El Mercurio
El músico, que estuvo en el último Festival de Primavera del Teatro del Lago, relata cómo nació su amor por el arpa y por qué la mayor parte de la música para este instrumento es francesa.
Por Juan Antonio Muñoz H.
El arpa es un espectáculo en sí misma, con su gran estructura, el oro de sus terminaciones, sus pedales, sus 47 cuerdas, sus clavijas y puentes, además de las capas de madera de sicomoro y serbal, o los enchapados de arce, haya o palisandro. Si a eso se suma música como la Sonata para flauta, viola y arpa, de Debussy, o "L'alouette'" de Glinka/Balakirev, o el Impromptu de Fauré, el instrumento se transfigura y revela un mundo ensoñado y burbujeante. Pero nada de eso está completo sin que salte al escenario un arpista como Emmanuel Ceysson (1984), que actuó en el Festival de Primavera del Teatro del Lago, en noviembre pasado, subyugando al público con su entrega.
De memoria prodigiosa, el joven músico parece parte de su arpa y se conecta con el público de manera directa gracias a una capacidad extraordinaria para convertirse en la música que interpreta, sea esta de una suavidad evanescente o de una pasión contagiosa, sea melancólica o violenta, inasible o de presencia poderosa.
Ceysson es el arpa principal de la orquesta del Metropolitan Opera House de Nueva York, donde llegó luego de nueve años en la Opéra National de París; es artista del sello Naïve desde 2012, y comparte su apretada agenda entre sus obligaciones con el MET, su trabajo académico y conciertos como solista. Nacido y criado en Francia, fue admitido como estudiante del prestigioso Conservatorio de París cuando tenía 16 años, y muy pronto logró reunir las más altas distinciones y premios internacionales: Medalla de Oro en la Competencia Internacional de Arpa 2004 de Estados Unidos, Primer Premio en las Audiciones de Jóvenes Conciertos de Nueva York en 2006 y Primer Premio en la Competencia ARD 2009 en Múnich, entre otros.
-¿Cómo decidió ser arpista?
"Fue luego de escuchar un disco con el Concierto para flauta y arpa de Mozart. Yo tenía 6 años".
-¿Cayó inmediatamente enamorado del instrumento?
"Sí. Gracias a la arpista Lily Laskine y al flautista Jean-Pierre Rampal en ese disco".
-¿Quién le mostró luego el camino?
"Mi primera profesora, de la que yo estaba un poco enamorado: Jacqueline Defoulounoux. Poco más tarde, Germaine Lorenzini e Isabelle Moretti".
-¿Cómo estudia arpa un niño? Pienso en la llegada de los pies a la base del instrumento y a la extensión de los brazos. El arpa es muy grande y pesada.
"Se comienza con pequeñas arpas celtas durante 2 a 3 años para asimilar bien la posición de las manos. Después se pasa a pequeñas arpas a pedales pues incluir este aprendizaje es fundamental. Se comienza a tocar en arpas grandes recién en la adolescencia o incluso más tarde".
-Uno tiene la sensación de que la música para arpa es siempre de una gran delicadeza...
"Pero no es verdad. Hay también muchas obras potentes y violentas".
-En su caso, ¿cómo se desarrolla este viaje desde el espíritu al corazón, y luego a los brazos y los dedos?
"Lo que primero hago es asimilar bien la partitura, en un análisis sin el arpa. En seguida, incorporo el gesto técnico, aprendiéndome la música de memoria. Después viene el tiempo de la maduración y la prueba del público, ¡que es la más larga!".
-Cuando usted termina de interpretar una obra, suele tocar las cuerdas con la palma entera, como si quisiera calmarlas... Pienso que debe ser para no prolongar el sonido, pero en ese gesto hay también una cuota de ternura con el instrumento...
"Cada cual es libre de analizar el gesto a su manera, que es forzosamente subjetiva. Pero es cierto que, con el arpa, la magia del gesto está muy presente; yo de verdad no he reflexionado sobre esto, pero pienso que, según la atmósfera y la emoción de la pieza, todos los gestos asociados corresponden inconscientemente a su espíritu. Carlos Salzedo -arpista, compositor y director francés- intentó en su método trabajar con Nijinsky para codificar estos gestos que hacen 'vivir el sonido', pero yo creo que esto es algo muy personal".
-Gran parte de la música para arpa es francesa. ¿Por qué ocurrió así?
"El arpa moderna a pedales que hoy se toca fue inventada en 1812 por Sébastien Érard, quien huyó de la Revolución Francesa y se instaló en Londres. Luego volvió a Francia, donde su fábrica de arpas se hizo muy conocida. El arpa, entonces, es un objeto de fabricación francesa. Luego llegó un gran pedagogo belga, Alphonse Hasselmans, al mejor conservatorio de Europa: el Conservatorio de París. Él formó a un gran número de arpistas franceses y creó la escuela de arpa francesa. Esos músicos pidieron a los compositores escribir para el instrumento o lo hicieron ellos mismos".
-En el caso de un arpista, es prácticamente obligatorio tocar de memoria porque ambos brazos están ocupados en el instrumento. ¿Implica eso una dificultad suplementaria?
"No diría. Hay algunos arpistas que actúan con partitura. Basta con organizar cuándo dar vuelta la hoja o que alguien te ayude. Pero creo que eso agrega una barrera respecto del público, así que prefiero tocar de memoria".
-¿Hay alguna partitura que se encuentre en el centro del centro de su corazón?
"El segundo movimiento del Concierto en Sol de Ravel. También la Chacona de Bach".
-¿Y una partitura que represente su alma?
"Sí. 'El pájaro de fuego', de Stravinsky. La primera versión para gran orquesta, el ballet completo".
-Usted es arpa solista de la orquesta del Metropolitan, y en la ópera el arpa generalmente acompaña a las sopranos mientras ellas cantan arias con mucha coloratura y sobreagudos. ¿Le gusta a usted la ópera en particular?
"Sí, es la mejor escuela de música. Requiere aprender a escuchar, flexibilidad y sensibilidad, además de la técnica necesaria para las partes difíciles".
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