ya en los años 90, donde a menudo ella reflotaba -dice Montecino- su conexión íntima, aunque entonces lejana con la isla.
A partir de esa isla recreada a través de relatos y grabaciones de cantos que le entregaron pascuenses en el conti , como Roberto Montandón, Loyola estableció una postura política desde la cultura. "No había escuchado nunca nada igual", dice la autora.
Es un período que finaliza con el LP de 1959 de RCA Victor "Isla de Pascua", donde grabó por primera vez el "Sau sau", y el famoso concierto que dio junto a músicos isleños en el Teatro Municipal en 1960. "Fue la primera escenificación que se hizo de la música, cantos y danzas de Rapa Nui aquí", rememora Osvaldo Cádiz.
La segunda isla, según Montecino, es la isla intocada. Aquella que conoció durante esas dos semanas en 1961, sobre todo gracias a la oralidad de los viejos maestros que la recibieron. Encontró historias, cantos polinésicos y bailes. Puso en vitrina canciones como el "Opa opa" o el "Tamuré", que se popularizaron desde luego a través de su recopilación.
"Pero ella ya estaba visualizando los violentos cambios que se venían. Todavía existía allí el trueque. No había dinero ni tecnologías como la televisión. Si no se llevaban con cuidado esos cambios, Margot decía que se iba a destruir la cultura", señala Cádiz. "Fue testigo de los cambios, y no le gustaron", agrega Montecino.
Por eso la tercera Rapa Nui en "Marcoyora" es una isla contaminada. "Ese paraíso interior ya se había transformado completamente. Llegaban los aviones, había aparecido el turismo y los propios rapanuís se vincularon con esa economía. Ya se había logrado la ciudadanía". Durante el segundo y último viaje, en 1975, Margot Loyola estuvo junto a Cádiz. "La borrachera del 'Sau sau' del 61 ya se había terminado. Ahora ella conoció los riu , una serie de cantos ancestrales que recibió de los maestros", dice Cádiz.
El libro finaliza con lo que Montecino y Foerster denominan la isla introyectada en su memoria, vale decir, la Margot Loyola que los propios isleños recuerdan y testimonian también como oralidad: "¿Y quién no iba a estar feliz de cantar con ella?", dice el sabio Felipe Pakarati Tuki.
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